Raúl Montilla novela en ‘Las hijas de la fábrica’ el devenir de las inmigrantes andaluzas en Catalunya desde los sesenta
El escritor y periodista Raúl Montilla (Barcelona, 1979) reconoce que de la llegada de andaluces a Catalunya durante medio siglo XX y de la construcción del área metropolitana de Barcelona ya se escribieron una barbaridad de folios –¿quién no sabe de los pesares de la gente que viajó en el Sevillano ?–pero que en realidad en muy pocas ocasiones se novelaron las aventuras y desventuras de esta gente, y que en muchas menos las mujeres fueron las protagonistas de los párrafos.
Además, agrega el prolífico Montilla con un cierto resquemor, con un punto de hartazgo, “muchas veces todo fue cosa de paracaidistas que lo miraron todo desde afuera. Yo quería hacer algo desde dentro, una novela del barrio y desde el barrio, una saga familiar durante 40 años con un punto épico donde las protagonistas fueran las mujeres, nuestras madres, abuelas y hermanas tantas veces arrinconadas”.
El autor reivindica el papel de tantas que siempre vivieron más preocupadas por los demás que por ellas
Sí, Las hijas de la fábrica no llega a la categoría de ajuste de cuentas cultural, pero sí que tiene un lado muy reivindicativo. Porque el fenómeno migratorio y sobre todo este episodio de la historia de Catalunya acostumbraron a relatarse desde el punto de vista de los hombres, en torno a sus éxitos y sus fracasos, sus motivaciones y sus preocupaciones. Las mujeres siempre pasan de puntillas, tal y como ocurrió en la vida real ¿quién se preocupó alguna vez por aquellas mujeres que se preocupaban por todos mientras se olvidaban de ellas mismas?
Aquellas mujeres que atendían a sus maridos y a sus hijos, que limpiaban la casa y hacían la comida, que luego de todo cosían a destajo para que la familia pudiera por fin comprarse un piso con agua corriente, que montaban plataformas vecinales para exigir al régimen que transformara los descampados en parques, que abriera ambulatorios y colegios, que asfaltara las calles...
Y al rato el lector se siente interpelado, al final uno no puede sino pararse a pensar de verdad en tantos sacrificios ninguneados, en que quizás tiene mucho que aprender del altruismo, la solidaridad y la entrega de tantas mujeres dedicadas a cuidar de los demás. A lo mejor si todos aprendiéramos un poco de ellas... La novela es un acto de justicia con un montón de señoras ya de edad que por fin se verán a sí mismas como protagonistas. ¿Qué hacían tantos hombres sino preocuparse de sus trabajos y llevar a sus hijos al parque de atracciones un domingo cualquiera, de vez en cuando?
Y Las hijas de la fábrica también es una suerte de Forrest Gump de andar por casa. Porque estamos en la Sati, en Ciudad Satélite, en los primeros bloques que levantaron en este apartado rincón de Cornellà de Llobregat, antes de que trataran de dignificarlo rebautizándolo como barrio de San Ildefonso y después como de Sant Ildefons.
A través de las vicisitudes de esta familia recién llegada de Montilla, de la provincia de Córdoba, Montilla, cuyos padres sí que son de allí, de Montilla, nos habla también de los curas obreros, de la lucha antifranquista, de las torturas en la comisaría de la Via Laietana, de la construcción del área metropolitana de Barcelona, de la irrupción de la heroína y la inseguridad ciudadana, del golpe de estado de Tejero, de la Zeleste y del botellón... Pero no lean Las hijas de la fábrica como un libro de historia. Montilla, que antes de pasarse a la comunicación institucional hizo de corresponsal del Baix Llobregat en un montón de medios durante lustros, sabe bien que para ganarse la complicidad del lector no hay nada como acercarle los escenarios de su propia vida.