Nórdica publica una selección de su poesía en un libro titulado “En busca de mi elegía”.
Ursula K. Le Guin es una de esas escritoras que te ensanchan la vida. Despacharla en los círculos intelectuales poniéndole la etiqueta de autora de fantasía, con ese desdén hacia lo que se considera banal, es algo que se ha hecho con demasiada frecuencia. El gran gurú del canon literario occidental, Harold Bloom, se avino a reconocer su talento, un poco a regañadientes: “Ha elevado la fantasía a un alto nivel literario”. Elevar la fantasía significa que parte de lo bajo, de lo ramplón. Ya le habría gustado a Harold Bloom tener la capacidad penetrante de Ursula Le Guin, una mujer que nos sitúa en el futuro para hablarnos de las incertidumbres del presente y proyectarnos hacia dilemas morales que cada vez están más cerca.
En sus libros de Terramar, la magia depende del lenguaje (como sucede en la actualidad, con el arranque de la Inteligencia Artificial). En Gueden el planeta, donde transcurre la acción de La mano izquierda de la oscuridad, los habitantes no tienen determinado el sexo en masculino o en femenino, sino que basculan entre ambos. Sus obras nos sitúan en la colonización planetaria, con altas cotas tecnológicas, pero los seres humanos siguen preguntándose cuál es el sentido de todo.
La publicación en castellano por Nórdica de una selección de su poesía en un volumen titulado En busca de mi elegía nos ayuda a comprender de manera más profunda el universo de Ursula Le Guin, que falleció en 2018. Una mujer con muchas inquietudes, que hablaba inglés, francés, italiano y español. Que leía cuentos de ciencia ficción con el mismo interés que a Victor Hugo o la poesía de la premio Nobel Gabriela Mistral (incluso tradujo libros suyos al inglés y fue una gran impulsora de su obra). Era hija de dos antropólogos expertos en las tradiciones de los indios americanos y se le filtró algo de esa cultura del que mira la naturaleza con respeto. Su poesía revela la importancia que tiene para ella la naturaleza, como recipiente planetario de nuestras vidas pero también como ventana a ese sentido trascendente que necesitamos para no hundirnos en el desánimo de una vida que va a quedar reducida a polvo.
Ve “cómo se elevaban los blancos pelícanos”, “el atigrado granito gris de las sierras”. Ese mar Pacífico que es mirado desde un sueño de volcanes. “Los sauces me llaman”, nos dice. Sin excesos retórico, pero hay una celebración del bosque como lugar sagrado: «Donde el más hermoso/castaño de indias levantaba sus ramas/en una catedral/llena de alas y voces”.
Hay una realidad sobre la realidad, o debajo de ella, o entremezclada con ella: “el mundo me soñó y yo sueño el mundo”. En cierto momento nos dice: “Lo poco que podemos saber es todo lo que poseemos”. Pero enseguida se quita esa idea de encima: “¿Y si mi riqueza es la incertidumbre, la capacidad de saber que todo lo que poseo es lo que desconozco?”.
Pueden decir que era una autora de fantasía con ese desdén de quienes no la han leído, que escribía novelas juveniles o decir misa cantada con órgano. Pero Ursula Kroeber Le Guin tenía una mirada poderosa y reveladora que iba más allá de las cosas.