La primera sesión del nuevo curso de Veus Noves, que coordina Albert Tugues, ha contado con la participación de Edgardo Dobry, poeta, traductor y crítico literario argentino, que ha presentado al poeta Aníbal Cristobo, también argentino, y al narrador y poeta Pablo Sánchez, nacido en Madrid aunque residente en Barcelona. De la figura de Aníbal Cristobo, Dobry comentó que es un poeta “poco amante de los actos sociales y desconocido para el gran público”, pese a que con anterioridad había publicado algunos poemarios cuando vivía en Brasil y, al mismo tiempo, ha traducido obras de diferentes poetas brasileños.
Aníbal Cristobo, poeta que se mueve a caballo entre la poesía narrativa y la poesía lírica, ha sorprendido a los asistentes que se encontraban en la sala leyendo algunos poemas con un vaso de plástico en la mano. Lo ha utilizado como “amplificador del sonido de las palabras”, transformándolas y dándoles otra voz, distorsionada y más profunda. “Una poesía narrativa en apariencia, aunque con una fuerte carga lírica”, tal como señalaba Edgardo Dobry. Un estilo que cuestiona el lenguaje poético convencional, hasta el punto de que “no te garantiza que lo que estás leyendo sea poesía”, tal como comenta el propio autor, Aníbal Cristobo.
Por otro lado, Pablo Sánchez, el otro poeta presentado, es una voz nueva, absolutamente inédita en papel, aunque ha publicado poemas en su propio blog, La linterna de Diógenes. En sus poemas, Sánchez traslada la prosa a la poesía, operando sobre la más cruda y vulgar realidad, desgarrándola con sorprendentes impactos líricos en busca de, como lo califcó Edgardo Dobry, "bronca poética".
El acto finalizó con un animado debate sobre la poesía en verso y la poesía en prosa, así como la mezcla de géneros literarios, rasgo contemporáneo que ya se anunciaba en autores fundamentales como, por ejemplo, James Joyce, Virginia Woolf y William Faulkner.
En la próxima sesión de Veus Noves, prevista para el 25 de octubre, Fernando Valls presentará a Araceli Esteves y Agustín Martínez. Ambos son narradores y autores de micro-relatos, el nuevo género literario.
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ANÍBAL CRISTOBO
Nació en Buenos Aires el 1 de septiembre de 1971. Entre 1996 y 2001 vivió en Río de Janeiro, donde publicó Teste da Iguana (Ed. Sette Letras, 1997) y Jet-lag (Ed. Moby Dick, 2002). En 2002 publicó, con el subsidio de la Fundación Antorchas, Krill (Ed. Tsé-Tsé). Actualmente reside en Barcelona. En 2005 publicó Miniaturas kinéticas (Ed. Cosac&Naify, São Paulo), libro que reúne su obra poética editada hasta el momento.
Krill (una perla)
En el fondo
quise ser el galán de ultramar, cantando
en el navío hundido – con los ojos
ardiendo por el gas verde
y el milagro del pulpo. El balbuceo
de la descompresión
cambió mi suerte, mi habilidad
por el pánico
de las escenas finales. De nada
valió
mi traje azul varsovia
mi peinado de francotirador. “Esta
canción – raya
atravesando la penumbra – se llama perla
de las profundidades, y dice
así.”
La escuela musical de Sausalito
Las partículas de café se precipitaban
por el vaso de leche artísticamente, como la purpurina
que coronaba a las cheerleaders al entrar
al museo. Era el otoño
en que la escuela musical de Sausalito deslumbró al mundo
sin un sólo instrumento. Algunas publicaciones científicas
se mostraron interesadas, prometieron enviar al fotógrafo
que cubría las catástrofes. ¿Mantuvieron que era "una victoria
de la imaginación" y a los rehenes
amordazados en el auditorio? Entre ellos, la mayoría eran
agnósticos y geminianos. Y los hombres
altos, con camisas que denotaban el mesianismo de sus composiciones. La última
se preguntaba "¿Hasta qué número pueden contar los pájaros?" y había sido el éxito
incluido en la campaña presidencial de ese año. Afuera brillaban
los primeros neones de las lencerías, articulando el juego de tu tristeza.
El jefe de operaciones del Cáucaso
I
"Soy despiadado" les dijo a las bolsas de harina del galpón
antes de que el Schnauzer le atravesara la mejilla
con los dientes: lo arreó la abuela
entre dos hileras de abetos que con los años se convertirían
en su cordón de seguridad, con raíces que luego serían
la confianza en sus intérpretes armenios, bajo nubes
que nunca dejarían de ser nubes, hasta la casa
del profesor de canto. Había polillas, ramos de
coliflor, trampas para nutrias y un par de remos despintados en la
cocina, como un cuento de ogros
arruinado por el azar entrópico.
"Allí entendí que curarse sólo es estar listo
para la venganza". Le pusieron laurel
para cicatrizar mientras Tarek se cebaba con las
espinillas, escupiendo maldiciones aún no conocidas. Aquí se ve
la marca, a mitad de camino
entre la muela del juicio y el incisivo superior derecho.
II
Una temporada de superproducción de
naranjas lo alejó del Gran Teatro del
Cáucaso. Le indignaba el atraso
de la región en materia de tranvías: por él,
se hubiera abierto la camisa a pesar del asma, y le hubiera sonreído
a la posteridad como una estatua
móvil, repartiendo los panfletos de la huelga
portuaria. Satisfecho, se veía crecer en la sagacidad
con que lo estafaban, entre palmadas cómplices,
los del sindicato.
III
Entró en Georgia como un precio conveniente
para viudas. Había que restablecer los trazados
sin dinamitarlos; y dinamitarlos
sin que cayeran los pétalos sobre el estanque: los viejos
buques florecían cargados de plasmas
donde volvía a ver a su hermano en el
despeñadero ¿Fue en un hotel vienés, o en
este laberinto entre el Negro y el Caspio, donde
asaba las cabras sobre una alfombra púrpura? Se
arengaba como un entrenador mongol
lo hubiera hecho, como se lee en sus
prospectos publicitarios.
IV
En la frontera se vició en
kéfir y frutos salvajes, se acompañó
de todas las tablas de cotización. Fue
un corazón ahumado, lleno
de barro; incluso antes de que lo recluyeran
en la isla del triunfo ya había introducido todo
lo que la revolución minimalista borraría con
la tecla de los noventa: el serif
de las carnicerías, los muebles laqueados y las montadoras
de souvenirs. "Un buen trato nunca está totalmente
cerrado", dijo, mientras las fracturas
se multiplicaban en sus territorios. Días más tarde
hubiera querido agregar algo, encerrado en el vagón
frigorífico. En cambio, contó lentamente
hasta uno, ayudado por los botones
del abrigo. Hubo esa luz espesa, ahogándose detrás del matorral. Fue lo
último, antes de que se hiciera de noche.
PABLO SÁNCHEZ
Licenciado en Filosofía por la UAM y máster en Teoría de la Literatura por la Universidad de Barcelona, donde reside desde el 2011. Ha escrito aforismos, cuentos y una novela breve, pero el poema en prosa es el género en el que se siente más cómodo, y al cual está dedicando sus investigaciones teóricas. Fogonazos y otras injerencias a quemarropa es su primer poemario, aún inédito e inconcluso. Es autor del blog de poesía La linterna de Diógenes, donde publica poemas propios y ajenos.
Noche condal
Fumo ansioso en la noche condal ante la puerta de un supermercat de regencia paquistaní, y con la sien aún goteando destilación observo a los que entran a los bares, aún radiantes y neónicos, y los imagino bebiendo cristal etílico, y, tal vez, algunos también decidan dañarse como nosotros y arrojárselo a la cara, y entonces una naufraga noctámbula empapada salga y se apoye sobre el capó de este coche, y los dos estemos un poco menos solos y un poco menos húmedos, y sintamos que hasta de esto puede salir algo bueno, temblorosos, buscándonos con la cabeza aún gacha de perro maltratado la mirada, y quizás también finalmente la boca, y los sexos, sobre algún colchón de techos altos modernistas, pero todos entran y nadie sale, y yo me abato sobre el rencor en pedaladas bruscas, iracundas, tratando de escapar por una carretera de circunvalación a sabiendas de la imposibilidad de la huida y, en mi caso, de la irremediable renuncia a la felicidad.
Prometeo
Un día fuimos a Sitges a nadar. No fuimos a tomar el sol, ni a ver películas, ni a pasear y conversar. Sólo fuimos a nadar.
Cuando volvíamos a la pequeña gran ciudad, desde el tren vimos casas abandonadas con piscinas vacías por el invierno. “Viviendas estacionales” las llamamos.
Una noche decidimos volver andando desde Barcelona, siguiendo el curso de las vías, pisando sólo las traviesas. No es sencillo saltar de un madero a otro con una garrafa de gasolina en cada mano. Nos llevó algunas horas llegar, tamizados por cañas y juncos, disueltos en un aire que hiede a salitre.
Escogimos una “vivienda estacional” al azar y violentamos su soledad. Vertimos el combustible en aquellos receptáculos de ocio vacíos, hasta que conseguimos cubrir toda la superficie del fondo con una fina pátina.
Prendimos la piscina y desde el borde escrutamos las llamas en la noche, tratando de trepar hasta nuestros tobillos, como manos en un precipicio. Yo creí ver la náusea en sus ojos. Ella creyó verla en los míos.
Fue precioso, aunque también egoísta, contemplar como moría poco a poco aquel mar de fuego en miniatura. Fue precioso, aunque también egoísta pero, ¿cuándo la estética no lo es?
BaRnaNIT
La torre Agbar eyacula vidrio y metal cerúleo y grana, mientras un tsunami mediterráneo mezcla, con la furia de elementos naturales, los muertos nuevos del naufragio con los muertos viejos del terrario de Montjuic, y en mi huida estólida de la disputa, que más que resolverla la perpetúa, las prostitutas de las Glorias me preguntan “qué ha pasado, muchacho”, pero sabedor de la futura resaca continúo hasta beber hidrópico agua calcárea de las fuentes del Clot.
Ahora, con el tiempo, me invade trémula y serena la certeza de que tu abrazo, y su ausencia, me cura y me quema como barril ardiendo en noche invernal.
El dolor del voyeur
Observo a gentes que intercambian gestos de amor que apenas ni me rozan. Robo besos ajenos a parejas que me conmueven, si acaso la conmoción es lo mismo que la congoja. Confundo bolsos con vestidos y cortes de pelo con bagajes y entonces todo es imaginación. Y a pesar de la persistencia, parece que jamás seré capaz de asumir que la sugestión siempre se impone, que el símbolo nunca se agota, que al deseo nada lo colma y que para la frustración no hay analgésicos.
Dormitábamos
Dormitábamos en cunetas y habitábamos en cabañas desvencijadas, y dábamos tanta pena que los vagabundos nos daban limosna.
Al menos nunca nos sentimos del todo solos y, puedo decir, que tampoco albergábamos dudas. Para algunos, esto sería algo de lo que avergonzarse, pero para nosotros no era más que el síntoma de una completa y estúpida confianza ciega en el otro.
Al menos, puedo decir, que nunca nos sentimos del todo solos.
En tránsito
En estas horas de autobús nocturno, en esta quietud en movimiento, me diluyo en THC, orfidal o dormidina, hasta que soy uno con la huida detenida. No importa que abandone un lugar donde no puedo ser más que un perturbado para acabar varando en ciudades de decepción. En este desplazamiento, que irremediablemente acabará siendo de ida y vuelta, solo la propia transición tiene sentido.
Aquí dentro nada depende de mí. Aquí dentro a nadie le importa como se descomponen los órganos o si el mundo se desmorona afuera, más allá de lo que es visible a través de la ventanilla.
En estas horas de nocturnidad y calma, no soy pasajero ni autobús, no soy destino ni partida, no soy deseo ni nostalgia. Solo soy trayecto, trayecto y todo lo que mora en él y en él emerge,
o desaparece.
No soy un animal
Soy un cuerpo de muerte cosido de gasas y suero fisiológico. Soy colutorio bucal y pasta dentífrica. Soy omeprazol de un vientre estertóreo. Soy diazepam por culpa de la sacralización lumbar. Soy ibuprofeno para una rodilla pútrida que estalla en polvo a cada percusión ctónica.
No nací para correr ni caminar. No nací para nadar.
Me legaron la victoria de la técnica. Me negaron la autosuficiencia del perro desnudo que hace de su saliva ungüento, de su lengua higiene.
No soy una mano que esgrime una piedra. Soy el sonido articulado y la representación gráfica de la palabra. Soy arquitectura conceptual, constructo abstracto. Pero, ¿de qué me servirá el filosofema cuando estalle la tormenta, cuando empiece el holocausto, cuando triunfe la hecatombe?
Por más que lo repitan no va a ser cierto. No soy un animal, aunque me gustaría serlo.