Una antología las sitúa en igualdad junto a los poetas de su época y Málaga reivindica a sus mujeres ilustres con una nueva ruta cultural y la retrospectiva de María Blanchard en el Picasso
La Puerta del Sol no solo es el kilómetro cero de las carreteras radiales españolas. Simbólicamente, se ha convertido en el origen de las Sinsombrero y del creciente fenómeno de su recuperación. La anécdota la recordaba en 1980, en el programa A fondo de Joaquín Soler Serrano, una fantástica Maruja Mallo de 78 años, con una exagerada sombra azul en los ojos, labios carmín y foulard lila, divina toda ella como la gran artista surrealista que fue: «Todo el mundo llevaba sombrero, era un pronóstico de diferencia social. Pero un buen día a Federico [García Lorca], a Dalí, a mí y a Margarita Manso se nos ocurrió quitarnos el sombrero y, al atravesar la Puerta del Sol, nos apedrearon insultándonos como si hubiéramos hecho un descubrimiento, como Copérnico o Galileo». Se refería al efervescente Madrid de los años 20 (que también fue el de la dictadura de Primo de Rivera), el de la Residencia de Estudiantes y la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde coincidió esa generación prodigiosa de literatos y artistas que sería llamada 'del 27'. Pero esa generación ha estado amputada en los libros de historia, en las antologías literarias y en las salas de los museos. Le faltaba la mitad: la creación de ellas.
El documental seminal Las Sinsombrero inició en 2015 lo que hoy ya se ha convertido en una ola de reivindicación con exposiciones (este verano coinciden Rosario de Velasco en el Thyssen, María Blanchard en el Picassso de Málaga o Manuela Ballester en La Nau de Valencia), cómics (desde Ellas iban sin sombrero hasta la biografía de Maruja Mallo), obras de teatro, reediciones de libros descatalogados y antologías que, por fin, sitúan a las poetas al mismo nivel que sus compañeros ya canónicos.
Más allá de Madrid como epicentro y kilómetro cero del sinsombrerismo, Málaga se reivindica como nuevo punto neurálgico de esa recuperación con una nueva ruta cultural que parte del hotel Molina Lario, a escasos metros de la Catedral. En una de las paredes de madera del hotel, una pequeña exposición reivindica a las Sinsombrero malagueñas, como las ilustres María Zambrano y Victoria Kent (que dan nombre a dos de las estaciones de tren de la ciudad), pero también pone rostro a las más desconocidas, como la genial Isabel Oyarzábal (1878-1974), que tuvo una vida digna de película.
Además de actriz y escritora, Oyarzábal se distinguió como diplomática: fue la primera embajadora española durante los años de la Guerra Civil (primero en Suecia, después en Finlandia), destacó como la única mujer de la Comisión Permanente sobre Esclavitud de las Naciones Unidas y llenó el Madison Square Garden de Nueva York con 25.000 personas en su conferencia para recabar apoyos para la República. Como tantas otras, acabó exiliada en México y olvidada. Sus memorias, escritas en inglés, tardaron 70 años en publicarse en nuestro país y una parte de su obra permanece aún inédita. «Es una de las muchas historias a redescubrir. Aún existen muchos errores y confusiones en los archivos. Aveces encontramos fotografías de época en las que los nombres están mal puestos o intercambiados. Falta investigar la identidad de muchas mujeres que han permanecido en la sombra», señala el historiador de arte Fernando Carmona, ex jefe de Programación del Museo Carmen Thyssen y responsable de la ruta de las Sinsombrero malagueñas.
Adentrándose por las callejuelas de la antigua judería se llega a la plaza de la Constitución, flanqueada por la señorial Sociedad Económica, que hace un siglo era eminentemente masculina. Pero allí, Victoria Kent (1892-1987), siendo ya Directora General de Prisiones de la República y diputada en el Congreso (la primera junto a Clara Campoamor y Margarita Nelken) pronunció una magistral conferencia titulada La mujer en la política.
Kent había abandonado su Málaga natal para estudiar Derecho en Madrid. No solo fue de las primeras abogadas y colegiadas, también sería la primera mujer que ejercería ante un Tribunal Militar y en un Consejo de Guerra (por cierto, ganó la causa). Como flamante directora de prisiones y en su gira por las míseras cárceles españolas que pretendía modernizar y humanizar, volvió a Málaga para recorrer su centro penitenciario. En una fotografía de esa visita institucional, aparece Kent rodeada por 13 hombres trajeados, funcionarios y altos cargos municipales. Su presencia no dejaba indiferente. Tampoco en la Sociedad Económica, donde expresó su visión sobre el voto femenino: «La gente es contraria a que la mujer tenga voto porque, prácticamente, no está lo suficientemente capacitada para ello. Se dirá ¿no hay muchos hombres que tampoco están capacitados para votar y, sin embargo, tienen voto?».
A pesar de su lucha por los derechos de las mujeres, Kent ha pasado a la historia como la diputada que se opuso al sufragio universal, en una épica confrontación en el Congreso con Clara Campoamor, que defendía el voto femenino. «Jugó un papel controvertido que no acabó de entenderse. Kent abogaba por la formación de la mujer. Hay que tener en cuenta el analfabetismo de la época... Temía que si las mujeres votaban había el riesgo de que fueran manipuladas por sus padres o maridos. Así que pidió aplazar el sufragio universal», señala Carmona, que vuelve a callejear para detenerse frente al restaurante La Flor Negra, en la calle Santa Lucía.
«Aquí estuvo la botica de Concha Lazárraga (1892-1967), la primera farmacéutica de Málaga y gran experta en formulación. Como hablaba varios idiomas todo extranjero con alguna dolencia pasaba por su farmacia», cuenta. No todas las sinsombrero fueron artistas: hubo juristas y científicas. El itinerario académico de Lazárraga sorprende incluso hoy: tras estudiar Farmacia en Granada y Madrid, se marchó tres años a Berlín para cursar Química y, después, realizó sus prácticas en la Universidad de Columbia y unos laboratorios de Nueva York.
En el cercano Museo Picasso, triunfa la antológica María Blanchard. Pintora a pesar del cubismo, que redescubre a una de las mejores artistas españolas del siglo XX, con permiso de Maruja Mallo. Ninguneada por la historia del arte, aunque se codeó con el propio Picasso, Juan Gris o Diego Rivera, Blanchard (1881-1932) se erige hoy como una de las creadoras más originales, al nivel de Frida Kahlo, salvo que sus referencias son profundamente españolas, con mantillas, gitanas y abanicos. Hay en su obra una tristeza, un algo desasosegante, un dolor... Pero también una luminosidad, una ternura esperanzadora. Y aunque coqueteó con el cubismo, su estilo viró hacia retratos un tanto surrealistas, fauvistas en el uso desacomplejado del color y con unas formas descarnadas, modernísimas, que se avanzaron a Lucien Freud, Francis Bacon o Paula Rego.
A dos calles del Museo Picasso, está el Teatro Echegaray, con su imponente fachada neoclásica. En abril de 2015, en pleno Festival de Málaga, acogió la première de Las Sinsombrero, dirigido por Tània Balló junto a Manuel Jiménez Núñez y Serrana Torres, el documental que lo cambió todo y que puede verse en la plataforma de RTVE. «Empecé a investigar el tema en 2009, entonces apenas había referencias», recuerda Balló. Fue ella quien bautizó a las mujeres del 27 como las Sinsombrero después de ver la grabación de Maruja Mallo en el programa de Soler Serrano. «La idea performática del sinsombrerismo la puso de moda Ramón Gómez de la Serna en los años 30, pero desde un concepto masculino. Cuando ellas se sacan el sombrero las implicaciones van más allá: remite a la idea de desatarse el corsé, de tomar las riendas de su propia vida... Estaban ahí, junto a ellos, participando de las mismas actividades, tomando el pulso a su época y siendo protagonistas de ella. No fueron una excepción, formaron parte de la historia por derecho propio, aunque no nos lo hayan contado», explica Balló.
Su proyecto no se limitó a un documental, sino a tres (Ocultas e impecables, que sigue a las mujeres que vivieron el franquismo, y Las exiliadas), además de tres libros que ha ido publicando en Espasa y una exposición que celebró en el centro cultural Fernán Gómez de Madrid entre 2022 y 2023. «Para llegar a transformar el relato tenía claro que necesitábamos una marca potente y una gran campaña de impacto que no podía limitarse a un documental. Pero nunca creí que conseguiríamos tanto en apenas 10 años. Las Sinsombrero son patrimonio de todos y ya se habla de ellas en los institutos», se felicita Balló. No ha sido una historiadora, sino una artista como ellas, la que inició esa recuperación popular. De hecho, la etiqueta de Sinsombrero ha desbordado la propia generación del 27 para incluir a aquellas creadoras que vivieron el franquismo pero quedaron invisibilizadas y olvidadas.
Este verano, la editorial Alba ha publicado en su colección de poesía dirigida por Gonzalo Torné un exquisito volumen, Las Sinsombrero y un nuevo 27, que recoge los versos de 13 poetas sin distinción de género. Siete son mujeres y seis son hombres. «Consideramos qué tipo de antología nos gustaría que los lectores pudieran tener en casa, en las aulas o en las bibliotecas y pensamos que sería interesante hacer posible que las poetas y los poetas del siglo XX compartieran espacio, puesto que en su época ya estuvieron juntos en las mismas redes de creación artística, intelectual y política», explica la responsable de la edición, la investigadora Ana Fernández-Cebrián, profesora asociada en la Universidad de Columbia. «La doble condición de estas poetas como mujeres y como exiliadas o exiliadas interiores las ha convertido durante muchos años en presencias silenciadas en unas historias de la literatura elaboradas mayoritariamente por hombres», añade.
Ni Lorca ni Cernuda necesitan presentación. Pero sí Concha Méndez (1898-1986), que fue mucho más que la primera novia de Luis Buñuel: su guion Historia de un taxi se llevó al cine dos años antes que Un perro andaluz y aunque su ambición era la dirección tuvo que abandonar ese sueño. Tal como ella misma escribió: «Esto aquí en España es un problema. Ymás tratándose de poner capital en manos de una mujer. Estamos en un país donde, desgraciadamente, a la mujer no se la considera en lo que pueda valer». Pero sí dejó un buen número de obras literarias y fue una de las fundadoras del mítico Lyceum Club, la primera asociación feminista de España, que en su año fundacional, 1926, tenía 115 socias y, en 1929, ya superaba las 500. Su historia terminó en 1939, cuando la Falange lo ocupó para convertirlo en una de las sedes de la Sección Femenina.
Aún más desconocida resulta la barcelonesa Elisabeth Mulder (1904-1987), hija de un aristócrata holandés. Basta leer algunos de sus desgarradores y bellísimos versos para preguntarse por qué no la conocemos. Hablaba seis lenguas (entre ellas, el ruso, y fue traductora de Pushkin), estudió piano con el mismísimo Enrique Granados, sorteó la censura de la dictadura y mantuvo una breve relación con la escritora Ana María Martínez Sagi, aunque apenas hay testimonios. Además de poeta y periodista, Martínez Sagui fue campeona de jabalina y la primera mujer miembro de la junta directiva del Barça, aunque dimitió al cabo de un año al no poder potenciar el deporte femenino en el club y crear una sección específica. Hablamos de 1931, no sería hasta 2002 cuando el Barça declararía oficialmente a su equipo femenino, aunque sus orígenes se remontan a los años 70.
Las Sinsombrero no son artistas del pasado. Hoy las redescubrimos con asombro. Como contemporáneas.