Lo que faltaba, por LLUÍS MARIA TODÓ
3/1/2011
Por si era poco el desprestigio que hasta ahora se habían ganado los
parlamentarios, tanto los de aquí como los de Madrid, desde ayer (21 de diciembre), el
rechazo de la llamada “ley Sinde” sobre la defensa de la propiedad
intelectual ha acabado de cubrirlos de vergüenza a ellos y de
consternación a la mayoría de ciudadanos de buena fe.
Que unos políticos elegidos para defender los derechos legítimos de los
ciudadanos se dejen acobardar por un colectivo al que abusivamente se
llama “los internautas” (¡menuda tontería, internautas lo somos
todos!), y que deberían ser llamados “la horda de los piratas” es
absolutamente indignante. Dicen que los parlamentarios han rechazado la
ley para no perder votos. ¿Los votos de quién? ¿De esos delincuentes
que se creen con derecho a apropiarse de la creación de los demás sin
pagar nada a cambio? ¿Son tan ilusos nuestros parlamentarios como para
creer que esos defensores del pillaje va a dar un solo voto a
cualquiera de los partidos que ayer tumbaron una ley que pretendía
poner remedio a una situación de injusticia flagrante, insólita en
Europa? ¡Qué ingenuos! Se han quedado sin vergüenza y se van a quedar
sin votos, ya lo verán.
Lo del derecho a la propiedad intelectual es una obviedad tan evidente
que causa aburrimiento insistir en ello, pero parece que es necesario
repetirlo una vez más: quien compone la letra o la música de una
canción, quien escribe o traduce un libro, quien crea imágenes para
ilustrar un libro, está realizando un trabajo muy meritorio, muy
difícil, que requiere mucho tiempo y muchos conocimientos, y ese
trabajo debe ser compensado económicamente, como el de cualquier otro
trabajador. Quien no entienda esto es que no ha intentado nunca
escribir un libro ni componer una melodía. O es que no le han robado
nunca la cartera.
Las compañías discográficas están cerrando, las productoras de cine ya
no saben qué hacer para detener la sangría de dinero que ha provocado
la ruina de las discográficas, y en cuanto a las editoriales, ven
llegar el nubarrón digital con terror y escasa capacidad de reacción.
Pues bien, esos muchachos que quieren tener música, cine y literatura
gratis, y que tanto miedo dan a nuestros parlamentarios, deberían saber
que los directivos de las discográficas, productoras y editoras nunca
se quedarán en la más absoluta indigencia, que es lo que amenaza a los
músicos, cineastas y escritores.
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