Domingo, 22 de diciembre de  2024



Català  


Entrevista a Victoria Alonso, ganadora del prestigioso Premio de Traducción Ángel Crespo,
acec18/12/2020



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El jurado del XXII Premio de Traducción Ángel Crespo, integrado por Juan Gabriel López Guix (traductor y profesor de la UAB), Joan Parra (traductor y profesor de la UPF), Agata Orzeszek Sujak (traductora y profesora de la UAB) y Gabriel Hormaechea (traductor y profesor del IDEC de la Universidad UPF) ha decidió otorgar por unanimidad el premio de este 2020 a la traducción del inglés de Nueve cuentos malvados, de Margaret Atwood (publicado por Salamandra), realizada por Victoria Alonso Blanco.


Ella es licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Granada y basta acercarse un poco para darse cuenta de su pasión por los laberintos de palabras. De hecho, en el Reino Unido fue redactora del Oxford Spanish Dictionary. Actualmente compagina la traducción para el sector editorial con colaboraciones como traductora e intérprete para distintos medios de comunicación. Han pasado por sus ojos y por sus manos, entre otros, Margaret Atwood, Arthur Miller, David Sedaris, Dennis Lehane, Tibor Fischer, Karen Russell y Roald Dahl.



¿Qué tal sienta recibir un premio con un jurado de colegas experimentados como el del Ángel Crespo?

¡De fábula! ¡Sienta de fábula! Siempre se agradece que reconozcan tu trabajo, y más en una profesión que tiende a pasar inadvertida, pero cuando ese reconocimiento llega de manos de un jurado independiente, desinteresado y, sobre todo, docto en la materia, la satisfacción es enorme. Así que, ahora que dádivas ya no quebrantan peñas, como decía mi abuela, ¡vayan cuatro simbólicos jamones para ellos!


¿Qué hay en esta traducción de Nueve cuentos malvados que ha seducido al jurado?

Supongo que habrán valorado la dificultad que entrañaba la traducción. Atwood más que un estilo tiene un estilete por pluma: puro magro. Sobrio. Conciso. Depuradísimo. Por otra parte, la narración es un campo de minas: está plagada de citas shakespearianas ocultas, epigramas de Marcial, versos de Tennyson, juegos de palabras… Y, sobrevolándolo todo, una aviesa ironía que no deja títere con cabeza. La autora labra el texto con un cincel irónico afiladísimo, pero la ironía es un recurso estilístico complicado de trasladar de un idioma a otro.


Atwood en sus clases de escritura creativa afirma que el mejor amigo del escritor es la papelera. ¿El traductor se puede permitir ese lujo del hacer y deshacer con los plazos estajanovistas que se les imponen?

Ojalá. Toda traducción, como todo escrito, siempre es susceptible de mejora, y cuanto más se pula, más luminosa será, pero si vives de este noble oficio y la pulsión perfeccionista se te desmanda, puedes quedarte sin comer. No hay que perder de vista que vivimos en una sociedad de mercado, y que ese trabajo al que tú te entregas, anhelando el espacio de lo sagrado, por decirlo refitoleramente, tiene un plazo y un precio.


Un traductor que trabaja entre la fontanería de la novela, ¿corre el riesgo de perder el sentido poético de la lectura?

Quizá el primer borrador se trabaja de un modo más prosaico, porque hay que estar muy pendiente de toda esa fontanería, sí. Pero cuando repasas y empieza a fluir el circuito, no hay lector que más detecte el hálito poético de una obra que su traductor. Aunque sólo sea por el número de horas que pasa en su compañía. En este mundo vertiginoso en el que vivimos, aparte de cuatro académicos eruditos, ¿quién si no encuentra tiempo para fijarse y detenerse en las palabras de otro? Y yo creo que tanto para el arte como para la vida sólo fijándote y deteniéndote puedes encontrar poesía.


Usted ha traducido importantes autores anglosajones. ¿Cuando ha de traducir, por ejemplo, a Dennis Lehane se pone un chip distinto a cuando traduce a Atwood o Arthur Miller?

Yo abordo toda traducción con el mismo talante, pero mi inconsciente, no. Cuando me enfrento a un clásico o un autor de renombre, el cuerpo entero, involuntariamente, se me tensa como cuerda de violín. Habría que evaluar si luego esa tensión corporal es más beneficiosa para el libro que un dúctil cimbreo de cintura. Para el traductor le aseguro yo que no.


En el insoluble y recurrente debate del traduttore-traditore… ¿usted considera que el traductor ha de acercarse lo más posible a las palabras del escritor o lo más posible a su impresión personal de lo que el escritor quiere contar?

Yo creo que hay que procurar ser fiel, pero cuando se te presentan ambigüedades o escollos difíciles de trasladar a otras culturas, si por lo que fuere no puedes contar con el autor como guía, necesariamente tienes que abrir un espacio para la interpretación y jugar con el texto. En este libro en particular, si Margaret Atwood no fuera la maravillosa octogenaria llena de vitalidad que es, más de una vez me habría visto obligada a hacer de mi capa un sayo o a dejar una nota a pie de página.


¿Qué autores considera los más difíciles de traducir?

Supongo que los más difíciles son los malabaristas de la forma y la fonética, pero esa dificultad radica en que te obligan a alejarte más del original, a adaptar, a crear otra cosa.


¿Hay libros “intraducibles”?

En lo que respecta al sentido yo diría que no existe nada intraducible. Para las diferencias culturales insalvables siempre hay recursos a tu alcance, y más hoy con el Hermano Google que todo lo sabe. Por otro lado, si me hubiera tenido que enfrentar a la traducción de Finnegans Wake de James Joyce quizá ahora mismo mi respuesta sería muy distinta.






El lliurament del XXIII Premi de Traducció Ángel Crespo a Victoria Alonso Blanco tindrà lloc el 21 de desembre a les 18,30 de la tarda
en el marc de la 35a 35a Nit de l'Edició, a l'Auditori AXA, Av.Diagonal 547 de Barcelona, i en streaming


Imprescindible formalitzar la inscripció abans de les 23.00h del 16 de desembre.


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