El pasado mes de febrero se cumplieron cien años de la publicación, en París, de un libro que estaba llamado a marcar un hito en la novela contemporánea: el Ulises , de James Joyce. Tras múltiples obstáculos y prohibiciones, la librería francesa Shakespeare and Company, regentada por la estadounidense Sylvia Beach, tomó la valiente decisión de dar a la estampa el libro proscrito. “Gracias a la censura”, escribe Francisco García Tortosa, “la novela adquiría el atractivo de fruta prohibida”. Su popularidad se extendió rápidamente por toda Europa y al otro lado del Atlántico. No todos la habían leído, pero la grey literaria en pleno hablaba de ella.
Enseguida en nuestro país fueron traducidas y publicadas páginas de la controvertida obra: al gallego (Otero Pedrayo), al catalán (Manuel Trens) y al castellano (Antonio Marichalar y Ernesto Giménez Caballero). En su discurso inacabado de ingreso en la Real Academia, de 1931, también Antonio Machado se hacía eco del Ulises con un juicio, por cierto, bastante categórico y poco receptivo. “Vía muerta”, lo llama, “callejón sin salida”.
Entre los poetas de la siguiente generación, la del 27, se aprecia un interés mayor por Joyce. Dámaso Alonso, bajo transparente pseudónimo, traduce A portrait of the artist, poniéndole un título que complacía poco al autor irlandés: Retrato del artista adolescente (1926), y Vicente Aleixandre, como poeta vanguardista afín al surrealismo, reconocía que su libro Pasión de la tierra , comenzado a escribir en 1928 y publicado en 1935, respondía en buena parte al influjo recibido del Ulises . Cuando Carlos Bousoño preparaba su fundamental tesis sobre Aleixandre, este le escribe una carta en la que confirmaba que entre los años 1928 y 1929 frecuentó la obra de Rimbaud y de Joyce: “Joyce, Rimbaud, confluyeron casi simultáneamente en mis lecturas”, le dice.
Esta afirmación la mantuvo siempre e incluso la reitera, con más lujo de detalles, en 1978, un año después de la concesión del Premio Nobel, en una entrevista concedida a Cuadernos para el diálogo . Allí, al hablar de las influencias recibidas en su periodo de formación, no duda en reconocer a James Joyce como uno de sus maestros: “Empecé a leer –declara Aleixandre– a prosistas y poetas irracionalistas (en los años veinte). Leí, por ejemplo, a Joyce y reconozco en él la influencia grande que tuvo en mí para el cambio de escritura que significó el pasar de Ámbito a Pasión de la tierra . Sí –concluye–, Joyce es también uno de mis maestros”.
Aleixandre demuestra con esta permeabilidad que su capacidad poética es, como pedía John Keats a los poetas, decididamente camaleónica. Un escritor, un poeta, está influido por cuanto le rodea de su ambiente social y familiar; todo en su entorno acaba siendo seleccionado, filtrado y convertido en carne y sangre propias. Conocidas por la crítica eran otras “asimilaciones” suyas a partir de poemas de Dylan Thomas o de Rilke. Como argumenta Bousoño: “Muchas veces, la irremediable necesidad de escribir viene de un momento poético leído que nos ha impresionado profundamente”. Aleixandre no se pliega a una pasiva imitación, sino que toma la idea y la hace suya poniendo en juego para ello todos los elementos de su personalidad creadora, mecanismo absolutamente lícito y justificado por la progresiva continuidad de la literatura.
La novedad es que hoy sabemos con certeza que Vicente Aleixandre no leyó en aquellas fechas el Ulises . Se conserva una carta suya, inédita hasta ahora, a su librero León Sánchez Cuesta, en la que le dice que no le mande la mencionada novela, si no la tiene en la traducción francesa (lengua en la que Aleixandre se desenvolvía bien). Era febrero de 1926 cuando anula su pedido en los siguientes términos: “Siendo inglesa la edición (que tiene) del Ulysses de Joyce no me interesa, dado el endiablado dialecto irlandés en que está escrita casi toda la obra. Gracias por su advertencia”.
Oiría sin duda hablar de la gran novela, leería aquellos pasajes que circularon por las revistas españolas del momento y puede que algunas de sus amistades (Dámaso Alonso, Eva Seifert) le leyeran en improvisada traducción algunas de sus páginas. De ahí que en Pasión de la tierra afloren esporádicamente algunas secuencias onomatopéyicas al estilo de las de Joyce que representan dinámicos estados del subconsciente: “ La garganta gargariza gargarizando gárgaramente”, “ caminando camino de lo descaminado”, “ toda mi sangre viene cantando la misma canción, acompañada, reíos, reíos, de una pandereta. Tan, tan. Tan, tan, tan, tan”. Recursos característicos del estilo joyciano.
Asimismo Aleixandre hizo suyos el desenfado irónico y el tono provocativo tan hábilmente explotados en los diálogos y descripciones por el escritor irlandés: “ ¡Olvidar! Olvidar es una palabra fácil, fíjate bien: olvidar. Como quien dice: ‘Qué día hermoso’...”, o “hasta la falda de tu vestido conserva no sé qué forma centrífuga, impaciente, y tus muslos parecen de plata. Papirotazo y: ¡clin! Cómo suenas, inhumana”. Esta nota burlesca, no muy diferente del “humor objetivo” del surrealismo, se prolongará después con un matiz inconformista de crítica social en Espadas como labios .
Todo esto que señalamos da idea de la despierta sensibilidad del poeta, que con solo rastrear un aire nuevo sabe adaptarse a él y remodelar su estilo. Y aunque no leyera el Ulises hasta la aparición, en 1945, de la traducción al español de J. Sala Subirats, siguió manteniendo que Joyce influyó en la prosa de Pasión de la tierra , y posiblemente, al decirlo, no se apartaba demasiado de la verdad, ya que aquel conocimiento parcial y como por tangencialidad que tuvo le bastó para transformar radicalmente su obra, y pasar de una poesía pura a una prosa entregada a la turbulencia de lo irracional.
La denominada por Harold Bloom “angustia de la influencia” muestra aquí su otra cara, la que podríamos llamar “el prestigio de la influencia”. Tener en sus poemas reminiscencias del Ulises era, para el joven Aleixandre, una consagración de su estilo.