Jueves, 21 de noviembre de  2024



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La IA no sustituirá a los autores humanos, pero ya está precarizando la industria editorial
20/2/2024



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Expertos y profesionales no ven probable librerías llenas de novelas escritas o traducidas por inteligencia artificial, pero sí que se utilice para eliminar puestos de trabajo o pagar peor los ya existentes.


Febrero está siendo un mes movido para las ilustraciones con inteligencia artificial generativa. No solo el mismo Ministerio de Juventud retiraba una campaña por el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia tras recibir las críticas del sector, es que unas semanas antes varias pequeñas librerías de toda España se ponían de acuerdo para sacar de sus escaparates la novela Juana de Arco, de Katherine J. Chen, después de que el ilustrador y autor de cómics David López le hiciese, hablando en román paladino, un traje de torero a la ilustración de portada, llena de errores debido a un uso torticero de la Inteligencia Artificial.


Que la IA generativa “roba” vía internet y bases de datos el trabajo de otros se percibe claramente en el caso de la ilustración, pero no tanto en el de la escritura o la traducción, labores literarias por antonomasia. Aunque la avalancha en ese sentido no sea tan perceptible, revistas como la estadounidense Clarkesworld, especializadas en ciencia-ficción, suspendieron durante varios meses de 2023 la recepción de manuscritos ante la masiva llegada de textos escritos claramente con el célebre ChatGPT. En el periodismo, la demanda de The New York Times contra Open AI hace la cuestión mucho más visible.


En medio de toda la confusión sobre cómo llamar, utilizar o legislar la nueva herramienta, la pregunta —también ciencia-ficción— sobre si un autor “robot” sustituirá a Arturo Pérez-Reverte, Maryse Condé o a los mismísimos Wu Ming se descubre como un “no, pero”.


A nivel legal, de hecho, es un no rotundo que aclara el posible recorrido comercial de la misma: “Con el panorama actual, solo están protegidas por los derechos de autor aquellas obras que han sido creadas por un ser humano. Solo pueden ser creadores a efectos de propiedad intelectual las personas, no las máquinas”, explica a El Salto Clara Ruipérez, directora de Estrategia Jurídica de Contenidos, Marcas y Transformación Digital de Telefónica.


Esto tiene una relevancia comercial “decisiva” puesto que aquello que no está generado por un ser humano o con una intervención decisiva de este, no genera derechos de autor y, por tanto, “cae automáticamente en el dominio público, es decir, su explotación es libre no siendo necesario pedir autorización”, añade Ruipérez.


El analista Alberto Romero, autor del blog The Algorithmic Bridge, considera que desde un punto de vista técnico, además, sería “extremadamente difícil” que las actuales IA generativas puedan sustituir al autor humano. “Tenemos que verlas como herramientas, sin antropomorfizarlas, solo que son herramientas cuyas posibilidades tenemos que explorar sin manual y ver cómo integrarlas en nuestro proceso de trabajo”, explica.


Aunque aclara que “la equivalencia IA-persona es errónea al nivel individuo, pero a nivel de grupo las cosas cambian. Es ahí donde el trabajo de mucha gente corre peligro. El factor humano es imprescindible, pero tal vez no todas las personas lo sean para un proyecto dado. Por ejemplo, si un equipo de desarrollo estaba compuesto por 15 programadores antes de ChatGPT, después de ChatGPT su empresa podría fácilmente decidir que mantener solo a los cinco mejores de ese grupo combinando sus habilidades con los conocimientos de ChatGPT sería una mejor opción”.


Los puestos que podrían desaparecer dependen “del riesgo que estén dispuestas a asumir las empresas y de cómo escala el coste de usar estos sistemas”, evalúa. A medio plazo, Romero cree que vamos a ver desaparecer muchos puestos, pero advierte que “puedes encontrar estudios que dicen que los trabajadores creativos freelance ya están sufriendo las consecuencias, y otros que dicen que el coste de uso de estas herramientas es tan alto que, de momento, no son una decisión económicamente sensata”.


Ruipérez advierte que “a falta de regulaciones detalladas que cubran todos los escenarios”, las opciones que se están tomando dentro del sector cultural son “asombrosamente diversas”. Aunque el prejuicio dice que las multinacionales tienden a ser más laxas, “nos encontramos con empresas de gran tamaño que están implementando protocolos donde la prohibición del uso de la IA es radical”. La flexibilidad en su aplicación, en los casos de grandes conglomerados, “se da en entornos donde la transparencia suele ser la reina”.


La autoayuda de la máquina

“El 95% de los libros que se publican, desde los de cocina o fútbol hasta los de poetas influencers, pasando por los académicos o los manuales que solo recopilan información, pronto podrán ser generados con IA”, opina, desde un punto de vista menos técnico y más, por decirlo así, estrictamente literario, el escritor Jorge Carrión, autor de Membrana (Galaxia Gutenberg, 2021), una novela sobre inteligencia artificial, y Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial (Caja Negra, 2023), escrito junto al colectivo Taller Estampa usando dos sistemas de IA, uno para redactar y otro para plantearle cuestiones sobre el texto.


“Los sistemas GPT-4 ya redactan mejor que muchos autores de libros superventas. Muchos libros que se publican sobre marketing o autoayuda podrían ser escritos por un sistema neuronal y un buen editor humano”, opina el escritor Jorge Carrión

Para Carrión, la cuestión no es si la IA puede sustituir a los autores, sino cuándo. “Los sistemas GPT-4 ya redactan mejor que muchos autores de libros superventas. Muchos libros que se publican sobre marketing o autoayuda podrían ser escritos por un sistema neuronal y un buen editor humano”. En su opinión, “solo la novela más compleja o la poesía más sofisticada probablemente sigan siendo exclusivamente humanas durante mucho tiempo”.


Lo interesante del panorama que quede por delante es cómo “la autoría puede mutar, como ocurrió entre la Edad Media y el Renacimiento, cuando digamos que se inventó el yo moderno, pero también se puede reafirmar. Imagino a autores que se niegan sistemáticamente a usar la IA. A otros que se alían con ella. O nuevas autorías, que respondan a autores no humanos, como ya ocurre con las instagramers famosas que son de naturaleza artificial. El Premio Nobel y otros mecanismos del prestigio seguirán, eso sí, premiando lo 100% humano… si es que eso existe”.


El valor de la traducción

Para la elaboración de este reportaje hemos consultado con algunos editores de pequeñas editoriales o de sellos de grandes grupos, que han declinado participar precisamente por no tener clara la política de sus empresas. Uno de ellos nos comentó su experiencia en ambos terrenos, la pyme y la multinacional. “En una editorial pequeña, el dueño, hace ya unos años, pasaba libros enteros por un programa de asistencia en la traducción y luego los repasaba él o me lo encargaba a mí, por ahorrarse el traductor. Ahora, en el sello en el que estoy, me consta que hay un contrato internacional que está costando cerrar porque el socio extranjero ha puesto que la traducción debe ser realizada por ‘a human accomplished translator’ [un traductor humano consumado] y nuestro departamento legal quiere quitar la palabra ‘human’, por si acaso”.


Cuando le planteamos este caso anónimo a Marta Sánchez-Nieves, presidenta de la asociación profesional ACE Traductores, no le suena descabellado. “Se está precarizando una profesión que ya era muy precaria. En lo que se llama a veces literaturas menores, como el género romántico o el juvenil, sabemos que hay casos que se hace eso, se pasa por la IA o el programa y el presunto traductor solo corrige. Tiene un punto de clasismo cultural, de hablar de alta o baja literatura, pero plantea más problemas que ese”.


En un mercado saturado de publicaciones, donde las editoriales necesitan servir novedades constantemente, “me imagino al editor que piensa, ¿dónde ahorro costes? Pues precarizo a los trabajadores que hacen esos libros. Y si la IA me sirve para eso, la utilizo. En nuestra tarea concreta, el problema es que la máquina no capta los dobles sentidos, el contexto o no tiene sentido del humor. Y si hablamos de lenguas que no sean el inglés o el francés, que tienen menos datos de los que aprender, se está dando el caso una práctica que antes era habitual en el audiovisual: traducir todo al inglés, y del inglés al castellano”.


En el mundo editorial, la táctica de la ‘lengua puente’ “se estaba perdiendo, estaba mal visto. Pero claro, si ahorro con eso… Por una parte, se pierden matices, por otra, es pura unificación cultural. Yo traduzco del ruso y me he encontrado películas o series en las que se notaba que de los subtítulos se había encargado alguien, o algo, que no sabía nada de cultura rusa”.


La lucha reciente de los traductores ha sido por los derechos de autor de su trabajo, recibiendo el reconocimiento de labor literaria. En poesía, más compleja de trasladar de un idioma a otro sin perder significados o ritmo, está más avanzado, “pero en otros casos, donde no da tanto prestigio o quizás el editor o editora no tiene tanta visibilidad, parece que vale todo”.


Aun así, Sánchez-Nieves se permite ser moderadamente optimista. “Los boom de las tecnologías siempre nos llaman la atención. El libro electrónico iba a acabar con el libro en papel, la traducción automática iba a acabar con los traductores… y aquí seguimos. La única diferencia es que cada vez nos pagan menos y dedicarse a la cultura se va convirtiendo en una especie de hobby para gente que vive de otra cosa como, por otra parte, ha sido en muchas épocas de la historia”.


El cierre de este reportaje nos lo da Jorge Carrión cuando le preguntamos si cree que lo que eliminará puestos de trabajo será la IA de por sí o el uso que se le dé: “Son los humanos. Y el capital”.





   
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