Los poetas Antonio Tello y Neus Aguado protagonizaron la última sesión del Laberinto de Ariadna, celebrada el 8 de febrero pasado en el Aula dels Escriptors situada en la quinta planta del Ateneu. Ante un público entusiasta y cómplice, los dos poetas, de sólida y larga trayectoria profesional –ambos exmiembros de la junta de la ACEC–, leyeron una selección de sus versos en un acto en el que planeó la despedida de Antonio Tello, que, tras cuarenta años en Catalunya, regresa a su Argentina natal y del que en breve empezará a grabarse en Barcelona un documental sobre su obra, dirigido por Iván Humanes, Álex Chico y Juan Vico.
Precisamente, el desarraigo, el destierro y el éxodo centraron la primera parte de las lecturas de Antonio Tello, tres conceptos que han sido las columnas vertebrales de su obra poética. “Soy un superviviente”, señaló Tello cuando presentó estos versos, que se remontan a una época que va más allá de su llegada a Europa: “cuando era pequeño, ya iba de un pueblo a otro, con un sentimiento de desarraigo, readaptándome al medio”. En esta primera lectura, Tello recitó poemas de Sílabas de arena y Odiseo III.
Durante su presentación, el poeta argentino resaltó la naturalidad del lenguaje no sólo como objeto sino también como objetivo: “La oralidad ha de estar presente; más allá de la complejidad del pensamiento, has de transmitirlo de una manera directa y sencilla”. “La complejidad está precisamente en la sencillez: al prevalecer el sustantivo y el verbo en la oración se te abren los campos semánticos y siempre sientes la profundidad de lo que quieres decir”, añadió. En la segunda parte de su lectura, Antonio Tello leyó poemas de O las estaciones.
Inma Arrabal, la presentadora del acto, se sintió muy cómoda en su papel de introductora de ambos autores, a los que definió como “pesos pesados”, además de “amables, asequibles y cultos”. Cuando presentó a Neus Aguado recurrió a unas palabras del autor Carlos Morales, editor de El Toro de barro: “una de las poetas más grandes en lengua castellana”.
Arrabal proyectó la obra de Aguado como “una transición ante el desgaste que nos ocasiona el tiempo” y bajo la constante presencia de la muerte y de la espiritualidad. “Neus tiene una gran facilidad para transmitir al lector sensualidad, sabores y sonidos, que la hacen poseedora de un sexto sentido”, apuntó. Neus Aguado leyó versos de Ginebra en bruma rosa y Aldebarán.