Mercedes Abad refleja en su nuevo libro la experiencia como profesora de la Escuela de Escritura del Ateneo barcelonés, con humor y ganas de entretener
Mercedes Abad (Barcelona, 1961) es periodista, profesora, y autora de diversas obras de teatro. Ha colaborado con la Fura dels Baus. Conoció el éxito ya con el libro de relatos eróticos Ligeros libertinajes sabáticos , Premio La Sonrisa Vertical 1986. A estos relatos siguieron Felicidades conyugales (1989), Soplando el viento (1989) o Amigos y fantasías (2004). Entre sus novelas cabe mencionar Sangre (2000), La niña gorda (2014) o Casa en venta (2020), en torno a su experiencia del confinamiento durante la pandemia.
Escuela de escritura refleja su experiencia como profesora de la Escuela de Escritura del Ateneo barcelonés. No hay aquí nada sobre la naturaleza de las escuelas o talleres de escritura, en qué sentido enseñan a escribir o cuánto hay de suculenta fuente de ingresos para las instituciones que las organizan, es decir, todo cuanto pueda haber de polémico, que es mucho. La intención de la narradora en entretener, algo que consigue con creces. Ella misma ha confesado que el humor “ es una enfermedad mental mía, no puedo escribir sin humor porque es algo que nos defiende de dos defectos abominables, como son la cursilería y la solemnidad”.
Por supuesto, no basta con el humor. Está por encima de todo la capacidad de mantener la tensión, en un entretenido crescendo lleno de hipótesis, conjeturas y obstáculos salvables o no. Una virtud que nos lleva a un inteligente final. “ Pero permitidme contar mi historia desde el principio”: Nos encontramos en un cementerio junto al mar (la acción de la novela se desarrolla en Barcelona, de la que sólo tenemos los nombres de las calles), en el lugar donde yacen las cenizas de Pat, una alumna brillante. Su anónimo profesor (pocas referencias a si es hombre o mujer) es autor de novelas que han alcanzado un enorme éxito.
El éxito es aquí, sin que sea tratado como enfermedad o un reclamo editorial, un motivo recurrente. Pat era una alumna irreverente, “ un espíritu libre y eso la hacía enormemente seductora”, “ cultivaba la duda como otros su jardín”. Al morir dejó una novela inacabada y a la narradora (dejémoslo en narradora) le interesa saber si el ordenador de Pat oculta un tesoro. Se pone en contacto con su marido, Boris, quien le dice que lo ha borrado todo.
“Ni después de saquear y beberme toda una bodega habría imaginado que un hombre pudiera estar tan celoso de una novela”, nos dice esta bebedora empedernida que llena de alcohol las páginas de Escuela de escritura .
No podrá leer las nuevas páginas, primer obstáculo con el que se encuentra. Sin embargo, logra rematar la empresa. Manda el manuscrito al Doc quien le dice que es una imitación del estilo de Pat, no su propio estilo.
Consigue reescribir la novela, pero ahora le entra una duda: siente que es un plagio. Decide consultarlo con los alumnos del mismo curso que Pat, y aquí es donde viene la sucesión de obstáculos, de conjeturas, de fracasos. De paso vamos conociendo a una serie de personajes atractivos para el lector desde sus mismos nombres. Empieza con Ada (Pat y Ada, patada nada menos), a la que su hija no le perdona que le haya bautizado con el nombre de Oliva, “pensando que así su vida sería un aperitivo permanente”, Madame T, que lleva la cuenta de los hombres y mujeres que la miran. Madame Curie, que le pide al profesor que antes de dar su opinión haga lo que él ha hecho con Pat. Y, sobre todo, Míster X, quien le dice que puede publicarla, pero con un código cifrado, que acaba por convertirse en el misterioso código que nos lleva al poco convencional final de Escuela de escritura.
Nos acompañan las variadas lecturas de la narradora, la intensidad de las emociones y se cumple las exigencias de Pat: “elegir un tono exacto y darle humor, ligereza y un poco de melancolía.
JA Masoliver Ródenas - La Vanguardia