Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Jordi Esteva, el gran escuchador
acec15/6/2020



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Jordi Esteva no se considera viajero porque no va a los sitios de visita sino a quedarse. En los Diálogos On Line organizados por la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña (ACEC) abrió el pasado jueves una ventana para invitarnos a recorrer oasis, ceremonias animistas en el corazón de áfrica e islas remotas como Socotra. La venta sigue abierta en el canal de youtube https://www.youtube.com/watch?v=wQUw3bRF5N4


Esteva vivió durante cinco años en Egipto trabajando en Radio Cairo Internacional y en mil cosas. Pero lo más importante fue recorrer los oasis (Los oasis de Egipto, que acaba de reeditar la editorial RM). En 1999 publicó Viaje al país de las almas, un acercamiento al mundo del animismo africano Costa de Marfil. En 2006 apareció Los árabes del mar, la búsqueda de los antiguos marineros de las costas de Arabia que recorrían los puertos del océano Índico con sus veleros propulsados por los monzones Rodó la película documental narrativa Retorno al país de las almas en 2011. En 2013 viaja de nuevo a Costa de Marfil y a Ghana para filmar Komian.


Después viaja a la remota isla de Socotra y publica Socotra la isla de los genios y también rueda una película, la única en el mundo hablada en socotrí, una lengua emparentada con el reino de Saba en desaparición y de la que su filmación puede ser el único gran documento filmado que se conserve. Incansable perseguidor de sueños, prepara la salida de su película documental sobre la cultura trasplantada de África a la costa del Pacífico colombiana en Historias del Cabo corrientes.


Los ojos curiosos del niño que fue: “La infancia siempre es la patria, aunque no me gusta la palabra patria. Es el crisol de todo artista, de cualquier persona. Es el principio de todo. Viajamos a la infancia para encontrar el estado de gracia''.


Su primer puerto, el de Barcelona acompañando a su padre: “Quedaba fascinado por aquellos barcos de nombres exóticos, me encantaba adivinar a qué países pertenecían las banderas, que me parecían rarísimos: Panamá, Monrovia, Liberia… me hubiera encantado subir a esos barcos y dejar que me llevaran mar adentro. Eso me hacía escapar del ambiente opresivo de aquella España gris y aquellos colegios de curas de los años 50”.


El Cairo, un puerto con un mar de arena: “Quise ir a El Cairo porque me fascinaba Al Andalus y la cultura árabe. El Cairo era en aquellos años el París del mundo árabe y era allí donde debía ir. Me llamó la atención la afabilidad y la hospitalidad e la gente. A los tres días ya me saludaba todo el mundo en el barrio. En las viejas cafeterías reencontraba un mundo que yo no había conocido que era como el que me contaba mi abuelo, como el de las cafeterías de la avenida del Paralelo en Barcelona''.


Aprender el árabe le permite el contacto directo con la gente y abandonar la burbuja occidental: “yo había estado en Sudán y había aprendido a chapurrerar árabe para las cosas diarias. En El Cairo se reían de mi árabe, hablaba como un palurdo. Allí estudié las bases del árabe clásico. El árabe es un idioma tan dificilísimo que si no lo practicas con frecuencia se te olvida. Pero cuando viajo a un país árabe al cabo de muy poco la oreja se me vuelve a acostumbrar. Me vienen frases de repente a la cabeza y vuelven las palabras que había olvidado”.


Un perseguidor de sueños, no un viajero: “Hay una serie de lugares que me fascinaron desde niño y siempre he insistido en ir y regresar una y otra vez. Pero yo no soy un viajero, no voy a un sitio y luego a otro, si no se me ha perdido nada en ese sitio. No me gustan los aeropuertos, ni en lo que se ha convertido el viaje hoy día. Yo voy buscando temas. Se trata de ir una y otra vez a los mismo sitios para que el tiempo actúe, para que actúe el azar”.


Ir a ver amigos: “No puedes llegar de repente a una sociedad tradicional muy cerrada como un marciano cargado de cámaras y empezar a filmar. Es imposible. Yo lo que hago es trabajar con la gente que me he hecho amiga. En Socotra habría sido imposible. Quise hacer una fotografía a un pastor y sacó un puñal y me amenazó. En un siguiente viaje lo volví a encontrar y fue él quien me pidió que le hiciera fotos y yo le dije “¿Pero cómo me pides que te haga fotos si estuviste a punto de acuchillarme?” Y me contestó: “es que antes no éramos amigos”. Te ganas a la gente si te gustan, si es falso no hay nada que hacer”.


Los oasis en medio del desierto de la globalización: “Eran un mundo antiguo, en algunos no había electricidad y se vivía en otro tiempo. Y eso me fascinó. Me hice amigo de gente, solía hacerme amigo de lo peorcito, que para mí es lo mejorcito: de los que fumaban hachís, de los viejos que son los que tienen que contar, viejos borrachines cosa muy mal vista en el Islam, que hacían sus brebajes con dátiles, de músicos, artistas… y gracias a ellos conocí ese mundo que estaba desapareciendo delante de mis ojos. Ahora todo ha cambiado: la forma de vestir, las casas ya no se hacen de adobe sino de cemento, la música ha cambiado, se usaban métodos agrícolas de la era de los faraones y se ha substituido por maquinaria china. Ha cambiado porque el mundo ha cambiado en todas partes, pero tuve la suerte de vivir y pescar esos momentos antes de que todo se precipitara y cambiara. Eso me llena de orgullo porque he hablado con egipcios que me ha contado que casi todo lo que aparecía en ese libro ha desaparecido''.


Noche y palabras: “En aquel mundo sin televisor ni electricidad, al llegar la noche la gente se reunía y la palabra era fundamental. Se contaba historias y yo estaba como loco, es lo que me gusta más: que me expliquen cuentos. Me sentían cercano porque recibes lo que das. Era un privilegio gozar de aquella sencillez. Era muy feliz allí.”.


La cosmovisión africana en El país de las almas: “Yo en eso no creo, yo los espíritus no los he visto, pero sí creo que ellos lo creen, estoy absolutamente convencido. Ellos se dejan poseer por algo que ya está seguramente dentro de ellos. Un neurólogo nos mostraría cómo hay partes del cerebro que no utilizamos y creo que esa gente puede acceder a alguna parte donde se guardan los secretos. Toda esta cosmovisión se transmite de sacerdote a iniciado en estado de trance y en estado normal no lo recuerdan.


El acecho de lo sagrado: “Son criticados por gente de la capital que se avergüenzan un poco de las antiguas creencias y los tachan de traficar con el demonio. También están ahora bombardeados por iglesias evangelistas brasileñas y sectas americanas del cinturón bíblico. Les dicen que todas sus antiguas creencias y su cultura es cosa de hechiceros y demonios. Por eso, incluso yendo con mi pequeño equipo de filmación, nos convertíamos en aliados. Nosotros éramos unos blancos que habíamos venido de muy lejos para interesarnos por esas cosas que los otros denostaban”.


El misterio de Socotra: “Es una isla perdida entre Asia y áfrica, frente al Yemen. Yo desde niño al verla en los mapas me preguntaba cómo sería esa isla tan misteriosa de la que había muy poca información. Era la isla del incienso, de los dracos -los árboles del dragón que tienen la sabia roja como la sangre-. Herodoto decía que allí vivían los magos más poderosos del mundo, que podían cambiar el viento con la fuerza de la mente. Uno de los viajes de Simbad coincide en la descripción con Socotra. Durante años debido a la larga guerra del Yemen no se pudo viajar”.


Las mil historias alrededor del fuego: “En Socotra encuentro una población hospitalaria y amable. Alrededor del fuego se contaban cuentos fascinantes. Sabían historias de serpientes monstruosas, de yins, espíritus que adoptaban formas femeninas para seducir a los pastores y después de devorarlos. Unas historias brutales, nunca mejor dicho''.



Toni Iturbe
Librújula


   
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