Hay muchos Carlos Zanón (Barcelona, 1966): el poeta, el novelista, el director del festival literario BCNegra, el sucesor de Manuel Vázquez Montalbán como creador del personaje de Pepe Carvalho, el articulista... Y, sin embargo, su abrazo es único. Así, con ese perfecto gesto de abrigo siempre tan difícil de mesurar, me recibe en Málaga, la ciudad andaluza a la que, desde hace un tiempo, ha trasladado su vida y, por lo tanto, su obra.
Asegura no echar de menos Barcelona, su cuna vital y narrativa, tal vez porque ese escenario forma ya parte de un pretérito que tuvo que ir cerrando sin otra alternativa, la realidad se terminó imponiendo, como hace siempre: murió su padre, vendieron la casa de sus abuelos, se divorció... Sí extraña a algunos amigos de la Ciudad Condal, pero aquí, en estas calles que recorre fijándose en los detalles, en cada parroquiano, para poder volver a anclarse, para sentir que pertenece de nuevo a un lugar, también hay "cosas muy bonitas" que le han pasado y que le hacen "sentir bien". Se nota que nada de lo que le rodea es de cartón piedra. Tampoco él, ni sus palabras.
¿Influye en un escritor el cambio de escenario vital, personal?
Es una muy buena pregunta para la que no tengo respuesta. Y es una cuestión peligrosa para un escritor, porque tengo la sensación de que los escritores siempre nos movemos en un territorio muy acotado: la infancia, las primeras impresiones… Cuando llegas a otra ciudad, tu mirada es muy de turista o viajero, te quedas mucho en la superficie. Pero si te estableces en otro sitio en algún momento profundizas. Yo creo que es una cuestión de tiempo.
Su próximo libro de artículos arranca con una cita de William McIlvanney: "El mundo existía o no había mundo alguno, sin término medio". ¿Nos hemos quedado sin términos medios en la actual sociedad?
Nos hemos cargado lo equidistante, lo tibio, lo centrado, nos hemos dejado llevar por las emociones, que a veces no son otra cosa que errores o desproporción. Hemos jugado a que polarizar no tenía ningún precio. El mundo digital nos ha comido la vida, como cuando juegas a un videojuego, que sabes que aunque te maten resucitas; si insultas a alguien en Twitter, no tiene mucha repercusión. Eso nos ha llevado a creer que tampoco pasa nada si lo llevas al terreno real. Nos hemos instalado en la emoción, en los extremos, y la inteligencia y el sentido común es buscar las partes medias.
¿El escritor es héroe o antihéroe?
El escritor es un ser abollado. Tú no devienes en escritor si durante tu infancia y adolescencia has ido encajando en todos sitios. Tenemos mucho de antihéroe en el sentido de que la literatura era nuestra manera de decir: estamos aquí, igual no nos sacan a bailar, pero tenemos este don o esta mirada. Lo que sí es verdad es que los libros cambian a nivel particular las cosas. No sé si un héroe, pero el escritor sí que tiene un papel protagonista en la vida del mundo, los libros cambian las cabezas, las ciudades, las personas.
¿Las sociedades también?
Sí. Las novelas siempre son las historias de los perdedores, de lo que pudo ser y no fue. Y sí cambian las cosas, incluso las ciudades. El turista va a las ciudades por lo que los artistas han hecho con ellas, va en busca de la mítica de esa ciudad. Los artistas se inventan las ciudades.
¿Podemos saber quién es Carlos Zanón leyendo a Carlos Zanón?
Hay una voluntad, muy secreta, de que sepan quién soy. A veces tienes la sensación de que tu yo más íntimo nadie lo conoce, y la escritura es una manera de decir: mírame, estoy aquí. Sobre todo porque en la literatura hay una parte muy inconsciente. Cuando escribes, te vas tropezando con la verdad y con quién eres, a veces sin querer.
¿Pero se puede plasmar la verdad escribiendo o todo es mentira?
No, la verdad existe y te la puedes encontrar. De hecho, el arte va buscando la verdad. Lo que pasa es que la verdad no es una bandera ni un estandarte.
Dice ser "renuente" a las escuelas de escritores. ¿A escribir se aprende?
R. Yo creo que el talento no se aprende, y creo que ir a una escuela a veces lo que hace es estandarizar lo raro que hay en ti. Lo genial del ser humano es que no hay nadie como nosotros, y eso hace que cuando te pongas a escribir y expliques las historias que ha explicado todo el mundo haya algo en tu manera de explicarlo que es único. Las escuelas a veces pisotean eso. Dicho esto, hay cosas técnicas que puedes aprender y hay una cosa que es muy buena, que es que te enseñen a leer, que te ofrezcan libros que valgan la pena.
Pero también es bonito descubrirlos, ¿no?
Claro. El senderismo es genial. Yo leí Lolita porque una canción de Police hablaba de eso. No sabía quién era Nabokov. Una cosa te lleva a la otra. Yo creo mucho en la intuición, es un tipo de sabiduría.
¿Y la mirada? ¿Es distinta la de sus novelas que la de sus artículos?
Yo creo que no. Siempre tuve claro que no era periodista, que era alguien que escribía y le habían dado la oportunidad. Pero siempre tuve la vocación de hacer piezas literarias.
Aunque fuera de cómo salirse de un grupo de WhatsApp.
Exacto, o de Messi. Siempre encuentras una manera de mirar distinto. Yo nunca enfoco directo las cosas, porque cuando miro directo no sé ver las cosas. Siempre me busco una esquina, me fijo en cosas pequeñas y eso te lleva a lo grande.
¿A qué enseña escribir en prensa?
Me ha enseñado a escribir de otra manera, a concentrar la mirada, a ejercitar el músculo, a saber que menos es más. Y a valorar lo que hacen otras personas escribiendo.
¿Y cómo pasa uno a diario el filtro de la indulgencia para escribir?
Es difícil, porque vas acumulando muchas letras y tu mundo es el que es. A veces tienes que hacer excursiones fuera de lo que conoces.
Senderismo.
Sí, porque, si no, tú ya sabes lo que haces más o menos bien y es muy fácil caer en eso. Tienes que esforzarte, porque a la larga el compromiso de escribir es contigo.
En un artículo dice: "Las normas las deben poner los artistas y no los mercaderes".
Exacto.
¿También en el mundo literario? ¿Es posible que las normas las pongamos los escritores?
Es muy complicado, porque es un juego en el que acabas tú también metido. Yo, que no soy un escritor mainstream, hay un momento en que te preocupas por las ventas y, si un libro funciona mal, piensas cómo hacer para que vuelva a funcionar. Acabas prostituyendo tu arte, no haces lo que sientes, sino que estás intentando ganar una partida que no es tuya. Tú tendrías que dedicarte a escribir el mejor libro posible y las editoriales tendrían que dedicarse a vender tu libro en el mercado que haya. Todo va muy deprisa. Y creo, sinceramente, que nos dejan muy desprotegidos. Nosotros no sabemos vender libros, ni hacer promoción, a duras penas sabemos escribir. Te entran en el juego de la vanidad. Te vienen a buscar, te llevan, el hotel, todo es fantástico. Así te pagan menos, porque como te pagan con vanidad (ríe)... No te cuidan. Cuando tienes una trayectoria, de pronto te das cuenta de que te quedas como fuera, tienes que estar pidiendo atención. Luego, produce una especie de terror ver cómo a escritores muy buenos o a escritores mayores nadie les hace caso. No hay piedad en esto, en la vanidad no hay piedad. Luego, generalmente, la gente que escribimos venimos de sitios que no son los mismos de los que vienen los editores, agentes…
Habla ya de diferencias de clase.
Sí. Entonces, estás en la fiesta y estás todo el rato pendiente de que te digan: perdone, se ha colado (ríe). Mientras funciona o eres la novedad, te aceptan sin aceptarte, pero llega un momento en el que te das cuenta de que no les sirves, eso es muy cruel. Tendríamos que ser nosotros quienes pusiéramos las normas desde el principio, porque nos hace tanta ilusión publicar que publicamos gratis al principio. Nos dejan muy desprotegidos y no tienen en cuenta el valor artístico de las cosas. Funciona una cosa, hacen doscientas salchichas. A mí me parece muy bien que tal escritor venda mucho, pero lo que hace es una mierda. No es lo mismo David Bustamante que Tom Waits. Eso es una verdad.
Pero es que el mundo editorial vive también preso de una gran mentira.
Además, la industria se mueve en el terreno de la novedad, pero tú no, tú necesitas un tiempo para madurar tu novela. Si te pasas tres o cuatro años, ya te dicen: tendríamos que empezar a mover… A Jonathan Franzen no le dices eso. Eso empobrece toda la cultura del país, porque si tienes que publicar una novela cada dos años, entregarás una novela escrita en dos años. Entonces, libros poco ambiciosos, pequeños, que se arriesgan poco… Si no puedes permitir que un escritor pueda dedicarle equis tiempo a su novela o se pueda equivocar y saber que el editor volverá a confiar en él, tienes lo que apuestas. Si estás apostando por una historia de novedad y de zanahoria y de vamos corriendo porque si nos paramos nos morimos, pues tienes libros de eso. Todo eso va en contra de la calidad de las cosas.
Y desanima mucho.
Claro que desanima y, además, te pervierte, porque, como escritor, para defenderte, empiezas a intentar buscar esferas de poder, agujeros y trincheras desde las que defenderte. Acabas convirtiéndote en ellos. Y la parte más perversa es la gente que acaba hablando bien de otra gente porque luego le dará esa beca o es jurado de ese premio… Eso pervierte el alma de ellos, escriben peor, lo bueno que podían tener, lo pierden. En el momento en el que buscas una intencionalidad en lo que haces, te estás pervirtiendo y acabas escribiendo mal. Por ejemplo, salvo honradas excepciones, los premios Planeta son malos libros, son malos libros a veces de grandes escritores. Cuando lo sencillo es: quiero ganar un libro de mucho dinero, pues lo hago con una novelarra. Y, además, eso es bueno para todo: para el premio, para el lector…
El problema es que existe la sensación de que si vende es malo.
Lo cual no es verdad.
No siempre.
No siempre, no siempre, no siempre, qué va. Hay gente que tiene la habilidad de hacer calidad y que la calidad conecte con un público: los Beatles, Hitchcock…
Cultura popular.
Claro, claro, que en el fondo es eso. Por lo que sea, lo que hago tiene un valor y además conecta. Y eso pasa, y a mí me encantaría tenerlo.
A todos nos encantaría.
A todos. ¿Escribir El nombre de la rosa? Ningún problema. Y eso es un error. Pero también es un error pensar que mucha gente comprando el libro hace el libro bueno; no es verdad. Hay autores y libros y ventas que yo realmente no lo entiendo, es que no lo entiendo.
No es lo mismo comprar que leer.
Sí, sí, eso también es verdad. Hay una especie de mimetismo… Yo tengo una teoría, y es que hay escritores que al principio no son muy buenos pero supongo que les maquillan los libros hasta que hay un momento que ellos mismos se creen que están en el búnker en Berlín y dicen: no, dejadme solo, que esta la hago yo solo. Y es… ¡Dios! “Es mi novela más personal”... ¡No!
En uno de los artículos dice que aún no sabe lo que es un padre, que "quizás es un fantasma que le protege del miedo". Lo que me lleva a preguntar: ¿es posible perderle el miedo a la vida e incluso a la muerte escribiendo?
Sí. La mayor parte de mi vida, yo me sentía valiente y lúcido sólo cuando escribía. Es decir, en la vida no me sentía así, me sentía cobarde o más confuso, más liado. Yo siempre he tenido la sensación de que he vivido en la confusión, nunca sé pensar con claridad. Yo creo que con los libros sí que pierdes el miedo a la vida y a la muerte, yo creo que sí. Una biblioteca es un refugio de una manera muy rara. A mí, por ejemplo no me importaría morirme; no quiero morirme, pero creo que ha estado bien, no sólo por lo que he vivido fuera de los libros, sino también por lo que he vivido dentro y por lo que he escrito. Porque no te has resignado a donde estabas ni a lo que sabías de ti, sino que has ido un poco más allá.
Dice que sus personajes suelen "andar a la deriva cuando son fijados a un momento y a un lugar determinados". ¿A usted la literatura, la escritura, le sirve como timón, como anclaje, es ese lugar al que regresar siempre?
Sí, sí, totalmente. Es decir, cuando yo no escribo, no sé qué coño hago aquí, pierdo el sentido de lo que yo soy, me resulta… Necesito anclarme, mirar y entender, y eso sólo lo consigo escribiendo.
¿Y leyendo?
También, también. Pero a mí leer me produce más placer. Cuando un lector te lee, algo estás cambiando, y esto es muy importante, porque te ancla porque no estás escribiendo para guardarlo en el cajón, estás escribiendo para que te lean, para que te quieran, para que te entiendan. Y eso te ancla, perteneces a algo, pertenece a un mundo y tiene sentido.
Le cito: "El éxito sólo te dice que ya está, que la partida acabó, que tú ganaste, que estás solo y que todo sigue igual o peor". ¿A usted a qué le ha sabido el éxito cuando lo ha tenido?
A decepción. Pero probablemente también es culpa mía. Yo creía que el éxito iba a solucionar todos mis problemas personales y de mi vida, y lo único que hace es que te pone un puñetero altavoz y en el fondo todos tus problemas siguen ahí, pero a un volumen ensordecedor. Pero fue mi ingenuidad. Cuando empecé a publicar novelas, enseguida me fueron bien las cosas, pero eso no me arregló nada mi vida; al revés, yo creo que me la removió y me la zarandeó. Y luego, yo pensaba que cuando fuera conociendo a escritores y editores, hablaría mucho de libros y de repente te das cuenta de que sólo hablas de dinero, de anticipos, de becas… Muy pocas veces viene alguien que te dice: léete este libro. Eso me decepcionó mucho, era como estar en una especie de feria del ganado en la que nadie habla de libros o hacia dónde va la literatura… nadie. Es que parece que no le importe a nadie los libros. Y luego hay como el escritor tapón, que dice, lo he pillado yo, que nadie se fije en este otro, que hace algo como yo… Los tipos generosos son la excepción. Yo intento fijarme en la excepción, pero luego ves gente tapón, gente que nunca echa un cable a nadie, que cuando le preguntan por autores que le han influenciado citan a Carson McCullers o un ruso, nunca mencionan a nadie de sus contemporáneos. Hay mucha mezquindad, mucha ruindad, tapón no sea que se me mueva la silla… Lo único que podemos hacer es buscar problemas y ser honestos.
Foto: Asís Ayerbe