Los versos inaugurales de De las condiciones humanas, el primer libro de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942), publicado a los 22 años, fundan con claridad meridiana el territorio de esta obra, su tono y su alcance: "Que engaño al mundo/ que nadie sabe la verdad de mi existencia/ y de las altas glorias que albergo.// Que mintiendo y transformando lo que por mí pasa/ agoto la esperanza de los zaheridos por mi lengua/ nublo el son de sus vidas/ y la gruesa fruta resbala entre mis dedos/ aniquilándose...".
Que nadie se desoriente, pues: lo que aquí se invoca -o se provoca- es una escritura que desdeña cualquier afán mimético y corta de raíz toda posibilidad de efusión emotiva, ya sea confesional o volcada en construir paisajes y atmósferas de una intimidad más o menos estetizante. La divisa del poeta muy bien podría ser: desmarque y ferocidad. Como dice José María Álvarez que dijo André Breton: "Aquí y en todas partes hay que acorralar a la bestia loca del uso".
Burla burlando (con "heroísmo evasivo", dice Aurelio Major, buen curador de esta edición), Ferrer Lerín ha ido construyendo una obra que discurre por parajes que le son absolutamente propios y que sólo en apariencia se tocan con los de algún coetáneo. Sus primeros libros nos revelan a un nieto insolente del dadaísmo y el surrealismo más lúdico y despreocupado cuyos materiales provienen del folletín, el cine negro y hasta del tebeo.
Sí, en los primeros poemas están las cadencias de Saint-John Perse, cierta melancolía de joven prematuramente envejecido, pero la escritura pronto se bifurca hacia el onirismo, el quiebro irónico y cruel, el navajazo que hiende lienzos y convierte los personajes en títeres de una imaginación indócil, orgullosa de sus máscaras. Los poemas en prosa que recorren La hora oval (1971) y Cónsul (1987) tienen la lógica y la textura del sueño, su montaje en forma de collage, sus transiciones rápidas, su brillo efímero.
Quebrantahuesos
Qué grito lastimero, fino. Un destacado
haz de ásperas cerdas, dorso de hielo. Luz
devorada sobre cabellos de luna. Caes
maltrecha, y un relámpago espantoso abre
el pavimento, quiebra la tarde de escuelas, papagayos
sobre el risco, sobre el mar
de nubes gruesas, bagaje espeso de familia honda
y gran significado.
Contemplad el vuelo, flecha
de dimensión desconocida, garras
sobre hueso frío, la médula mordida, el viento [...]
La publicación de Ciudad propia. Poesía autorizada en 2006, en una pequeña editorial canaria, parece haber activado algo en la economía interna de su autor. No en la crítica española, que sólo empezó a reaccionar con la edición del texto narrativo Bestiario en 2007 y de Fámulo en 2009. Da comienzo así la segunda parte de esta obra poética, con una rápida sucesión de libros (Hiela sangre en 2013, Libro de la confusión en 2019 y Grafo pez en 2020) que no aportan un cambio sustancial en la actitud de Ferrer Lerín, pero sí desplazan el foco referencial hacia nuevos mundos: su gusto por el medievalismo, tomado cum grano salis y ganas de chanza, al que se une la afectación de saberes arcanos y el juego con campos léxicos especializados. Los textos ganan en condensación y espesor verbal, también en cierta irónica inmediatez. Flota una nube de morriña en el ambiente, pero se nos conmina a no tomarla muy en serio.
Difícil espigar pasajes de esta poesía reunida, pues su efecto y sus virtudes sólo se hacen visibles a lo largo, pero la lectura del conjunto es una refutación feliz de ese mal congénito de nuestra crítica, que es asociar poéticas o modos de escritura a etapas históricas diferenciadas. Decía Gimferrer en 1987, en su prólogo a Cónsul, que "resulta reconfortante, hoy, saber que todavía se puede escribir también de este modo".
Treinta y cinco años años después, la apuesta no ha perdido un ápice de su frescura impúdica y su descaro liberador. Como afirma en su tardía Definición de poema, "Un poema es el conjunto de hombres displicentes/ que ven en el mal ajeno un recurso recomendable/ hombres displicentes diestros como nosotros/ en el ejercicio de la muerte sobre las estólidas masas/ ya que somos fieramente humanos/ y nos bañamos en las aguas del desacuerdo [...] y en el detalle áspero". Así sea.
Textos desde al pasado
Además de cuatro inéditos, el volumen incluye un extenso anejo con poemas sueltos, publicados en revistas o descartados de sus primeros libros, así como los prólogos originales de sus cuatro primeros textos (de José Corredor-Matheos, Pere Gimferrer y Carlos Jiménez Arribas, respectivamente) y un jugoso apartado de notas en el que Ferrer Lerín, en tercera persona, prolonga su vieja afición al juego bibliográfico