La excusa para esta columna –si es que las columnas sobre las maestras necesitan excusas– podría ser el cincuenta aniversario de la novela Los desposeídos (Minotauro), porque en este 2024 necesitamos más que nunca releer las utopías (aunque sean ambiguas). La novela de Ursula K. Le Guin está protagonizada por Schevek, un físico que decide abandonar su planeta, Anarres, donde se vive según los principios del anarquismo, y viajar al vecino planeta Urras, donde impera el propietariado, con el objetivo de convencer a su comunidad científica de que es posible construir un ansible, un dispositivo de comunicación interestelar que supere los límites de la velocidad de la luz.
La novela empieza con un muro, que al igual que todos era “ambiguo, bifacético”. En el centro de la obra de Ursula K. Le Guin siempre hay un límite poroso. Hija de etnólogos y ella misma licenciada en antropología, todos sus relatos negocian con la idea de frontera: la cuestionan, la doblan, la vuelven sólida pero también gaseosa. Cuando escribe ficción especulativa, es la ciencia la que disuelve las paredes; cuando opta por la narrativa fantástica, recurre a la magia como disolvente. Siempre hay una visión política en su obra. Y lejanías en las cuales el anarquismo encontró la manera de perdurar o es posible vivir sin géneros estancos (este año se cumplen 55 años de La mano izquierda de la oscuridad ).
Le Guin, Atwood, Margulis o Haraway son influyentes por el desafío de sus ideas
La gran influencia actual de Ursula K. Le Guin y otras maestras de las letras, como Margaret Atwood, y de las ciencias, como Lynn Margulis, y de las letras y las ciencias, como Donna Haraway, se debe tanto a la excelencia de la forma como al desafío de las ideas. A diferencia de la mayor parte de la producción cultural, la que ellas firmaron se atrevió a imaginar lo que todavía no había sido imaginado. Y con características que ponían en jaque las convenciones de su momento histórico. En vez de sumarse a las tendencias del realismo y la realidad y la academia, cambiaron los ejes de rotación, imaginaron utopías y distopías, holobiontes y cyborgs, se negaron a aceptar que los tecnólogos, las corporaciones, los líderes políticos y el triste mainstream decidieran el futuro.
No hay más que visitar la sección de poesía, narrativa, filosofía o ciencia de librerías y bibliotecas; ir a exposiciones de arte contemporáneo; o revisar la programación de los festivales de cine documental para constatar que sus ideas han atravesado todos los campos, todos los debates. “Creo que la imaginación es la herramienta singular más útil que posee la humanidad”, escribe Ursula K. Le Guin en uno de los ensayos de Contar es escuchar (Círculo de tiza). Por eso es tan importante que las universidades y los laboratorios trabajen codo con codo con creadores, escritoras, artistas. La transferencia del conocimiento no tiene que ver con patentes y marcas, sino con la utilidad práctica de la ficción y la belleza para cambiar vidas.