Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Albert Lladó: «La ideología del sacrificio aún impregna nuestra moralidad»
acec16/2/2022



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Albert Lladó (Barcelona, 1980) ha hecho de la escritura un territorio de experimentación creativa y de pensamiento crítico. El autor ha cultivado el periodismo, el teatro, la narrativa y el ensayo. Tras publicar títulos como La travesía de las anguilas (Galaxia Gutenberg, 2020), La mirada lúcida (Anagrama, 2019) y La mancha (Teatre Nacional de Catalunya, 2015), ahora regresa a la novela con Malpaís (Galaxia Gutenberg, 2022). Situada en una Catalunya recién autoproclamada como Estado independiente, el texto aborda cómo la ternura y la violencia, a veces, pueden llegar a confundirse.


¿Cuál es la idea inicial, el germen de Malpaís?

Lo primero que tengo claro es que quiero hablar de la protagonista, Chantal. El personaje crece cada vez más, hasta que necesito ponerlo en una acción y en un tiempo determinados. Busco narrar la complejidad de alguien especialmente vulnerable, pero que, a la vez, tiene una gran fuerza. Demuestra un coraje que viene de muy lejos, que de alguna manera es ancestral.


Tu novela oscila equilibradamente entre lo narrativo, lo ensayístico y lo aforístico. Se diría, incluso, que tiene algo de collage, por esa disposición del texto en breves segmentos. Cuéntanos los motivos de esta elección.

Me gusta hablar de correspondencias. La ficción es un artefacto que necesita fluir como si fuera algo orgánico, vivo, y, gracias a ello, podemos hacer que realidades aparentemente irreconciliables, muy alejadas histórica y conceptualmente, construyan un sentido cuando las ponemos en relación. Lo que nace de ahí es una imagen en tensión que no es, únicamente, una comparación, un símil o una metáfora. Son acontecimientos o escenas que, al dialogar entre sí, emergen con una capacidad simbólica que nos atrae y nos repele al mismo tiempo. Si las correspondencias funcionan, la imagen narrativa resulta perturbadora. No se deja atrapar por la dinámica del «me gusta» o «no me gusta».



Uno de los rasgos que más me llama la atención del libro es su capacidad para abordar problemáticas sociales desde una perspectiva muy alejada del realismo social o de la crónica…

Puede ser que siempre me haya preguntado sobre cómo narrar los puntos ciegos que toda comunidad esconde, deliberadamente o no. Uno sabe que esa voluntad narrativa es, por supuesto, una aproximación, una tentativa. La novela no soluciona nada, no llega a conclusiones. No hay una tesis que demostrar. Tal vez se trata de intentar escuchar los silencios que nos rodean diariamente. Mucha gente está gritando, y no hemos aprendido a escuchar esas voces que tenemos alrededor, demasiado cerca.


Sin caer nunca en el resbaladizo terreno de la distopía, Malpaís aborda un futuro cercano (2032) donde la independencia de Catalunya aparece como excusa para una serie de reflexiones (morales, sociológicas, filosóficas) que afectan de forma clara a nuestro presente. ¿Es Malpaís una novela política?

Sí, si entendemos la política como el cruce de conflictos generados por el hecho mismo de vivir en comunidad. Creo que la novela va mutando, y eso siempre me ha interesado, jugar con los géneros para tratar de descodificarlos. No sé si estás de acuerdo, pero Malpaís arranca como una suerte de crónica casi periodística, luego adopta forma de ensayo, después se adentra en algunas preguntas filosóficas que me obsesionan desde hace tiempo, para volver a la tensión narrativa gracias a algunos recursos del thriller… En realidad, la literatura que me interesa hace eso, leer la tradición para subvertirla.


«Hay silencios que son un incendio. Y hay silencios que parecen un naufragio». En estas páginas la palabra aparece siempre en tensión con el silencio, tanto en un sentido interpersonal como individual. Creo que el silencio es reivindicado en Malpaís como una forma posible de libertad.

El silencio es la clave de la dramaturgia. Como sabes, siempre me ha atraído el teatro, la teatralidad, lo imposible que es intentar representar lo irrepresentable. El silencio puede ser un espacio de libertad, pero también una forma de cautiverio. Dice Eusebio Calonge, un dramaturgo especialmente lúcido, que el silencio es todo menos mudez.


La literatura tiene también gran peso en tu narración. Para Chantal, es un refugio y el modo de acercarse a Layla; Felipe Soto, el otro protagonista, adquiere su gran poder de convicción gracias a la lectura de Václav Havel y de Eduardo Galeano… Parece como si tus personajes buscaran, de algún modo, convertirse en narradores de sus propias vidas con la esperanza de controlarlas.

Es exactamente así. Ambos personajes, en el fondo, siempre están buscando convertirse en narradores de su propia vida. Ambos han sufrido un expolio. Y aprovecharán cualquier grieta del relato oficial para intentar dibujar sus propias correspondencias. Pero nadie nos presta un relato de forma gratuita. Creemos que somos dueños del lenguaje, y es justo al revés.


Esa búsqueda de la propia identidad de tus personajes parece empujarles trágicamente hacia un destino inevitable. Todos ellos son seres desarraigados en diversos sentidos: han tenido que huir de sus países, liberarse de sus familias, asumir su verdadera sexualidad, luchar contra las expectativas ajenas…

En eso, Malpaís es una narración muy tradicional, responde a los mecanismos más antiguos de la tragedia. No sé si el destino es inevitable, pero Chantal y Felipe Soto, de manera consciente o no, forman parte de un engranaje que los sumerge en un torbellino de inercias. Lo que me parece más interesante de sus historias, de sus decisiones individuales, es que el lector se pregunta si son únicamente víctimas. Cómo una víctima puede dejarse llevar por la tentación del victimismo es algo que no hemos analizado con suficiente valentía y honestidad. Y atraviesa la mayoría de los desafíos presentes. Las víctimas son víctimas, no deberíamos presentarlas como héroes nacionales. No ayudamos a nadie, así.


Al mismo tiempo, los protagonistas, e incluso algunos secundarios (la madre de Layla, los hijos de Felipe) se ven atrapados en un juego feroz entre el amor y la crueldad. ¿Son inseparables la violencia y la ternura, como se dice en algún momento de la novela?

La ternura puede ser una experiencia radical. Nuestra animalidad nos hace más libres, en ese sentido. Pero por el simple hecho de querer hacer las cosas bien no significa que uno sea justo. Gracias al feminismo, hoy hemos puesto los cuidados en el centro del debate político. Eso ha sido un aprendizaje realmente emancipador. Sin embargo, de la misma manera que ha pasado con la conciencia ecológica, que muchas veces se ha trasformado en un burdo lavado de cara de empresas e instituciones —pensemos en el greenwashing como mecanismo publicitario—, también existe una apología del cuidado que, paradójicamente, y con una gesticulación hiperbólica, suele esconder tics paternalistas. Esa falsa apología se transforma en una suerte de patología del cuidado, y conlleva, en el fondo, el anhelo de dominio y de control social.


Y la verdad, ¿siempre es violenta?

La vida cotidiana está atravesada por muchas violencias. A veces, las hemos asumido como un mal menor, o simplemente las hemos incorporado en nuestra cuenta de resultados. La ideología del sacrificio aún impregna nuestra moralidad. Los ateos somos mucho más católicos de lo que nos gustaría aceptar. Y vivir sin un Dios al que pedirle explicaciones hace que, tal vez sin darnos cuenta de ello, convirtamos en símbolos religiosos las patrias, las ideologías e incluso los afectos.





Juan Vico - Revista de Letras



27 de febrero, 12 horas, CCCB, dentro del ciclo Diumenge al Pati, organizado por la librería Laie.

El futuro nunca es como lo hemos imaginado. El pasado, tampoco.

Conversación entre Albert Lladó, Juan Vico y Joan Tarrida

Entre la apisonadora de la Historia y la fragilidad de las historias, la vida sucede entre los acontecimientos públicos y la experiencia íntima. Un equilibrio complejo y dinámico que Albert Lladó explora en su última novela.





   
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