Tras pasar más de treinta años sin publicar, el escritor regresó a comienzos de siglo con novelas, poemarios, aforismos... Ahora lanza su 'Poesía reunida'
Poeta, ornitólogo y narrador, Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es un pájaro solitario, un raro por vocación y por destino. Extravagante, transgresor y genial, además de miembro de una familia de la alta burguesía catalana, Ferrer Lerín veló sus primeras armas literarias con sus amigos Leopoldo María Panero, Félix de Azúa, Pere Gimferrer y Javier Marías.
Ya entonces, en esa etapa en la que se adelantó a los novísimos, era el raro de cabecera. Quizá por eso confiesa a El Cultural que hoy le cansa la etiqueta, "que no creo que tenga que ver con la irreductibilidad, sino con mi tortuosa biografía. Pocos e ilusos serán los que piensen en la igualdad entre los hombres, que no vean la rareza con respecto al otro como inequívoca imagen de marca".
¿Qué queda del joven poeta que en 1959 publicó sus primeros versos en De las condiciones estáticas y evolutivas?
En aquel 1959 no me atrevía a reconocerme como poeta, un oficio que ocultaba ante cualquier miembro de mi convencional familia. Pero es que he de decir que incluso hoy me muestro en extremo reticente a aplicarme el término "poeta"; prefiero, sin duda, "escritor", que cubre la poesía, la narrativa y el ensayo.
Sí, pero ¿qué le aplaudiría ese joven al escritor de hoy?
Su perseverancia regulada en la escritura, o sea que está bien seguir escribiendo pero dándose cuenta de qué se debe escribir. Por ejemplo, no más poesía, cuyos resultados, en mi caso, resultan ya repetitivos.
¿Cómo explicaría su evolución a lo largo de estos más de sesenta años, y su ‘poética’?
Mi evolución, si la ha habido, no ha obedecido a un programa, ha sido fruto del azar, de las malas compañías y de algunos filmes americanos. En cuanto a ‘poética’, si la consideramos una declaración de principios, reconozco una infancia encantadoramente burguesa, una habilidad innata para la fabulación, algunas acertadas influencias literarias y visuales, y la suerte de gozar de tan buena salud que he podido ir enterrando a mis competidores.
A estas alturas del camino, ¿qué es para usted la poesía?
‘Poesía’, como ‘Arte’, son conceptos escurridizos. Quizá la poesía sea el deslizamiento de la palabra sobre unos ejes lábiles que permiten aflorar nuevos contenidos, significados que se nos ocultaban o que creamos.
¿Su paso hacia la novela y el ensayo fabulador fue algo necesario?
Los modelos se agotan y, el género poético, estoy hablando de mí, llevaba ya un tiempo haciendo aguas, había entrado en un callejón sin salida en el que los ejemplos resultaban intercambiables; lo cual no significaba que se tratara de productos de baja calidad, pero no me producían la satisfacción suficiente.
El uso de un blog, luego han sido dos, conformó el relato breve como paradigma de lo más agradecido de mi producción; textos circulares, a menudo caminando sobre ese terreno denominado ‘argumento débil’, más o menos apoyados en la vida misma, resultaron un experimento de éxito. La hagiografía Familias como la mía (Tusquets, 2011) no deja de ser un encadenamiento de microrrelatos; siempre he sostenido que la tensión de un poema, debida a la brevedad, puede mantenerse en un relato, pero es casi imposible en una novela ininterrumpida.
Desde luego, pero ¿dónde se siente más cómodo, en el disparate o en la erudición?
Borges es mi maestro y he intentado imitarlo con desigual fortuna. El manejo ventajoso de la erudición es mi asignatura pendiente (también la de todos los seguidores del Gran Ciego) y, pese a que lo intento a menudo, sólo con el apoyo del humor y/o del absurdo logro, a veces, salir airoso.
Durante 33 años no escribió nada. ¿Cómo recuerda hoy esas tres décadas "permanentemente en la cuerda floja"?
Es recomendable ejercer empleos, incluso altamente alejados del empleo literario, para disponer de un notable caudal léxico y unos conocimientos especializados; así es posible lograr certeras descripciones. Esos treinta y tres años, en los que sí escribí informes periciales y científicos, supusieron el almacenaje suficiente para describir con tino la llegada al nido, situado en un cantil de material conglomerado, del macho de buitre leonado (Gyps fulvus), su grito, y la cópula acertada.
¿Qué importancia tiene en su poesía Saint-John Perse?
Me hizo ver que existía otra forma de escribir poesía, incluso diría que de escribir en general. Su "poesía del inventario" marcó mi escritura y mi vida.
¿Qué otros poetas han sido decisivos para usted?
No soy un gran lector, soy quizá en exceso exigente, me cuesta tener un libro en las manos sin que se me resbale. No puedo hablar de autores, ni siquiera de libros, pero hay cosas sueltas aquí y allá, de, por ejemplo, Rubén Darío, Juan Ramón, el Siglo de Oro, Claudio Rodríguez, Gamoneda, que me producen escalofríos y, desde luego, admiración.
Sin su pasión por las aves, ¿hubiese sido poeta, o al menos, otro poeta?
No es exacto hablar de "mi pasión por las aves" sin puntualizar "por las aves necrófagas". En cualquier caso, mi adscripción a la causa ornítica es muy posterior a mi adscripción a la causa poética. Lo que sí es cierto es que mi interés por la naturaleza, diría que por el conservacionismo, me acompaña desde mi más tierna infancia.
El libro muestra hasta qué punto ha sido un adelantado: fue novísimo antes de que existieran como grupo, huyó de la poesía social entonces de moda: ¿hoy se entiende mejor con los jóvenes que con su propia generación?
El concepto "generación" no puedo aceptarlo del todo; Pere Gimferrer, Félix de Azúa y Leopoldo María Panero, los más próximos y los más famosos de los novísimos, tuvieron relación de amistad conmigo durante los años preliminares a la salida del manual de José María Castellet, pero nunca vi en ello el arranque de una generación, al menos por mi parte. Los poetas, los escritores, somos muy envidiosos; cuando premian a un escritor del sexo masculino, raza blanca y edad parecida a la mía, y el premio es suculento económicamente, no puedo conciliar el sueño durante varias noches. Lo digo porque la envidia se mitiga si el premiado es mucho más joven que yo y, hasta hace un tiempo, si era mucho más viejo (ahora ya no quedan).
Aunque es de Barcelona, no escribe en catalán: ¿pagó caro no ser nacionalista?
En primer lugar quiero puntualizar algo. ‘Nacionalismo’ debe relacionarse con ‘Nación’, y ni Cataluña, Vascongadas y Galicia, por ejemplo, lo son ni lo han sido, por lo que en puridad deberíamos hablar de ‘Regionalismo’ (no olvidemos que el germen de Convergencia fue la Liga Regionalista). En segundo lugar, no escribo en catalán porque nunca he hablado en catalán.
Hasta 1968 en que dejo Barcelona definitivamente (salvo un breve lapso hacia 1971) nadie entre las personas de mi edad lo hace, y no por ningún tipo de prohibición, mis padres y mis abuelos sí lo hablan, simplemente porque en aquel momento la opción catalana resultaba provinciana, poco distinguida, justamente lo contrario de lo que está sucediendo hoy. Ya digo, me fui en 1968 y entonces no existía el problema, ahora quizá me obligarían a participar en una calsotada y a peregrinar a Monserrat.
¿Es el nacionalismo el gran problema del siglo XXI?
El gran problema actual de la humanidad es el exceso de individuos que la componen, la imposibilidad de alimentar y ofrecer una vida digna a esas más de siete mil millones de personas, cifra que sigue aumentando, con la subsiguiente e inexorable degradación del planeta motivada por la explotación descontrolada de los recursos.
¿Cómo ve el espectáculo preelectoral español, y a sus protagonistas, los políticos?
Es inevitable volver a Borges y a su consideración de la democracia como un abuso de la aritmética. Fatiga ya incidir en lo de siempre, en lo absurdo de afirmaciones como "el pueblo es sabio", "cada hombre, un voto", "que hablen las urnas". Los llamados ‘políticos’, salidos de ese pueblo sabio, exacerban su nulidad moral y racional al convertirse en guías, en gobernantes.
Usted que ha dedicado tantos años al estudio de las aves, ¿qué opina de la situación actual de Doñana?
Doñana fue una vez salvada de convertirse en una plantación de eucaliptos, pero siempre la espada de Damocles de la agricultura industrial ha estado gravitando sobre su cabeza. España no tiene en los gobiernos locales y regionales y, tampoco, en el gobierno nacional, miembros que destaquen por su sensibilidad ambiental pero, y esto es aún más grave, tampoco los tiene en la judicatura.
¿Contra qué se rebela Ferrer Lerín hoy? ¿Somos quizá una sociedad sumisa?
La sociedad carece de curiosidad, curiosidad por saber qué significa su propio apellido, curiosidad por leer los créditos de las películas y libros, curiosidad por conocer los nombres de los animales y plantas que se hallan en los caminos, curiosidad por saber qué hay fuera de las ramplonas fronteras que le han impuesto a su región: el otro día a un profesor de literatura de un instituto de enseñanza media catalán le preguntaron en un concurso si para ir de Madrid a Andalucía había que pasar por Somosierra o Despeñaperros y contestó, tras dudar un poco, que por Somosierra...