La estrella de 'El Caso' y pionera del periodismo de sucesos en el franquismo, aparece retratada en su primera biografía como una superviviente nata y una profesional rigurosa y empática.
Para los españoles que nacieron y crecieron durante la Transición, Encarnación Margarita Isabel Verdugo Díez, Margarita Landi, fue un personaje extraño que ya estaba por allí cuando adquirieron conciencia y que, en parte, los apelaba porque era una especie de abuela burguesa, universal y reconocible. Aparecía en el Un, dos tres, contaba algo así como un cuento, aunque fuese un cuento un poco tremendo, y provocaba que todo el mundo cambiase de humor para bien, que la vida se convirtiese por unos minutos en una fiesta de disfraces en la que Landi se vestía de sí misma. A la vez, la periodista era una imagen turbadora, con su voz un poco gótica, con su pipa y con sus historias truculentas que anunciaban sutilmente que había una parte oscura en la vida en la que aquellos niños habrían de adentrase en los siguientes años.
¿De dónde había salido aquella mujer? Landi fue reconocida durante al menos tres décadas como la periodista de sucesos más importante de España.La mejor y quizá la primera. Llegó al negocio cuando el franquismo no admitía la crónica negra, como si el mal hubiese sido expulsado en la España de 1948. Creó o adaptó un personaje teatral, el de la rubia con un coche deportivo negro (un Volkswagen Karmann Ghia impresionante) y actitud retadora, y ese rol potenció su trabajo aunque, en parte, también lo convirtió en una broma pintoresca de la cultura popular. Con ese personaje, Landi también disfrazó una vida dura y solitaria. Margarita Landi. La rubia del velo y la pistola (Alianza Editorial) es la primera biografía de la periodista estrella del periódico El Caso.
«Ojo, proque Cela escribió en El Caso y Juan Goytoisolo decía que sus páginas eran la mejor fuente para entender España», cuentan Javier Velasco Oliaga y Maudy Ventosa, los autores de La rubia del velo y la pistola. Su libro tiene una parte que funciona como una historia criminal de su época porque narra los asesinatos que Landi narró e investigó para El Caso. Las historias de mujeres que envenenaban poco a poco a sus maridos disolviendo matarratas en sus guisos, las de los sacerdotes que abusaban de los niños de la parroquia y después eran vengados por una víctima anónima, las de los triángulos amorosos trágicos al estilo de Amantes de Vicente Aranda...
Sin embargo, puede que lo más interesante de su libro sea descubrir la manera ambigua en la que Landi se integró en el paisaje franquista. La periodista pertenecía indiscutiblemente a la España que dio el golpe de Estado de 1936. Landi temió a los milicianos y las checas en Madrid, huyó de la zona republicana cuando pudo, empezó su carrera profesional en la prensa de Falange y fue la periodista preferida de la Brigada de Investigaciones Criminales... Pero, al mismo, su éxito representaba una transgresión, un agujero negro en la imagen de la dictadura feliz y fraternal a la que aspiraba el franquismo.
«Margarita empezó a trabajar en publicaciones femeninas del régimen, en sitios como Ventanal o La Moda de España. Su primera directora, Marichu de la Mora, era tan falangista que había sido amiga personal de José Antonio Primo de Rivera», cuentan sus biógrafos. «Pero Landi siempre fue muy moderna en su vida y fue evolucionando durante su obra como escritora. Al principio, El Caso siempre estaba a favor de la policía, bebía de la policía. Con el tiempo, se convirtió en la publicación que más censura sufrió del régimen. Margarita también acabó informando de los errores de los policías, como en el caso de Los Galindos». [Una digresión: en 1975, en la finca de Los Galindos en Sevilla, aparecieron muertos cuatro empleados y una mujer. Uno de los sospechosos del crimen fue el aristócrata de la casa pero la investigación fue negligente y nunca hubo sentencia; el caso tuvo un valor político en el año de la muerte de Franco].
«Margarita tenía una personalidad fuerte; era hija del régimen pero desarrolló sus ideas propias. Fue crítica con todo y, a la vez, tuvo que adaptarse a los tiempos. Se creó y mantuvo su criterio y dejó sus perlas en todo lo que escribió. Era rigurosa y dura también con todo lo que pasaba», cuentan sus biógrafos.
«Y era mujer, no lo olvidemos. Tenía que demostrar que era tan fuerte como los hombres con los que competía. La vida había sido muy dura para ella pero ella aprovechó esa experiencia para construir su mito y mantenerlo hasta el final. Vestía pantalones y fumaba en pipa, igual que su padre, conducía un cochazo, representaba su independencia cada día para poder sobrevivir».
¿A qué se refieren Velasco Oliaga y Ventosa cuando hablan de «una vida muy dura»? A una infancia de cuento de terror. Landi fue la decimoséptima hija de sus padres, pero solo la tercera que sobrevivió. Cuando tenía ocho años, su padre se fue de casa y se emparejó con su antigua criada, que se convirtió en la peor enemiga de Margarita. Por esa época, su madre se despertó un día diciendo que la muerte la había visitado y le había anunciado que moriría en un año.
Murió. Margarita quedó al cuidado de su madrastra. Dejó el colegio, se dedicó a barrer y planchar para ella. Llegó un tío y la rescató. La envió a un internado y después a otro de monjas francesas. Llegó la República y la fortuna familiar, vinculada a la prensa, empezó a decaer. Llegó la guerra y Margarita tuvo que dejar el internado. Fue enfermera en el banco de sangre del Hotel Ritz. Atendió a Buenaventura Durruti cuando moría. Se casó con un oficial del Ejército Republicano al que la Guerra lo había cogido en el lugar equivocado.Juntos desertaron al otro lado, pero fueron recibidos con suspicacia. Nadie confiaba en ellos. Tuvo un hijo y lo perdió. Tuvo otro hijo y enviudó. Empezó a escribir para llevar dinero a casa.
¿Cómo influye una experiencia así en una carrera periodística? «Lo paranormal nunca dejó de interesarle», recuerdan sus biógrafos. «Decía que vivía con el fantasma del médico que se había suicidado en el piso que compró, y que era una buena compañía». Esa es la anécdota graciosa. Lo importante es contar que Landi se hizo una idea del mal compleja, casi compasiva.
«Landi se veía como una periodista que indagaba en el alma humana. Siempre hablaba con la familia del asesino y con la del asesinado y partía de la idea de que cualquier persona es capaz de matar, hasta las personas más buenas. Le fascinaban lo que podían hacer las emociones con las personas», cuentan los autores de La rubia del velo y la pistola. «Quería conocer lo peor y lo mejor del alma humana. Buscaba las causas. No justificaba el crimen, pero sabía que sabía que, a veces, todos estamos indefensos ante nuestra propia ira y no siempre el muerto es el bueno». Landi no leía el crimen en clave de clases sociales, pero tenía cierta conciencia de que el poder tiende a encubrir al poder.
«Era muy rigurosa, era tenaz, era trabajadora, tenía una intuición increíble. Tenía olfato para saber cuándo alguien estaba mintiendo. Y tenía mucha empatía. Por eso nadie la cerraba la puerta. Se dieron casos en los que llegó al lugar en el había ocurrido el crimen antes que la policía. Los lectores la avisaban».
Y Landi cuidaba a sus lectores. El velo que aparece nombrado en el título de su biografía lo demuestra: la periodista siempre llevaba un velo de luto a mano para colarse en los funerales. ¿Y la pistola? La pistola también existía y también es sabido que tenía un sitio fijo en su bolso. No está tan claro si era de juguete o no.