Domingo, 22 de diciembre de  2024



Català  


El retorno de Javier García Sánchez
acec31/12/2022



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Desde que en el 2014 publicó La casa de mi padre, y con la excepción de una incursión en el ensayo en el 2017 en que abordaba el asesinato de John Fitzgerald Kennedy (Teoría de la conspiración. Deconstruyendo un magnicidio: Dallas 22/11/63) , Javier García Sánchez (Barcelona, 1955) parecía abocado a un silencio un tanto sospechoso.


Pues se trata de un autor que no se ha caracterizado nunca por mostrarse parco ni en palabras ni en publicaciones, de igual modo que en la elección temática, que podría incluir desde aquella primera rutilante incursión en las entrañas del amor fou en La dama del Viento Sur. O la incursión en la agonística del ciclismo en El Alpe d’Huez, y la recreación de dos escritoras románticas por antonomasia, Carolina von Günderrode y Bettina Brentano; la novela histórica de toque gótico, Ella, Drácula: vida y crímenes de Érzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta o El amor secreto de Luca Signorelli, amén de otras propuestas ensayísticas donde se aprecia su fascinación por el Romanticismo alemán, como Conocer Hölderlin y su obra. 


Vale decir, un buen ramillete de obsesiones y fantasmas con las que ha creado una de las obras más originales y ambiciosas (véase El mecanógrafo), de lo que se llamó en su día “ nueva narrativa española” y que aunó con poca discriminación a una serie de autores a quienes muchas veces lo único que les unía era su filiación generacional.


Ahora, con Vida de un espejo, se produce el esperado regreso de Javier García Sánchez a la novela y lo realiza mediante un tour de force sorprendente en apariencia, pues se trata de la narración en primera persona de un espejo, y digo en apariencia, pues el narrador no deja de ser un objeto que refleja imágenes, en un metafórico acercamiento a lo que sucede en la creación literaria, imágenes sujetas igualmente a obsesiones y fantasmas pues un espejo no solamente refleja antes bien, supone la persistencia curiosa de poseer una realidad distinta a la reflejada detrás del azogue.


El espejo, en un momento determinado, justifica su existencia discursiva: “Sopesando lo hasta aquí expuesto, creo sinceramente que estas meditaciones bien podrían titularse ‘Para una etiología de lo inanimado’, y a modo de más sugestivo subtítulo : ‘Mirad mejor’ , como humilde consejo al humano género, y que suele caer en el vacío. Cualquier espejo es una vacuna, siquiera de la soledad. Quién se ama, y no en demasía, se busca de forma incesante. Y quien se busca sabrá mirar”.


Entramos así en los entresijos de una sucesión de imágenes que van desde un homenaje fascinante que tiene todo de amoroso, esa Adriana que conseguirá que el espejo tenga celos de los muebles porque ella los toca con sus manos, a reflexiones tremendas como el bello paraje en que el hombre comienza a civilizarse cuando es consciente de su propia imagen especular en la superficie del agua, los diálogos, eso sí, silenciosos, con los libros de la biblioteca, entre los que destaca La muerte de Virgilio o las luchas entre los de volúmenes de Marañón y Ortega contra los de Pérez Galdós, en una suerte de escondida metáfora de nuestra realidad histórica.









Foto: Llibert Teixidó



   
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