Álvaro Valverde reseña la rescatada 'Poesía completa' de una poeta catalana de personalidad abrumadora y versos sorprendentes, que permanecía olvidada.
La fiebre literaria consistente en recuperar obras de escritoras pretéritas ninguneadas o silenciadas o perdidas es un hecho constatable. Desde hace años. No hace falta explicar que detrás de esa búsqueda hay una genuina pulsión feminista y algunas teorías en boga de las que no es preciso hablar. Un impulso respetable, sin duda, si bien me atrevo a decir que no es oro todo lo que reluce. En general —esa es, al menos, mi impresión— lo nuclear (no me remonto a siglos remotos) siempre estuvo ahí, a nuestro alcance, debidamente reconocido y valorado. Que ha habido injusticias al respecto, seguro. Y retrasos en la recepción. Pero también con obras masculinas, cabe matizar. Lo del canon siempre fue todo menos una ciencia exacta. Como la literatura misma, tan líquida. Y bien está ese ir y volver sobre lo escrito, tanto por mujeres como por hombres, en busca de la poesía perdida (y aquí poesía englobaría a todos los géneros). Para muestra, un botón: la reciente rehabilitación de la poesía de la granadina Mariluz Escribano. Dicho lo cual, confieso que abrí con reticencia el grueso volumen que recoge la breve obra poética de la catalana, y para mí desconocida, Mercedes de Prat (Mataró, 1925-Barcelona, 1997), aunque la garantía de su avalista, editor del conjunto, el profesor Rafael Alarcón Sierra, despejaba en lo personal muchas dudas. Empecé por los poemas, escritos en catalán, por cierto, y eso que su lengua materna y la que usó siempre en su casa con su marido y con sus hijos, fue el español o castellano. Caí en la cuenta muy pronto de que estaba ante una poeta digna de tal nombre y ante unos versos que merecían ser puestos a disposición de los lectores de poesía. Y así ha sido, para empezar, gracias al citado estudioso y a UJA, Editorial de la Universidad de Jaén, la suya.
Poesía completa (seguida de estudios críticos sobre su obra) los reúne, y añade otros textos, como reza el subtítulo, que ayudan a completar el panorama. Una sucinta biografía, por ejemplo, que da a entender la personalidad abrumadora de esta mujer casada con el juez y crítico de arte Cesáreo Rodríguez-Aguilera, madre de dos hijos: Rafael (el pequeño) y Cesáreo (catedrático Emérito de Ciencias Política en la Universidad de Barcelona y especialista en Gramsci), que, junto al editor Alarcón Sierra (quien, como es lógico, lleva la voz cantante) y a José Ángel Marín, José Corredor Matheos y José María Balcells, fijan críticamente su poética, por más que prime el enfoque personal en los trabajos de su hijo y en los de Marín y Corredor (su evocación es espléndida e incluye dos poemas que le dedicó), que la trataron en vida. A todo ello habría que habría que añadir una amplísima, detallada bibliografía.
Además de poeta, De Prat fue cantante en su primera juventud (con voz de soprano), ceramista y se diplomó en psicología clínica y social tras realizar varios cursos de postgrado en el Clínico de Barcelona. El álbum fotográfico que cierra el libro permite afirmar, como subrayan cuantos la conocieron, su belleza y, más allá, su sonrisa constante y la expresión de su rostro; su vitalidad, en suma. Eso sí, ejerciendo, si se me permite el término, como mujer desde el principio hasta el fin; consciente de su condición y en defensa de lo que, siquiera sea de forma laxa, podríamos llamar feminismo; atemperado, claro está, por las circunstancias de la época que te tocó vivir. En compañía de otros, ya fuera su marido o sus hijos, ya con sus amigos, muchos de ellos artistas y escritores: Dalí, Miró, Pla, D’Ors, Cela… De eso hablan también Maria Aurèlia Capmany (que prologó su primer libro), José Luis Giménez-Frontín (que le dedicó unas Aleluyas que aquí se reeditan) o Baltasar Porcel.
Ahora sabe uno que Mercedes llegó a Barcelona a los dos años, que estudió en el Colegio Alemán y luego en el del Sagrado Corazón, que mantuvo una breve relación a los dieciocho años con el poeta Juan-Eduardo Cirlot y que vivió algunos años en Mallorca.
¿De qué consta esta obra oculta y no «de culto», como precisa Alarcón Sierra? De unos «poemas sueltos», escritos en español y publicados en revistas entre 1951 y 1964; del libro Poemas: un lloc entremig (con dibujos de Víctor Ramírez, 1982); de Eros pelgrí i dimonis familiars, un libro inédito; y de una traducción, inédita también (datada en 1949), de El relato del amor y de la muerte del corneta Cristobal Rilke, de Rainer Maria Rilke (para algo sirvieron las clases de alemán en su colegio barcelonés). Eso es todo. Sí, cuarenta poemas, veinte por cada libro, más los sueltos, tres de los cuales, traducidos por ella al catalán, se recogieron en su ópera prima, que vio a la luz… a sus cincuenta y siete años de edad. ¿Poco? Tal vez, pero la poesía no es un juego de pesos y medidas, y puede haber más en un puñado de poemas que en cientos impresos en un tocho.
A las ediciones originales (escritas, repito, en catalán y en verso libre, sólo sujeto a veces a medida) se suman las versiones en castellano. Las del primer libro son del citado poeta Corredor Matheos, todo un lujo, y las del inédito pertenecen al marido de la autora, que no es poca cosa, pues también fue poeta.
Afirmaba Capmany que «la voz de Mercè de Prat despierta». Así es. Indiferente no le deja al lector: doy fe.
De su primer libro, Poemas: un lugar intermedio (que dedicó, con nombres y apellidos, a veintidós amigas), el único que publicó por decisión propia, destacaría «Partida de nacimiento» (vida y obra son en de Prat inseparables: «salir, por ventura, mujer»), «Verbo» («Yo soy un verbo y me conjugo»), «Carta a Eva Reich» (la hija de Wilhelm Reich), «Volver a Bilitis», «De Gerona a Quesada» (uno de los mejores, acerca del viaje físico y mental desde su país natal hasta la jiennense Quesada, pueblo natal de su marido), «Baleárica», «Aniversario», «Las hierbas», «La mar escucha», «Me busco a mí misma en las palabras» (una poética) o el impresionante «Incineración».
En el segundo, Eros peregrino (que estuvo a punto de ser publicado con litografías de diversos artistas catalanes), el erotismo prima. Ligado a lugares: «de América, Asia Central y Extremo Oriente, antes de acabar en Europa septentrional», detalla Alarcón Sierra. Miconos, Rodas, Santorini, Delfos, Corinto, Iguazú y Paraná, las Antillas, Samarcanda, Ispahán, Machu Picchu, Marrakech, Kyoto, Escandinavia…
Estos versos son los más sorprendentes de su obra, según creo. Que estuvieran inéditos hasta ahora da que pensar.
En el tercero y último, Demonios familiares, brillan poemas como «A Maria Girona» (la mujer de Albert Ràfols-Casamada, pintor como ella), «Mi casa» (imprescindible, bellísimo), «¿Sigue siendo de Vermeer mi cocina?», «La ruta de la cerámica» (gran pasión), «El juguete preferido» (con la infancia al fondo), «Réquiem por Toni Turull» y de nuevo versiones de «Verbo», «La hija» o «Incineración».
Los estudios de Alarcón Sierra (que comenta pormenorizadamente su obra poema a poema) y Balcells son ejemplares y, en fin, la idea de dar a conocer la poesía de Mercedes de Prat un acierto que este lector (imagino que cualquiera) agradece.
El poema «Meditación» comienza: «¿Quieres decirme si la poesía es comunicación?/ Yo creo que, fatalmente, se acaban diciendo palabras/ de la misma manera que aúlla el viento,/ o cantan los pájaros/ cuando cae la noche y tienen miedo…,/ pero cantan porque han de cantar». Más claro, imposible.