Jueves, 21 de noviembre de  2024



Català  


Un único corazón
acec19/5/2022



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Alejandro Duque Amusco (1949) dio a la luz su primer poemario en 1976, “Esencias de los días”, y al que luego le seguirían, “Sueño en el fuego” (1989), “Donde rompe la noche” (1994) y “Jardín seco” (2017).


Este profesor, editor y traductor, afincado en Barcelona aunque de raíces sevillanas, publica ahora “Un único corazón” (Pre-Textos. Valencia), un volumen
de conciencia unívoca, de sonora esencialidad, en donde es palpable la llama humana que lo abriga.


El propio autor anota en su prefacio que este “libro me lo ha traído la edad ya cumplida y la sedimentación lenta de toda la experiencia vivida a lo largo de los años”. Y, añade, como la memoria, el amor y la tradición son “los tres vértices del gran triángulo del conocimiento por el que se desenvuelven la poesía y el arte”.


Al filo de este medio centenar de poemas, se adivina una perspectiva que reivindica una identidad plural, una fraternidad común. Porque a través de ellas, el ser humano podrá desplegarse en aras de unalibertad posible, de una dicha cotidiana: “Has vuelto a oír tu corazón, el solo fiel,/ y te quedas al borde del camino (los mirlos ya dejaron de cantar)/ para escuchar los pasos de la noche./ Estás aquí. Aquí./ La rueda de los días te ha traído con la/ puntualidad de un reloj implacable.


Todo pasó, espectral y confuso. El tiempo es una lluvia/ de luz y de cenizas”.


Dividido en cinco apartados, “Sur”, Servidumbre de amor”, “Para una reina de corazón gitano”, Memento” y “Zona crítica, Duque Amusco se vale en su mayor parte de un versículo envolvente, muy bien ritmado, desde el que aúna sabiamente profundo pensamiento y depurada sentimentalidad. Y lo hace desde una consciencia cómplice, desde una comprensión colectiva, capaz, a su vez, de expandir un mensaje  que amplíe la visión de este universo que tantas veces amalgama sus imágenes y sus emociones en una misma dimensión. Porque en su naturaleza de demiurgo de la palabra, se sabe también portador de su unánime condición: “El poeta ¿qué busca?, es el minero de la tierra honda,/ desde la palabra duerme en sus vetas de oro”.


Tal y como confesaba tiempo atrás en una entrevista, Duque Amusco es consciente de que “el poeta debe únicamente soñar con los poemas que aún aguardan ser escritos y que constituyen la verdadera tarea de sus días”. Y, precisamente, en estos que aquí me ocupan, puede apreciarse esa permanente serenidad, ese saber esperar a que los versos se alcen y se consumen en la pluma.


En su citado libro “Sueño en el fuego”, anotaba: “El mundo es una piel estremecida”. Ahora, con una buena dosis de metafísica, de imaginación y de realidad, el universo sobre el que el yo lírico derrama su decir sigue ajeno a cualquier oropel. Y, con lúcida sugerencia, escribe que su anhelo “es ponerse en contacto con el alma del mundo”. Y, convertirlo al par de su verbo, en ofrenda y canción.


En suma, un poemario de humana grandeza, a caballo entre la sombras del pasado y los perfiles del mañana, entre el asombro del vivir y el vértigo del adiós: “La muerte es un refugio sitiado por palabras”





   
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