Jueves, 21 de noviembre de  2024



Català  


La segunda sesión de Veus Noves trata el fenómeno de los microrrelatos
29/10/2012



(Foto:Judit Contreras)
 

En esta nueva sesión de Voces Nuevas, Fernando Valls, ensayista, crítico literario y antólogo, presentó a Araceli Esteves y Agustín Martínez Valderrama, autores de microrrelatos, algunos de los cuales se dieron a conocer a través del blog La nave de los locos, del propio Fernando Valls, el cual se preguntó por qué hay una mayoría de jóvenes autores que, en lugar de experimentar con el poema, el cuento o el aforismo, se inclinan más por el microrrelato. Tal vez, dijo, se deba al formato de las nuevas tecnologías que han facilitado la creación de textos breves como el microrrelato, y donde abundan los blogs con la publicación e intercambio inmediatos entre los autores y lectores de microrrelatos, considerados ya como un nuevo género literario por los máximos especialistas.

Araceli Esteves leyó los microrrelatos La Guerra, Ruidos familiares, La abuela, entre otros (que publicamos en nuestra selección literaria), cuya forma los aproxima más al cuento, al relato, tanto por su extensión como por una mayor narratividad, pero sin dejar de ser microrrelatos, como afirmó la autora. Destacó el azar y el valor del instante, su impacto, para comenzar a escribir un microrrelato, sin preparación previa, como narra en El concurso. Comentó también la dificultad de encontrar el título adecuado que provoque la lectura del microrrelato, pero sin anticipar su contenido de manera explícita.

Los microrrelatos que leyó Agustín Martínez Valderrama son más breves y con un intensidad más poética, aproximándose más a la poesía incluso en la forma, pudiendo adquirir a veces la forma de un caligrama, como en Feliz coincidencia, o de un poema en verso como en Alzheimer (de su libro Sentido sin alguno), como nos mostró el autor. Ambos autores coincidieron sobre la importancia del título de cada microrrelato, de saber escoger un título expresivo y contundente, pero que no desvele sin embargo el desenlace de la historia.

Fernando Valls, en diálogo ya con el público, insistió en la importancia que ha tenido internet en la publicación y divulgación de los microrrelatos de los nuevos escritores, así como la combinación a menudo de texto e imagen en los blogs donde se publican, y destacó también la colaboración de los lectores con sus intervenciones activas y opiniones. Recordó también que ya existe una biblioteca pública en Barberà del Vallés especializada en el género del microrrelato.

El coordinador de Voces Nuevas, Albert Tugues, informó al finalizar el acto que en la próxima sesión, el 29 de noviembre, participarán la poeta y crítico musical Mònica Pagès e Irene Pujadas, autora de cuentos y microrrelatos.

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SELECCIÓN DE MICRORRELATOS

Araceli Esteves (Barcelona, 1960). Sus microrrelatos han aparecido en las antologías Velas al viento (Editorial Cuentos de Vigía) y Mar de Pirañas (Menoscuarto Ediciones). También ha publicado relatos en prensa escrita de Latinoamérica y Estados Unidos. Mantiene un blog activo, en el que periódicamente cuelga algunos de sus textos. Fisuras en el aire, su primer libro de microrrelatos, será editado en breve.

'Fisura'
Los pinchazos de mi vejiga llena me despertaron de madrugada. Para que la interrupción nocturna resultara un pequeño paréntesis lo más cercano a las telarañas del sueño, me dispuse a hacer el desplazamiento hasta el baño a oscuras. La realidad llegaba a mis sentidos atenuada por la falta de luz.Tanteé la pared y avancé mientras leía el camino en los contornos cotidianos; recorrí el borde del cabezal de la cama y acaricié los quince centímetros escasos hasta el marco de la puerta. Repasé con las yemas de los dedos el ángulo que forman las paredes del dormitorio y del pasillo hasta que llegué al interruptor. Sin accionarlo salté al tacto fino de la chaqueta que cuelga del perchero. Apenas me quedaban dos metros de pared lisa hasta el baño. Algo debió torcerse en ese último tramo, algo inexplicable que me tiene caminando desde hace horas pegado a la pared, recorriendo su textura tan lisa como infinita, agarrado a mi espanto, perdido en la oscuridad.

'El viaje'
Llegué agotada después de aquel viaje tan largo y acudí sin demora a golpear en las puertas de mis amigos. Vete, estás muerta, me dijo Javier. Encontré a Raúl leyendo un libro y ni me miró, pensó que soñaba que leía. A Lidia, mi visita le provocó un sarpullido de recuerdos que fue incapaz de aguantar. Se retiró desconsolada a llorar en la soledad de su cuarto. Cuando visité a mis hermanos, pensaron que venía a cobrarles una deuda, a reclamar parte de una herencia y ambos me cerraron la puerta. Mi marido creyó al verme, que la locura se había instalado liberadora, en el epicentro de su dolor. Nadie quiso recibirme, nadie me dio un abrazo después de aquel difícil viaje que tuve que hacer desde el más allá, yo que siempre he sido atea.

'La guerra'
Mamá, ¿cuándo moriremos? El niño se agarra a su madre y tira con fuerza del pañuelo negro que envuelve la cabeza de la mujer. Las ráfagas de metralleta serpentean por los callejones estrechos y llegan amplificadas al refugio. No vamos a morir, ¿me oyes?, esto va a parar enseguida. La madre coge entre sus manos los deditos helados del niño, que está rígido como un ladrillo. Ahora cuenta conmigo: uno, dos, tres, cuatro, cuando lleguemos a veinte todo habrá acabado y volveremos a casa. Nueve, diez, once. Con la última “e” del número veinte dibujada aún en los labios de la madre, cae una bomba tan cerca del refugio que la detonación deja al niño completamente sordo. Encerrado en ese silencio atroz, rompe a llorar. Cree que la sordera opaca es la muerte, que la muerte es el mismo horror pero sin sonido.

'El concurso'
Se trataba de un relato de no más de cien palabras y buscaba algo que impactara, un asunto cotidiano que tras una espectacular vuelta de tuerca, se deslizara con rotundidad hacia un final sorprendente. Bosquejos de imágenes y amasijos de palabras rodaron durante días por su cabeza. Pero sólo conseguía historias predecibles y lugares comunes. La búsqueda fue el error. El microrrelato surgió una mañana mientras se duchaba. Se formó entre las burbujas arracimadas del gel de baño. Se deslizó por su cuerpo unos segundos y desapareció atrapado en el remolino del sumidero de la bañera. Pero él, tan concentrado estaba en la búsqueda, que ni lo vio.

'Ruidos familiares'
Mario era el último que se acostaba después de apagar todas las luces y comprobar que el pestillo de la puerta estaba corrido. Desde la cama ella le oía hacer el recorrido por la casa, contaba los clics de los interruptores y el sonido metálico del cerrojo. Todo bajo control. Después escuchaba las chanclas golpeando los talones, flip flap... flip, flap y el ruido de los muelles del colchón antes del cric de la lamparilla de noche. También era él el primero que se levantaba. Para Teresa, el sonido del exprimidor de naranjas marcaba el ritmo de las mañanas desde que vivían juntos, siempre el mismo shuuuuum, shuuuuum como primer sonido del día. Le resultaba un despertador amable, una presencia familiar, reconocible y tranquilizadora. Teresa siempre contaba las secuencias sonoras del exprimidor, las esperaba. Dos por naranja. Era lo de siempre, era lo normal. Por eso supo que algo había ocurrido, algo inesperado y terrible, aquella mañana en la que la secuencia de sonidos acabó de forma súbita en número impar.

'Destino'
Lorenzo despertó con el palpitar de un leve dolor de muelas en su mandíbula inferior y pensó en bajar a la farmacia. Pero antes se dejó abrazar por la modorra y su pequeña promesa de alivio. Aspiró el olor entre agrio y dulzón de su cuerpo caliente y se acomodó la erección sobre el vientre. El sueño llegó benévolo y dejó en suspenso la urgencia por los calmantes. Laura se decidió por unos zapatos marrones abotonados sobre el tobillo y una falda de ante. Era la tercera vez en esa semana que acudía a una cita de trabajo. Las otras dos había recibido un trato brusco en forma de respuesta idéntica: no tiene usted el perfil. Como empezaba a sentir los primeros pinchazos de los alfileres menstruales, buscó en el botiquín unos comprimidos de ibuprofeno. Pero sólo encontró el frasco que un día, seguramente entretenida con algún pensamiento intruso, había guardado vacío. Como le sobraba tiempo, decidió detenerse a comprar otro de camino a la parada del tranvía. Lorenzo dormía en el momento en el que Laura abrió la puerta de la farmacia. Cuando tropezó en el segundo escalón y cayó al suelo, él no estaba ahí para ver su gesto de dolor y sus lágrimas. No esperó sentado junto a ella la llegada de la ambulancia y Laura no se olvidó un poco del dolor para sonreírle. No, los hilos no se tejieron. Lorenzo escuchó la sirena avanzar indiscreta para colarse en su sueño hasta despertarle. Minutos después la oyó alejarse, se llevaba a Laura y a su fémur roto. También se llevaba los besos torpes y apresurados que se hubieran dado en el parque dos semanas más tarde, un amor intenso y breve, el desamor, las lágrimas de despedida. Lorenzo oyó la sirena alejarse, la oyó como quien oye un recuerdo. Se vistió sin prisa y bajó a la farmacia.

'La abuela'
La abuela está trasteando en la cocina. Canturrea una canción de guerra con la que papá nos hacía llorar cuando éramos niños. Del horno sale un olor penetrante a canela caliente, a clavo y a limón. La luz que entra por el ventanal es tan intensa que difumina su silueta imprimiéndole un brillo especial. Sólo cuando se aleja de la ventana puedo ver el delantal de pequeños cuadritos azules, manchado con nubes de harina. Corro a soltarle la lazada del delantal y ella me persigue, juguetona, por el pasillo largo y oscuro que lleva a las habitaciones. Está a punto de rozarme con sus dedos y yo de dejarme coger para que me haga cosquillas. Me gusta quedarme con la abuela en casa cuando todos están fuera. Me prepara pasteles y me deja jugar con su joyero. Yo me escondo, pero no mucho, para que me encuentre a los pocos minutos. Luego me sienta en su regazo y hablamos de muchas cosas. Me encanta estar con la abuela cuando todos han salido, me llevo muy bien con ella. Mucho mejor que cuando estábamos vivas.

'Una vida robando'
Desde que nací vivo en un hospital. No conozco otra casa. Y a parte de mamá, los únicos que me visitan son los médicos y las enfermeras. Nunca me dejan salir. Y eso que yo siempre les digo que me encuentro bien, que no me duele nada. Miro por la ventana y me imagino la vida, lo que sería pisar piedras o tocar un árbol, que me diera un beso alguien que no fuera mamá. Lo peor son los análisis; hoy ya me han pinchado dos veces para extraerme sangre. Los médicos son simpáticos y me tratan bien. Me regalan libros y a veces se quitan la bata blanca para jugar conmigo al ajedrez. Con ello no evitan que muchas tardes las lágrimas empujen con fuerza para salir. Pero como no quiero llorar, finjo tener sueño y cierro los ojos. Los cinco.

'La huida'
Los faros del coche proyectan sobre la carretera una luz irreal, de sueño inquietante. La linea discontínua es un pespunte infinito que el coche parece coser en su rodar constante y monótono. Se diría que se trata del mismo tramo de carretera recorrido una y otra vez. El hombre que está sentado al volante parpadea nervioso. De algún modo extraño se siente parte de la máquina que rueda incansable en esta noche lúgubre, de oscuridad acechante. Acciona el limpia-parabrisas y en el vaho del interior del cristal abre una pequeña ventana transparente con el dorso de su puño cerrado. Huir se ha vuelto el único verbo posible. Huir de la resignación, del tedio. Lleva horas en la carretera hipnotizado por las puntadas blancas que le alejan de una realidad que le estrangula.Sólo piensa en seguir adelante, sin más compañía que el suave ronroneo del coche que avanza, a velocidad estable, por el corredor iluminado.Se aclara el horizonte y la noche abandona lentamente su provisional lecho. El coche se adentra en la ciudad mientras la primera luz del día empieza a lamer las aceras. El hombre aparca el coche frente al portal de su casa. Antes de abrir la puerta, exhala un suspiro de cansancio. Resulta agotador pasar todas las noches huyendo del hombre que es durante el día.

'Perra vida'
Incluso de niño ya llamaba la atención mi carácter huraño y con marcada tendencia a ensoñaciones. Pasaba las tardes solo, jugando con las huellas que encontraba en la arena y con los cangrejos que arañaban las rocas cuando la marea era baja. No solía tratar a otros niños, me resultaban tan incomprensibles como los adultos. En el terreno amoroso nunca he cosechado éxitos. Ellas siempre me han ignorado, se han apartado de mí como si yo fuera una colilla mal apagada. Mi naturaleza inestable me impulsa a continuos cambios de ánimo y rumbo. Empiezo las cosas con un ímpetu colosal, pero desfallezco cuando llegan los primeros contratiempos. La mía ha sido, en fin, una vida sembrada de desatinos, de caminos equivocados. El mundo siempre me ha parecido un lugar hostil y lleno de trampas. Los restos de aquellos sueños en los que algún día creí, golpean mi ventana por las noches como ramas azotadas por una tormenta. Me siento cansado, aburrido de este simulacro de vida que me empuja al abismo. Y mientras, el tiempo avanza implacable: mañana ya cumplo los dieciocho.

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Agustín Martínez Valderrama (Gavà, 1976). Llicenciado en Filosofía. En 2008 obtuvo el Premio de Relatos Cortos del Diario de Mallorca y, en 2010, el Certamen Relatos, patrocinado por la emisora de radio Cadena SER. Sus microrrelatos se incluyen en diversas antologías del género, destacando Mar de Pirañas, de Fernando Valls (Menoscuarto Ediciones, 2012), y Relatos en Cadena (Editorial Alfaguara). Algunos de sus textos han sido publicados en la revista norteamericana Confluencia. Desde 2010, mantiene la bitácora Previsiones meteorológicas de un cangrejo 3.0. Acaba de editar su primer libro, Sentido sin alguno (Talentura Libros, 2012).

'Flechazo'
Coincidieron en el tercero. Ella tendía la ropa. Él se dejaba caer por el patio de luces. 

'El hombre elefante'
Me corté una oreja y salí de casa. En el ascensor mi vecino me preguntó qué había ocurrido. Le dije que fue un accidente, esquiando. Al tipo del quiosco le expliqué lo del atraco y la navaja. Luego, en la cafetería, el camarero insistió. Se me cayó, respondí sin más. En la oficina confesé que sufría un tumor. Funcionó. Hasta ella se acercó y me besó en la mejilla. Tenía una voz bonita, olía bien y era más guapa aún de cerca. Unos días después todo volvió a ser como antes. Ayer me corté la otra.

'Movimiento vertical de zapato'
Los zapatos vuelan. Luis es más tonto que un zapato. Al aire, en movimiento, se le llama viento. Todo depende de la velocidad. Que el zapato vuele. Que Luis sea tonto. Que el aire viento. La inteligencia se mide en yardas. La ausencia de zapato en pies. Luis no se mide. Luis es un impacto en forma de zapato. Una ausencia de viento. Un aire. Vertical.

'Cinética'
Si disparásemos una bala en línea recta y sin ningún obstáculo de por medio, llegaría un instante que ésta por su propia inercia se detendría y caería al suelo. Pero esto es incierto. Siempre, en algún punto de su trayectoria, aparece un hombre.

'Estatuas'
El hombre luce una inquietante sonrisa. Ésta desaparece cuando alguien le lanza una moneda. Entonces desenfunda su revólver y dispara. Después saluda con el sombrero y vuelve a quedarse inmóvil. Reanudo mi paseo y descubro un duendecillo verde que salta y hace piruetas en el aire. Más abajo un arlequín baila, una bruja vuela montada en su escoba y un espantapájaros ahuyenta las palomas. Al final de la rambla, una mujer duerme en un banco. Un perro merodea sus pies. Me acerco y le tiro una moneda. El perro ladra, la mujer entreabre un ojo y me mira. Gracias, susurra. Luego vuelve a quedarse dormida.

'Con o sin calcetines'
Resulta difícil de precisar. Me refiero a encontrarse en la cama – sobrio, en compañía y sin calcetines - y pensar en el instante exacto antes de quedarse dormido. En esa fracción infinitesimal en la que se alcanza, desde la vigilia, el sueño. No se me ocurre un método más fiable que repetir una y otra vez ahora, ahora, ahora. Hasta dar, si la fatiga no lo impide, con ese ahora definitivo que confirmaría el tránsito de un estado a otro. Pero me temo que esa percepción sea finalmente inasible, volátil, etérea. Pensándolo bien, sólo intuyo una cosa aún más difícil. Despertar en mitad del sueño – ebrio, solo y con calcetines - y recordar el instante exacto del desvelo.

'39.00 N, 1.52 O'
Mi pito señala Albacete. Albacete, ciudad. Desde cualquier coordenada geográfica registra, mide, computa 39.00 N, 1.52 O. Latitud y Longitud. Albacete. El lugar exacto, preciso. No falla. Sólo hay que seguir fielmente la secuencia de puntos imaginarios que conforman la línea recta para llegar hasta allí. Matemático. No se desvía ni un milímetro. Ni siquiera en las condiciones atmosféricas más adversas y extremas. Funciona bajo tierra, en el agua, incluso más allá de diez mil pies. Sí, la pregunta es obvia, evidente. ¿Y en Albacete? En Albacete puedo pasear tranquilo, pero el amor es una sucesión continua de desdichas.

'La historia de amor más bella jamás contada'
-Te quiero. -Soy una farola. -Lo sé.

'Otoño en Narthwick'
En Narthwick cuando la muerte está cerca - a menos de cien yardas - tocan la gaita, dicen mierda y se alejan del pueblo sin mirar atrás, sin derramar una sola lágrima, apretando el culo. Narthwick, en otoño, es precioso. La luz incide sobre el paisaje, y la tierra se tiñe de un color ocre casi extinto, olvidado. Incluso, si arrecia el viento, pueden verse oscilar en la lejanía las hojas oxidadas de los árboles, justo antes de ceder y precipitarse al vacío. Sólo los destellos de las sogas resistirán otro otoño.

'Simetría'
Un lado de mi cuerpo siempre fue mayor que el otro. Un ojo, una oreja, media nariz, parte de la boca, un brazo y una pierna eran por naturaleza distintos a sus afines. Incluso un cojón - con perdón - lucía más gordo y peludo que su análogo. En un principio esta pequeña anomalía nunca me supuso ningún contratiempo. Podía montar en bicicleta, tararear ojos verdes, hacer el amor con Inés... Mi asimetría sólo se apreciaba al andar, dado que mi cuerpo tendía a inclinarse y bascular hacia el costado más recio. Por lo demás, todo era perfecto. Hasta el día que irrumpieron en casa unos soldados y constataron que mi flanco izquierdo y derecho no se correspondían. Quizá por ello me sacaron a rastras, me pusieron contra un muro y dispararon. Quizá.

'Para ser inmortal...'
...coja aire y no lo suelte. Nunca.

'Apagón'
La luz volvió. Tú no.



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