Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Los arquetipos negativos de la mujer en el arte y la literatura coinciden con períodos de reivindicación feminista
acec6/7/2020



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La historiadora del arte Erika Bornay, al otro lado del teléfono, nos cuenta la historia de Lilith, el primer conflicto conyugal de la historia.


“En una versión transmutada de un pasaje del Antiguo Testamento, aparece el mito de que Dios en un principio dio por compañera a Adán a una mujer, que como a él, formó del polvo de la tierra. Sin embargo la pareja nunca vivió en armonía. Según explica la ‘Encyclopaedia Judaica’, Lilith, apelando a la igualdad de sus orígenes, discutía con su compañero sobre la manera de realizar la cópula: ‘¿Por qué he de estar debajo de ti si soy tu igual?’. Adán, indiferente a las súplicas de ella, la obligaba a obedecer por la fuerza. Un dia, Lilith lo abandonó, huyó a la región del aire y se unió al gran diablo. Dios, entonces, creó a Eva de una costilla de Adán”.


Hace treinta años, la barcelonesa Bornay publicó el ensayo ‘Las hijas de Lilith’, que vive ahora una nueva versión en una lujosa edición ilustrada de Cátedra, con decenas de imágenes que muestran el nacimiento del arquetipo de la ‘femme fatale’, su traslación al arte y la literatura.



Aunque la obra se centra en un momento concreto del siglo XIX, el del auge de las sufragistas, su mensaje cobra una especial vigencia en tiempos de empoderamiento y reivindicación feminista. “El contenido y las imágenes del libro –explica la autora– hacen referencia al temor del hombre a la mujer, a la desconfianza por su potencial competencia en ámbitos que, hasta entonces, solo a él le habían estado destinados, igual que actualmente. Hacia la mitad del siglo XIX, para muchos hombres, contemplar a la mujer fuera de su papel maternal y conyugal se tradujo en miedo y ansiedad. También en deseos de venganza que se tradujeron en la creación tanto artística como literaria, de un prototipo perverso y fatal”.


Era la mujer fatal. Poderosa y segura de sí misma. De una belleza turbia, inquietante, misteriosa y, a veces, algo andrógina. Aparece creada por precursores como el prerrafaelita D.G. Rosetti, y por Moreau, Von Stuck, Munch, Rops, Klimt…. “El mundo pictórico se llenó de perversas Liliths, Salomés y Judiths –prosigue Bornay–. En España hubo la figura de Beltrán Masses, muy ligado a Barcelona, y también Anglada-Camarasa recurrió en algunas obras, aunque más discretamente, a la representación de este icono”.


Para Bornay, hay un paralelismo entre la imagen de las pinturas que muestran a mujeres desnudas “en provocativa connivencia con el diablo en forma de serpiente” y la publicidad y ciertos programas de televisión “que a ellas les requieren ser jóvenes y atractivas –exigencia de la que se exonera a los hombres– y lucir también una larga cabellera”. Diversas películas y cómics actuales “ofrecen una hipérbole de aquella mujer fatal. O, en todo caso, muy sexy”.


La escritora Laura Freixas añadiría las representaciones pornográficas de violencia contra mujeres, “una reacción machista visceral o vía de escape contra el empoderamiento de las mujeres, cuando en realidad no tenemos poder ni armas. La violencia legítima y la ilegítima están ambas en manos de hombres, como el poder político y religioso. Me sorprende la visión terrorífica de las mujeres poderosas, una pesadilla masculina muy poco justificada por la realidad”.



Para Freixas, “hoy pervive clarísimamente ese arquetipo de la mujer poderosa como modelo negativo. Se presenta como malvada, peligrosa, odiosa, infeliz, alguien que ha obtenido su poder por medios inconfesables y lo aplica con consecuencias nefastas”. Cita como ejemplo reciente la película ‘La verdad’ de Hirokazu Koreeda, con Catherine Deneuve y Juliette Binoche porque “no me lo esperaba de él, una mujer manipuladora de libro, arribista, que se ha acostado con todo el mundo para trepar y aplasta a una pobre chica que le hacía sombra. Da hasta risa”.


Estos días, se han retirado o contextualizado obras racistas. “No sucede así con las machistas –señala Freixas–, aunque habría que hacerlo, como propugna Peio H.Riaño en su ensayo ‘Las invisibles’, centrado en el Museo del Prado, cuyas cartelas no aluden a las violaciones que muestran ciertos cuadros, que únicamente se analizan en cuanto a la pincelada, el colorido, la mitología o la composición. Creo que hay que decirlo. En el siglo XXI lo vemos de ese modo y, cuando Artemisia Gentileschi muestra a Judith decapitando a Holefernes me gustaría que me dijeran que ella fue violada y que se puede interpretar ese cuadro como una respuesta. Estoy en contra de la reverencia acrítica en el arte y la cultura. Se habla de este debate en unos términos simplistas, de censura o de aceptación sumisa. Nunca he propuesto que se queme nada, ni siquiera ‘Lolita’, de Nabokov, que es una novela excelente que hay que leer, pero hay que explicar también lo que hay detrás”.



En el siglo XIX, cuenta Bornay, llegaron a la vez “el capitalismo salvaje y la revolución industrial”, que llenaron las fábricas de trabajadores. “Debido al trabajo intermitente de estas, según el ritmo de los pedidos, en los periodos en que los trabajadores eran despedidos por falta de demandas, tenían que buscarse otro trabajo. Para los hombres era relativamente fácil, pero no así para las mujeres, quienes para poder subsistir se veían empujadas a ejercer la prostitución. Las enfermedades venéreas se extendieron rápidamente. Baudelaire, Manet y Maupassant, entre otros, murieron de la sífilis. Las mujeres eran ‘les fleurs du mal’, como dijo el poeta. Y se llegó a asociar mujer con vicio y enfermedad”.


En la literatura de la época, brillan obras con un mensaje opuesto, esas mujeres burguesas que protagonizan episodios de infidelidad: ‘Madame Bovary’ de Flaubert, ‘Anna Karénina’ de Tolstói, ‘Effie Briest’ de Theordor Fontane… “La sociedad bienpensante se escandaliza con estas heroínas y prohíbe la lectura a las jóvenes solteras. Junto a esto, la novela en que aparece la mujer fatal con su sensualidad destructiva, es, por ejemplo la de Gautier ‘Una noche de Cleopatra’, donde se perfila la perfecta perversa que hace asesinar por la mañana a los amantes que han pasado la noche con ella. Flaubert, tras las huellas de Gautier, escribirá ‘Salambó’. Barbey d’Aurevilly hará una serie de relatos cuyo nombre ya es significativo, ‘Las diabólicas’. O el icono sexual que fue la ‘Salomé’ que Oscar Wilde escribió para que fuera llevada a la escena por Sarah Berndhart...”



Si hubiera que establecer un canon de obras machistas, Freixas pondría ahí “la poesía amorosa de Neruda. También quiero citar ejemplos de que en el pasado sí existía la conciencia feminista, por ejemplo en una obra medieval como el ‘Decamerón’ de Boccaccio, que reivindica el derecho de las mujeres al placer sexual, y hasta hay un personaje que dice que ella no tiene por qué pagar impuestos porque no ha podido votar la ley que los establece”.


¿Qué papel tiene el arte para demoler o asentar prejuicios? “Es fundamental –opina Freixas–, interpretamos nuestra vida, a nosotros y el mundo según modelos culturales, y eso tiene consecuencias materiales reales. Hay una escena que se repite mucho en las películas: una mujer huyendo aterrorizada de un hombre y que es salvada por otro hombre. Eso crea una fantasía terrorífica de miedo en las mujeres, como explica Virginie Despentes en ‘Teoría King Kong’, que cuenta como fueron violadas por unos chicos que las recogieron en autostop, ella llevaba una navaja pero no la usó, seguramente le habría sido útil pero tenía esa fantasía incorporada, como los hombres, que se sienten más fuertes de lo que son, aunque sean unos alfeñiques, y las mujeres nos sentimos completamente impotentes. Cuando de madrugada vuelvo sola a casa, llamo a mi novio y le despierto porque me da miedo coger el ascensor, es irracional pero es así”.


Bornay concluye diciendo que”personas fatales existen y han existido siempre. Hombres y mujeres, que han intervenido negativamente en el destino de una tercera persona. Las razones de por qué este prototipo, encarnado en una figura femenina, fue tan recurrente en los años finiseculares del XIX son el auge de la reivindicación femenina. Y no se limita a los cuadros, sino que también fue una moda que terminó exhausta en el primer celuloide de Hollywood”.



Xavi Ayén 
La Vanguardia


   
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