Esmeralda Berbel (Badalona, 1961) estuvo tres años para escribir Lo prohibido (Tres Hermanas), su última novela. La escritora reconoce a La Vanguardia que no le fue fácil y que antes de coger la pluma se preguntó mil y una veces si estaba o no preparada para escribir esta historia. “Finalmente entendí que era necesario y que había tan pocas narrativas como esta, en las que se desgrana hasta este punto una relación, que creí que era importante dejarlo escrito por si podía ayudar a alguien”, reconoce la autora.
En sus páginas, Berbel refleja “una relación de poder pero sobre todo de manipulación”. El lector se adentra en lo que “parece la historia de un enamoramiento, pero pronto se da cuenta de que en realidad es otra cosa”. Resulta inevitable que le pregunten si es una experiencia por la que ella misma ha pasado, pues muchas de sus obras están impregnadas de retales de su vida y experiencias, como Irse (Editorial Comba), en la que narraba su separación del actor Eduard Fernández tras 25 años en común. “¿Es una obra autobiográfica? Bueno, yo diría más bien que es la biografía de todas. O de casi todas. Lo que sí es cierto es que el material es absolutamente veraz porque necesitaba estar muy bien documentada, sino me hubiera costado más. Pero yo he tenido la libertad de la ficción y lo presento como una novela”, especifica.
Eso sí, añade, “el que quiera detectar quienes son los protagonistas encontrará suficientes claves como para saberlo. Sin embargo, me parecía más interesante no hacerlo. Muchos me preguntan si es un libro vengativo. Pero no es así, es un libro más bien de justicia poética y de denuncia. Estoy cansada de que las mujeres nos quedemos calladas ante injusticias que son difíciles de nombrar o que hasta hace no tanto no tenían nombre, como el concepto luz de gas, que en este libro se puede vislumbrar. En esta relación que expongo todo es tan sutil que cuesta ver el maltrato al principio. Son muchos los lectores que me han dicho que hasta casi la mitad del libro se prendan del protagonista masculino. Pero pronto se van viendo pequeñas cosas que no acaban de ser normales y que se convierten en tóxicas”, admite.
Igual que no pone nombres, Berbel opta por tampoco poner adjetivos. “No resultaba fácil para mí cosificar y decir que alguien es un narcicista, un arrogante o un psicópata. Me parece más enriquecedor que el lector llegue a sus propias conclusiones. Que lo vea claro, o si no quiere que no lo vea, pero que acabe teniendo una opinión a partir de muchas escenas y diálogos, y no porque el autor deje escrita su opinión. No quería que hubiera ninguna asociación mía ni juicios de nada”.
El principal reto, reconoce, fue construir a la protagonista. “Me costó muchísimo porque ella sí está enamorada. Él no, pues la ve como un objeto de deseo que va a manipular a su antojo. Sin embargo, su forma de actuar es confusa hasta el punto de enmascarar el maltrato y hacer que de puertas hacia fuera parezca una historia de amor. Me interesaba por esto ver cómo se construye una manipulación. Y todo es gracias a la dosificación que él, igual que muchos otros hombres y también mujeres, ejercen. Muchas veces nos preguntamos por qué una pareja envuelta en una relación así continúa y es gracias, o más bien por culpa, de la dosificación. Los estadios de placer son bastante extensos. Durante muchos días están bien. Más que bien, de hecho. Además, a la mujer, el bagaje intelectual de su compañero hasta cierto punto le compensa y le nutre. Pero de repente un día vuelve la ira y todo se nubla de nuevo. A ella le cuesta ver lo que ocurre y le justifica diciendo que todos tenemos algo malo. Y así hasta convertirse en una sumisa”.