La escritora presentó en el Instituto francés de Madrid una de sus obras más ambiciosas, 'Los reyes de la casa', novela policiaca que se adentra en los laberintos de internet
Estamos acostumbrados a que las novelas de Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) causen impacto. Autora de Nada se opone a la noche, Basada en hechos reales, Las gratitudes y un largo etcétera, presenta en el Instituto francés de Madrid Los reyes de la casa, una de sus obras más ambiciosas. Novela policiaca, Los reyes de la casa se adentra en los laberintos de internet junto a Melanie Claux, una mujer deseosa de fama y popularidad desde la adolescencia, capaz de exhibir en las redes sociales su vida íntima y la de sus hijos, Kimmy y Sammy, de seis y ocho años. Hasta que su hija desaparece. Clara Roussel, policía y reverso de la personalidad narcisista y exhibicionista de Melanie, llevará a cabo la investigación.
Retrato hiperrealista, Los reyes de la casa es como un espejo sin romanticismo de nuestra sociedad. Delphine de Vigan toma posición ante el mundo en el que vivimos y grita ¡Despertad! a través de unos personajes que confunden los likes con el amor y a los followers con la familia. Esta novela trata del impacto psicológico que las redes sociales van a tener en toda una generación que ahora cumple, como mucho, veinte años.
De carácter hiperactivo, De Vigan se levanta y se sienta varias veces durante la entrevista mientras intenta expresar con sus palabras la velocidad de sus pensamientos. No es extraño que la autora siempre esté trabajando en algún proyecto y que en España solo se quede unas horas. “El trabajo me reclama”.
En su novela habla de la telerrealidad fabricada por familias que conducen al consumismo, al narcisismo y a la fama de unos niños que no han cumplido los diez años. Usted que es una estrella de la literatura actual, notoriamente alejada de las redes sociales, ¿por qué le interesó escribir sobre este tema?
Descubrí la existencia de los niños influencers por puro azar. Un día en mi casa encendí la tele, lo que no me ocurre jamás, y caí sobre un programa de unos niños influencers acogidos en un centro comercial como si fueran estrellas. Creo que sentí tal impacto que pensé en que ahí se hallaba un tema de novela. Cogí un cuaderno y escribí mis primeras ideas pensando que esto representaba claramente el tipo de sociedad en la que vivimos. Yo no me siento identificada con la época actual, pero me di cuenta de que tenía que escribir sobre ello. Empecé a leer la prensa e investigar sobre este fenómeno. Entonces descubrí que en Francia existían varias familias volcadas en este negocio que se repartían el pastel, unos beneficios astronómicos desde hacía años.
>>La esencia de mi investigación se ha basado en la observación de estos canales familiares a los que me suscribí, en Instagram y Youtube. Me pasé días, semanas, mirando sin cesar, ya que además estas familias suben videos todo el rato. Aunque me parecía mentira, hay padres que filman a sus hijos sin cesar. A partir de ese momento, puse en marcha la máquina de la ficción. Me bastó con imaginar el reverso del decorado.
No es la primera vez que evoca a los niños como víctimas de la sociedad. También lo hizo en otras novelas anteriores como No y yo o Las lealtades, en las que recalcaba el abuso de poder por parte de los adultos. ¿Es algo que le preocupa especialmente?
Es un tema al que vuelvo sin darme cuenta. En este caso, me chocaron estas primeras imágenes de niños en el centro comercial y luego el descubrir que, claro, había padres detrás de todo esto, que organizaban, fabricaban este universo y sistema, ya que se trata realmente de un ecosistema con marcas, retribuciones de Youtube, creación de sociedades capaces de ganar cantidades de dinero, etc. Todo esto es un sistema económico bastante complejo puesto en marcha por unas familias que además ganan millones. Al descubrirlo, me di cuenta de que volvía a ser una historia de abuso de poder. Pero no era mi punto de partida, sino algo que constato muy a mi pesar.
Para denunciar ese poder se apoya en la estructura de la novela negra. Tras el secuestro de la niña, Clara Roussel será la encargada de la investigación. ¿Es la primera vez que escribe bajo este género?
Me metí en el thriller psicológico con Basada en hechos reales. De una manera general, me gusta y me divierte cambiar de género, como el policiaco, o el dramático con Las Gratitudes, por ejemplo. Me gusta salir de mi zona de confort, suponiendo que tengo alguna, pues nunca es algo “confortable” escribir una novela. Me interesa explorar nuevas formas y utilizar varios códigos. En Basada en hechos reales mezclaba la autoficción y el thriller psicológico, mientras que este caso es, ante todo, una novela social, pero que toma la forma de una novela policiaca, con una investigación y policías de por medio, lo que nunca me había pasado.
Es una doble exploración que lleva a cabo en sus novelas, la del mundo de los instagramers o youtubers, y la del mundo policial. En cada capítulo narrativo introduce otro sobre el procedimiento de la investigación criminal.
Sí, gracias de nuevo al azar conocí en una firma de libros a una de mis fieles lectoras, que me dijo en un breve intercambio que trabajaba para la Brigada Criminal de París. Enseguida se dio cuenta de mi fascinación y me preguntó si quería escribir una novela policiaca. Me dio su tarjeta y, dos años después, la contacté. Gracias a ella pude conocer a los demás miembros de la Brigada Criminal, que son gente muy cerrada, que no comunican nada y menos a escritores o periodistas. Poco a poco, contándoles sobre lo que quería escribir, conseguí que el jefe me ayudara y me dijera los pasos que hubieran realizado en el caso de que una niña hubiese desaparecido y en esas circunstancias. En ese momento nació el personaje de Clara.
Clara es el personaje opuesto al de Mélanie. ¿Piensa usted que esa dualidad es la metáfora de mundo en el que vivimos? Por un lado, los sumergidos en las tecnologías y, por otro, los que leen y piensan, como Clara, que no son de este mundo.
De hecho, creo que esa fractura es cada vez más grande. Melanie abraza su época sin jamás cuestionarla, mientras que Clara es una mujer que no concibe la exposición. Vive en la sombra. Encarnan dos actitudes muy diferentes de nuestra época y existe una real incomprensión entre las dos. A Clara le es casi imposible entender el deseo de Melanie de exposición, de confundir los likes con el amor. Es el reflejo de la época que nos ha tocado vivir.
Ante esta sociedad volcada en el mundo virtual y de las pantallas, en varias ocasiones Clara baja los brazos. También utiliza palabras algo pesimistas cuando habla de la ecología. ¿Es usted derrotista hasta ese punto?
Debo reconocer que no soy súper optimista, por eso esta tercera parte que proyecta la historia en un futuro cercano era importante para mí. A veces pienso que, como Clara, quizá soy yo la vieja que no consigue adherirse a su época. Pero de lo que estoy segura es que, si bien un adulto es libre de exponerse como le da la gana y de la manera que quiere en las redes sociales, exponer a sus hijos es otra cuestión. Uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo cuando es adulto. Con un niño de cuatro, cinco o seis años, no se puede afirmar que consiente. Es un abuso. Un niño no escoge ser una estrella de Youtube, no escoge todas las consecuencias que vivirá a lo largo de su vida. Esos niños no pueden salir de sus casas sin crear un revuelo.
¿Piensa que estos jóvenes acabarán por rebelarse contra esta sociedad?
Pues me sorprendió mucho cuando tuve que ir a colegios e institutos para hablar sobre Los reyes de la casa, que había sido nominada a varios premios en los Liceos de Francia e Inglaterra, y constatar la tremenda inquietud de estos jóvenes. Les preocupa enormemente la utilización de las tecnologías, el acceso que tienen los niños a las pantallas. Sienten una presión tremenda, la necesidad, casi obligación de tener que estar en redes sociales. Muchos me decían “no podemos no estar. No estar significa no existir.” Lo viven como una presión, una fuente de estrés. No me extrañaría que, en un momento dado, hubiera una especie de vuelta al pasado. No hay que olvidar que, además, estos smartphones también son absolutamente antiecológicos. Consumen una energía enorme. Cabe la posibilidad de que un día volvamos aliviados a los Nokias.
En esa tercera parte también habla indirectamente de la ecología y la alimentación, dos temas que son de actualidad. ¿Qué piensa usted de estos jóvenes que, queriendo luchar contra estas preocupaciones, entran en museos y tiran comida a las obras de arte?
Por regla general, suelo apoyar la desobediencia civil. Para mí, son acciones pacíficas y entiendo la urgencia de estos jóvenes en reaccionar. Heredan un mundo en un estado catastrófico. Nosotros, es decir, las generaciones precedentes hemos hecho bastante para que ocurriese este desastre, claramente nuestra toma de conciencia sigue siendo templada. Entiendo completamente el deseo de estos chicos de alertar.
>>Ahora bien, me pregunto si este método es el correcto. Para mí, se equivocan atacando la cultura. Todo lo que nos aparta de la cultura nos aleja de la civilización. Creo que el mensaje que emiten con ese acto es erróneo. No me molesta que tiren salsa de tomate, pero no sobre un cuadro, ya que no entiendo el mensaje que quieren transmitir. Nuestro problema no es la cultura, al contrario. Yo les diría que la cultura —los libros, las películas, el arte— es sobre lo que nos vamos a poder apoyar para que la toma de conciencia social sea general. Hay que apoyarse en la cultura, no destrozarla.