El objetivo del curso —un intensivo que dura lo que dura esta reseña— será explorar algunos de los caminos que, tal vez, llevaron a la exiliada Mercè Rodoreda a uno de los abismos más tenebrosos después de Auschwitz: La muerte y la primavera. Dos nuevos estudios nos ayudarán a situarnos en ese imaginario a través del cual la escritora construyó un mundo poético y atávico, oscuro y desconcertante.
Antes de empezar las sesiones, una previa. Rodoreda trabajó esta novela experimental, inacabada pero no incompleta, durante los primeros sesenta. Lo hizo de manera obsesiva, pero la abandonó al afianzarse como novelista tras la aparición en 1962 de La plaza del Diamante. Guardó cientos de páginas escritas y reescritas en Ginebra. Al final de sus días, en el chalé de Roamanyà, trató de completarla. No lo logró. Fue la viuda de su editor —Núria Folch, esposa del también novelista Joan Sales— la que se responsabilizó de presentar una primera versión póstuma. Era 1986. “El efecto que me ha producido es sencillamente inenarrable”, escribió entonces Robert Saladrigas.
¿Qué era? Muy pocos sabían dónde inscribirla. Tal vez lo más clarificador, como advirtió Xavier Pla, era seguir su pista espejeándola con las ficciones de la colección de Gallimard donde apareció en 2008. Rodoreda junta a Duras, Blanchot, Bataille. En 2017, tras otras propuestas de edición, llegó la entronización tanto en el sistema literario catalán como en el español. Arnau Pons la estudió a fondo y propuso una nueva versión, Eduardo Jordà la tradujo al castellano y fue catapultada por la mejor crítica. Como acertó su editora Maria Bohigas al presentarla, era su momento: una obra sobre el ritualismo bárbaro donde se configura nietzscheanamente el poder, una alerta sombría sobre el desafío a la comunidad que implica la ruptura que es la sedición. Al distribuirse en Argentina, Mariana Enriquez escribió un texto soberbio sobre la novela donde ensayaba la vinculación entre La muerte y la primavera y el mito clásico de Perséfone.
¿Sabía Enriquez que Rodoreda había reactualizado a Homero en la posguerra europea? Primera sesión del curso: lectura del estudio L’Odissea de Mercè Rodoreda, de Jordi Julià. Su objeto de análisis es otro proyecto inacabado en un estado de gestación avanzado: un libro de poemas que debería haberse titulado Món d’Ulisses. Tras la experiencia traumática de la Segunda Guerra Mundial y cuando ella se ganaba la vida cosiendo a destajo en Francia, una Rodoreda metamorfoseada por el trauma personal y colectivo empieza a escribir versos atendiendo el consejo de Josep Carner. Si Carner se había posesionado del Jonás bíblico para plasmar su verdad sobre la vida en Nabí, Rodoreda apostó por hacer un ejercicio equiparable a través de la epopeya homérica. Nada que no hicieran entonces de Veil a Kadaré, como explicó Díaz Álvarez en La palabra que aparece. Nada que no razonase Camus en un texto que tradujo Rodoreda misma.
El profesor Julià interpreta estrofa a estrofa cada uno de los poemas, da a conocer alguno que su autora no dio por terminado y acierta al desvelar cómo Rodoreda vivificó el mito. Las escenas centrales de su proyecto eran los asesinados por Odiseo al volver a Ítaca y su descenso al Hades. Pero el protagonista homérico no era la voz que meditaba, sino las víctimas de su peripecia, un mundo entero trastocado en lo personal y colectivo por las consecuencias que provoca la guerra. La suma de poemas hablaba de l’aventura difícil d’ésser humans, del dolor provocado por el desorden civilizatorio y la conciencia agónica de la muerte desde el nacimiento.
¿Cómo influyó esa elaboración poética de lo mitológico en la concepción de la novela lírica que es La mort i la primavera? Crear partiendo de los clásicos fue una gran lección, un aprendizaje del potencial de humanidad que puede elaborarse en el territorio del mito.
Así empezamos la segunda y última sesión del curso de escritura. Si Julià nos muestra el magisterio de Carner sobre Rodoreda, Eva Comas Arnal documenta e interpreta una colaboración determinante en la fragua del estilo de la novela: la del bartlebyano Armand Obiols, crítico literario enigmático y extraordinario que desde los tiempos del primer exilio era pareja de la escritora. Obiols era el primer lector de los originales de Rodoreda y, a pesar de la distancia (era funcionario en Viena), también era su primer crítico. Le comentaba los textos con método y la exigencia cómplice de un editor, con la ambición de que ella acabase escribiendo obras canónicas.
Comas ha revisado diversos estadios de escritura y reescritura de la novela, en los márgenes de muchos capítulos ha detectado cuáles fueron las recomendaciones de Obiols y así describe cuál era la poética narrativa de la escritora. Afinar l’estil es una filigrana filológica. Se cita un pasaje de un borrador, se transcriben los comentarios de Obiols y se reproducen después las diversas versiones que Rodoreda hizo al reescribir dichos pasajes. Desde el primer momento Obiols se entusiasmó con La mort i la primavera, pero él animaba a Rodoreda para que repensase cada línea buscando la perfección. Eso sí es un curso de escritura. Nada de comparaciones o metáforas gratuitas, eliminar siempre lo superfluo, evitar excesos retóricos, incluso sintácticos, y ganar energía narrativa al privilegiar los detalles sobre las abstracciones. Así el texto se deslizaría con la apariencia de naturalidad que consigue penetrar de inquietud inenarrable el espíritu del lector. Se trataba de construir en pleno siglo XX un mundo mitológico. Y lo logró con una lección magistral.