En esta última semana que engarza el relax de agosto con la ‘vuelta al cole’ de septiembre, en ‘El Asombrario’ vamos a aportar diversas reflexiones sobre asuntos candentes que nos calentaron este verano. Comenzamos con las retrógradas censuras que se produjeron en el mundo cultural de la mano de la derecha más rancia e intransigente. Como la prohibición de una interpretación teatral de ‘Orlando’, de Virginia Woolf, por las autoridades municipales de Valdemorillo (Madrid), que llegó con la primera ola de calor, a finales de junio.
Sin alcanzar el récord de Matusalén, el bíblico de los casi diez siglos…, nuestro héroe Orlando llegó a alcanzar los casi cuatro siglos. ¿Ficción? Sin duda, al igual que el abuelo de Noe, el de los 969 años. Pero él/ella, personaje novelesco de Virginia Woolf, resulta por naturaleza —sí, por naturaleza—, más cercano, más de nuestro tiempo, más colorido, más de andar por casa, quizás más LGTBI, y aun así…
Ocurrió que en posesión de sus dotes, Orlando, en la vieja Inglaterra del año 1588, nacía siendo niño, o sea, con prendas y prebendas masculinas, o sea, hermoso angelito de notable orgullo paterno y de principal y adinerada familia. Estos fueron deseos exclusivos de Virginia Woolf, verdadera madre intelectual de la criatura, prolongando así la vida de Orlando hasta el año mismo de la publicación del libro, tiempo de entreguerras, año 1928. Orlando fallecía siendo bella mujer y sin sobrepasar ante sus conciudadanos los –aunque no siempre gratos– 36 años. Veamos:
Pisando con frecuencia los amplios salones reales y siendo mozo de buen ver, la reina (supuestamente Isabel I de Inglaterra), caprichosa ella y sin quitar ojo y agasajos al bello Orlando, incorpora a éste al núcleo de preciados y favoritos jovenzuelos. Eso sí, para el héroe de Virginia Woolf, otra cosa son las pasiones y los amoríos.
Producto de las bajas temperaturas de la época y los mares helados, tras un encallamiento del barco en las mismas aguas del Támesis, pasaba por allí Sahsa, princesa rusa que, aun siendo algo caprichosa pero de muy buen ver, terminó conquistando a la vez que cegando el corazón de Orlando. Tras prometerse amor y fidelidad infinita, promesa rota a la primera de cambio por la poco fiable princesa, nuestro joven amante, pretendiendo (sin conseguirlo) olvidar el desplante, tras un viaje a la lejana Turquía y un merecido así como prolongado reposo de siete días, el caballero despertaba siendo mujer. ¡Sí, sí! Mujer. Y siendo así, que nadie piense en dramas y traumas, la nueva Orlando es feliz en su nueva oportunidad, en su nuevo reencuentro. Orgullosa incluso en su nueva faceta de (sin ella saberlo) abanderada y pionera del –siglos después– llamado Género Trans. Muy posiblemente primer transexual de la historia de la literatura.
Virginia Woolf rentabiliza esta faceta de la doble personalidad de su personaje para, y ante sus lectores, confrontar los provechos y beneficios de ambos sexos, o, mejor dicho, de cada cual los suyos.
En boca de la nueva Orlando, escribía:
—Se exigía que las mujeres fueran sumisas, castas, perfumadas y exquisitamente ataviadas. «Ahora deberé padecer en carne propia esas exigencias», pensó, «porque las mujeres no son (a juzgar por mí misma) naturalmente sumisas, castas, perfumadas y exquisitamente ataviadas. Solo una disciplina aburridísima les otorga esas gracias, sin las cuales no pueden conocer ninguno de los goces de la vida» …/… ¡Cielos! pensó, ¡Que tontas nos hacen, que tontas somos!
…/… recordó que cuando era hombre exigía que las mujeres fueran obedientes y castas, que aparecieran perfumadas. «Ahora tendré que pagar en carne propia esas exigencias».
…/… era varón, era mujer, sabía los secretos, compartía las flaquezas de los dos.
Como si de una declaración de amor se tratara, Virginia Woolf dedicó la novela a Vita Sackville-West, mujer de raíces españolas (su abuela, malagueña de raza gitana). Criadas en ambiente liberal, además de amigas y, sin necesidad de esconderlo, mantuvieron una prolongada relación amorosa. Tanto es así, tan libre, abierta y feliz debió de ser la relación que, años después, un hijo de Vita en declaraciones a la BBC, y referido a la novela, dejaría grabado: “Es la más larga y encantadora carta de amor de la literatura”.
Nada fácil debió resultarle a Virginia Woolf la adolescencia; con solo 13 años fallecía su madre. Al tiempo, el progenitor al que ella definía como “padre tirano”, en nuevo matrimonio, aportaba a la niña dos hermanastros de mayor edad. De ellos sufriría abusos sexuales, provocando las primeras de las numerosas depresiones padecidas a lo largo del tiempo. Depresiones que finalizarían en el río Ouse (R.U.) con los bolsillos del abrigo cargados de piedras y dejándose llevar por la corriente.
Tampoco pudo librarse de la grotesca lista negra de autores proscritos y censurados por los nazis. Operación León Marino fue el rimbombante nombre adjudicado por Hitler a la prevista invasión a las Islas Británicas; de ser así y ante el temor a una segura detención, ella y su marido –de origen judío– optarían por el suicidio, bien con unos frascos de morfina, bien con las emanaciones de gas tóxico en el garaje. No fue necesario. (Obligado recordar a Stefan Zweig y Benjamin Walter, dos grandes escritores que por causas similares y huyendo de los nazis escogieron este dramático final).
Y aquí viene a cuento el título cinematográfico de ¿Quién teme a Virginia Woolf? Además de aquellos nazis…, ¿alguien más la teme?, ¿alguien más repudia a la autora y a su Orlando?, ¿incluso después de muerta? De aquellos polvos estos lodos. Por desgracia, la respuesta parece ser afirmativa. Como bien sabemos, una interpretación teatral de Orlando recientemente ha sido censurada y prohibida por las autoridades municipales de Valdemorillo (Madrid). Sí, ellos también temen a Virginia Woolf.
Aún a riesgo de equivocarme, triste es pensar que ninguno de los promotores de la censura municipal –en su sequedad de sentimientos–, ha tenido la dignidad de, en algún momento de su vida, leer Orlando; es más, de haber leído diez párrafos seguidos de cualquiera de las obras de la inolvidable escritora.
Flotando sobre las aguas del río Ouse, tres semanas se tardó en encontrar el cuerpo de Virginia Woolf. Descanse en paz y que su obra continúe emergiendo; también rompiendo barreras.