Con afirmaciones contundentes, previsiones, avisos y reflexiones escritas en la primera mitad de los 70, la escritora lanzaba en 'De las mujeres' su bola de partido a la posteridad
Susan Sontag (1933-2004) publicó entre 1972 y 1975, en el cénit de su producción ensayística, una serie de artículos sobre el envejecimiento, la igualdad, la belleza, la sexualidad o el fascismo. El paso del tiempo juzgaría si su pensamiento seguía teniendo vigencia décadas después. Y décadas después tenemos el veredicto, porque algunas de las tesis de aquellos ensayos, reunidos ahora en De las mujeres (varios de ellos publicados por primera vez en español) están en el corazón de los debates más actuales del feminismo, claro, pero también de temas como la presión social, la obsesión con la belleza, la función de la familia, la polarización entre los géneros… Es verdad que las palabras de Sontag suenan actuales. Pero no, no es que suenen actuales, es que son las mismas palabras que se reflejan en los medios, se comentan en las redes, se proclaman en las calles y se discuten en las sobremesas. Las hemos leído, subrayado y aquí rescatamos lo que Susan Sontag tiene que decir a las mujeres
del siglo XXI.
1. Permitíos “envejecer con naturalidad y sin vergüenza”. Hoy ya no es ninguna sorpresa ver a mujeres con canas, pero lo era y mucho cuando Sontag decidió dejar su icónico mechón blanco. Una bandera para recordar que si la vejez es un incordio siempre lo fue (lo es) más para las mujeres. ¿Por qué? porque “el envejecimiento es más un juicio social que una contingencia biológica”, es un descubrimiento moral, de la imaginación, afirma la ensayista norteamericana, y comienza en el momento en que se asume ese veredicto. ¿Qué hacer entonces con ese nuevo estado? Es posible que, al igual que cuando alguien muere comienza el trabajo de duelo, el asumir el ser-vieja dé comienzo a los arduos trabajos de conservación. “Transcurrida la adolescencia las mujeres se convierten en conserjes de su cara y cuerpo, siguiendo una estrategia esencialmente defensiva, una operación de contención”. Mucha energía para culminar siempre en derrota. ¿Derrota? Pero ¡qué vocabulario es ese! No es derrota, es naturaleza. Y tradicionalmente se ha esgrimido en contra de las mujeres. ¿Las razones? “También a los hombres les preocupa y quieren ser atractivos, pero como su actividad consiste sobre todo en ser y hacer, y no solo en parecer, los cánones de la apariencia son mucho menos rigurosos. Los que regulan lo que es atractivo en un hombre son permisivos; se ajustan a lo posible o ‘natural’ para la mayoría de ellos a lo largo de casi toda su vida. Los que rigen la apariencia de la mujer se oponen a la naturaleza, y la mera aproximación a su cumplimiento supone considerable esfuerzo y tiempo”. Qué esclavitud. Los hombres “no sienten la necesidad de disfrazarse para defenderse de los signos moralmente censurados del envejecimiento, para burlar la obsolescencia sexual prematura”. Este es el doble rasero de medir el envejecimiento que “presenta a las mujeres como propiedades, como objetos cuyo valor se deprecia rápidamente con el paso del tiempo”. Sontag reclama para las mujeres la libertad de envejecer. Pero como todas las libertades, tampoco esta se concede gratis, sino que se gana. ¿Cómo? “Pueden aspirar a ser sabias, no solo agradables; a ser competentes, no solo serviciales; a ser fuertes, no solo elegantes; a ser ambiciosas para sí mismas, no solo en relación con los hombres y los hijos. Solo de este modo podrán permitirse envejecer con naturalidad y sinvergüenza, protestando activamente y desobedeciendo las convenciones derivadas de los dos cánones sociales del envejecimiento”.
2. Belleza y opresión: contra la cosmeticorexia (cuando esta no existía). Tampoco existían en los 70 las redes sociales, pero sí una presión social, especialmente sobre la mujer (y más bien en aquella época solo sobre ella) por ser bella, en general, y estar perfecta, en particular, siempre y en todo lugar. Sobre este imperativo, escribía Sontag: “No es el deseo de estar bella lo errado, por supuesto, sino la obligación de serlo; o intentar serlo. Lo que la mayoría de las mujeres acepta como idealización halagadora de su sexo es una manera de hacerla sentirse inferiores respecto de lo que son en realidad; o respecto de lo que normalmente acaban siendo. Pues el ideal de belleza es administrado como una forma de opresión. Se enseña a las mujeres a ver sus cuerpos por partes, y a evaluar cada cual por separado. Pechos, pies, caderas, talle, cuello, ojos, nariz, cutis, cabello, y así sucesivamente: cada cual es a su vez sometida a un escrutinio ansioso, irritable y a menudo desesperado. Aunque algunas lo pasan, otras siempre parecerán deficientes. Nada bastará sino la perfección”.
Para lograrla no se escatiman esfuerzos: todo un arsenal de productos, vídeos, técnicas, consejos más o menos profesionales esperan ahí a ser consumidos a mayor gloria del aspecto físico de una misma. A edades cada vez más tempranas. Y si eso no es suficiente, el último recurso de la cirugía a disposición de la autoedición. También a edades cada vez más tempranas. Cuando Sontag usaba la palabra mutilación en 1972 en su artículo ''Los dos cánones del envejecimiento'', que abre el libro de Endebate, no sabía que cinco décadas después el sentido de la frase sería literal: “Desde la primera infancia se adiestra a las niñas a preocuparse de modo exagerado y patológico por su apariencia, mutilándolas profundamente (hasta el grado en que nunca son aptas para una madurez de primera clase) al someterlas a la intensa presión de presentarse a sí mismas como objetos físicamente atractivos. Ellas se miran al espejo con mucha más frecuencia que ellos. De hecho, mirarse al espejo, mirarse mucho, es prácticamente su deber”. Contra esta tiranía, indulgencia, cariño, permitir que los rostros “muestren la existencia vivida”.
3. Un lucha revolucionaria conservadora y radical. En 1972, Susan Sontag respondió a las preguntas de un cuestionario que partió de la revista Libre, una publicación política y literaria en español, editada en París y de orientación “vagamente marxista”, se lee en las explicaciones que la propia autora da al comienzo de su texto. Se titula ''El Tercer Mundo de las mujeres'' y es un texto fundacional del feminismo, cuyas propuestas (liberación del destino reproductivo, revocación del lenguaje sexista y de la doble carga o jornada…), fueron y son objetivos de la reivindicación feminista y están vivísimos en los medios, en las calles y en las casas.
Al comienzo de este artículo señala Sontag que la emancipación de la mujer le parece una “necesidad histórica tan primordial como la abolición de la esclavitud” y que para lograrla se necesitará “una lucha denodada, una lucha que en verdad merece el adjetivo de ‘revolucionaria’”. Y da las claves de cómo ha de ser esta revolución: radical y conservadora a la vez. “Conservadora, en el sentido que debe rechazar la ideología del desarrollo económico ilimitado (con niveles siempre crecientes de productividad y consumo; aparejados a una ilimitada canibalización del medio ambiente); una ideología compartida con igual entusiasmo por los países que se denominan capitalistas que por los que aspiran al comunismo”. Una lucha radical por poner en entredicho “los hábitos morales tradicionales, fundamentalmente autoritarios, comunes tanto a los países capitalistas como comunistas. La liberación de la mujer es la parte más radical de este nuevo proceso revolucionario”. Para Sontag, la familia es una institución organizada en torno a la explotación de la mujer
4. Algo más que igualdad: es el poder, amigas. El programa feminista de Susa Sontag hace parada en la igualdad, pero no se detiene. “Todo programa serio de liberación de la mujer debe partir de la premisa de que la liberación no toca solo a la igualdad (la idea liberal). Se refiere al poder. Las mujeres no pueden emanciparse sin reducir el poder de los hombres”. La confrontación no se esquiva, tampoco se fomenta; es tomada por irremediable, pues “ninguna clase dominante ha renunciado jamás a sus verdaderos privilegios sin oponerse a ello”. ¿Es el objetivo la guerra de sexos por el poder tal y como este está concebido? No, lo que se persigue además del “cambio de la conciencia y las estructuras sociales” es cambiar la naturaleza misma del poder, pues “a lo largo de la historia el poder se ha definido en términos ‘sexistas’: identificándolo con un normativo y supuestamente innato gusto viril por la agresividad y la coerción física, y con las ceremonias y prerrogativas de agrupaciones solo masculinas en la guerra, el gobierno, la religión, el deporte y el comercio”. Y sentencia: “Todo lo que no suponga un cambio respecto de quién detenta el poder y la naturaleza de este, no es liberación sino apaciguamiento”.
5. Un mensaje para Manolo. Ellas dicen: “Manolo, la cena te la haces tú solo”. Susan Sontag dice: “Incluso cuando la mujer ejerce un empleo tan honorable o físicamente agotador como el de su marido, cuando ambos vuelven a casa parece todavía natural al marido (y habitualmente a la mujer) ponerse a descansar mientras ella prepara la cena y, después, hacer la limpieza”. Para Sontag, la familia es una institución organizada en torno a la explotación de las mujeres. Trabajar fuera de este ámbito es liberarse de parte de la opresión, pero al llegar a casa, ahí aguardan las tareas y el trabajo mental de las preocupaciones por las tareas: “Al desempeñar un trabajo remunerado, cualquiera que sea, una mujer deja de ser solo una criatura doméstica, pero puede continuar todavía siendo explotada, ahora como una criatura doméstica a tiempo parcial y casi cargar con responsabilidades a tiempo completo. Las mujeres que se han ganado la libertad de salir al ‘mundo’ pero que aún se responsabilizan de la compra, la cocina, la limpieza y los hijos cuando vuelven del trabajo, no han hecho sino duplicar la tarea. Este es el predicamento de casi todas las mujeres casadas que trabajan tanto en los países capitalistas como en los comunistas”. La solución vendrá cuando la mujer realice toda suerte de empleos, solo así “dejará de parecer natural al marido que su esposa haga todo o gran parte de las labores domésticas”.
6. Deber de sororidad. Hacia el final de El Tercer Mundo de las mujeres, Sontag hace una especie de inventario de sí misma. Resuelta desde muy joven a actuar sobre el mundo, ni siquiera se le ocurrió que pudiera encontrar impedimentos por el hecho de ser mujer. Afirma no saber que era feminista cuando se casó y conservó su apellido, cuando se divorció y rechazó indignada la sugerencia de su abogado de obtener una pensión alimenticia. “Era vagamente consciente de que constituía una excepción, pero nunca me pareció difícil ser una excepción”, afirma. Ella constituye el ejemplo de una mujer liberada. ¿Cuestión de suerte? “La buena suerte de dicha mujer es como la buena suerte de unos cuantos negros en una sociedad liberal, pero todavía racista. Cada grupo liberal (ya sea político, profesional o artístico) necesita a su mujer representativa”. Critica duramente el prototipo de mujer triunfadora y la misoginia que desprende en sus alabanzas a sus colegas masculinos. Es una conducta que se ha encontrado en buena parte de las mujeres que han triunfado y que reprocha porque que “dan a entender que todas las mujeres, con solo proponérselo, pueden alcanzar lo que ellas han logrado; que las barreras levantadas por los hombres son débiles; que son sobre todo las propias mujeres las que se contienen. Esto es simplemente falso”. ¿Qué debe hacer una mujer que ha triunfado? Un par de cosas. “La primera responsabilidad de una mujer ‘liberada’ es presidir la vida más completa, libre e imaginativa que pueda. La segunda, manifestar su solidaridad con las otras mujeres [...] Las buenas relaciones con los hombres no deben adquirirse a costa de traicionar a sus hermanas”.
7. El feminismo no es un antiintelectualismo. Las relaciones de Susan Sontag con las hermanas Leni Riefenstahl y Adrienne Rich ocupan la última parte del ensayo. Es un intercambio bien interesante que hay que desgranar para entender. Comprende varias fases. Primero Sontag publicó el texto ''Fascinante fascismo'', donde se dedica a denunciar el blanqueamiento de sí misma perpetrado por Riefenstahl, con la aquiescencia de gran parte de la opinión pública, de quien había sido la máxima autoridad cinematográfica del Tercer Reich. Su argumentación es larga, detallada y exhaustiva, pero no se detiene —o no se detiene como esperaba la activista Adrienne Rich— en los valores feministas. Rich le reprocha a Sontag el hecho no haber mencionado el afán antijerárquico y antiautoritario del feminismo, no haber reiterado su crítica a las mujeres que triunfan en el patriarcado al modo masculino... Sontag se defiende: “Quiero legiones de mujeres y hombres que señalen la omnipresencia de estereotipos sexistas en el lenguaje, el comportamiento y las imágenes de nuestra sociedad [...]. Pero quisiera también ver algunos pelotones de intelectuales feministas poner de su parte en la lucha contra la misoginia a su manera, permitiendo que en su obra las implicaciones feministas sean residuales o implícitas, sin arriesgarse a que sus hermanas las acusen de deserción. Me desagrada la disciplina partidista. Conduce a la monotonía intelectual y a la mala prosa. Y denuncia “un desliz persistente de la retórica feminista: el antiintelectualismo” que desprendem críticas como la de Rich. Lo argumenta así remontándose a la década de los 60, cuando el feminismo heredó “otra retórica política menguante, la del gauchisme. Un denominador común de los debates de la Nueva Izquierda era su afán por oponer jerarquía e igualdad, teoría a práctica, intelecto (frío) a sentimiento (cálido). Las feministas han propendido a perpetuar estas caracterizaciones filisteas de la jerarquía, la teoría y el intelecto”. Y termina con una advertencia con la Susan Sontag sigue hablando a las mujeres del siglo XXI: “Esa suerte de militancia de saldo parecería que puede servir a los objetivos feministas a corto plazo. Pero implica una rendición a nociones inmaduras del arte y el pensamiento y al fomento de un moralismo verdaderamente represivo”.