Domingo, 22 de diciembre de  2024



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La última plegaria de Francisco Brines
17/10/2021



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”Los libros últimos tienen sus propios derechos”, escribió Tess Gallagher en el prólogo a Un nuevo sendero a la cascada, el poemario póstumo de su marido, Raymond Carver. Lo mismo podría decirse de Donde muere la muerte, el libro en el que Francisco Brines, fallecido en mayo, se demoró 25 años. De entrada, como advierte la nota de los editores, Brines no llegó a corregir las pruebas. Es además, con 24 poemas, el libro más corto de su autor, que en los últimos años explicaba su morosidad diciendo, en broma, que ponerle punto final significaría ponérselo también a su vida. Cerrado el libro, él moriría. Como en una maldición de fábula.


Hechas esas salvedades, Donde muere la muerte es un final coherente para una obra que desde Las brasas (1960) fue una larga elegía. De hecho, contiene todas las claves del poeta valenciano: su casa en Oliva; sus padres (a los que dedica algunos de los mejores versos); la tensión entre vejez e infancia, Dios y Luzbel; la soledad; la noche como refugio erótico, la apelación al futuro… “Toda la vida cabe en un paréntesis que choca y cierra en signo cóncavo, la vida arremetida. Esta es nuestra experiencia”, dice el poema en prosa que abre el conjunto, ‘Brevedad de la vida’, una invocación que, con ecos de su querido Cernuda, termina: “Lector, tú eliges tus poetas. Espero que tu sombra me aloje. Es sólo mi deseo, porque tan sólo así sabré saberme sido”.


Tras la celebración sensual —y, de nuevo, elegiaca— que fue El otoño de las rosas (1986), la voz de Brines —siempre más conceptual que metafórico— se volvió más austera hasta llegar a La última costa (1995). Donde muere la muerte es todavía más seco. En la forma y en el fondo. No sería, pues, la mejor manera de empezar a leer a Francisco Brines. Pese a todo, en medio de la desolación, es un canto a la vida con algo de generosa —y ecológica— petición de clemencia. No para él, sino para nosotros. Así, en ‘El niño que contempló el mundo (Último rezo)’ leemos: “Lo estamos destruyendo. / Oh, Dios, si existes / o si fuiste, / despierta o resucita, / y aunque tú no nos salves / sálvalo a él: / ese inocente mundo, / el delicado azahar / que aún resplandece / y tiembla”.








   
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