Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Josquin Desprez, el rock de hace 500 años
acec16/4/2023



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Pocos relatos surgidos de la pandemia suponen una invitación a ponerse en los zapatos de quienes siglos atrás sufrieron las consecuencias de la peste como esta biografía que el ensayista, poeta y estudioso de la música Ramón Andrés ha trazado siguiendo la estela vital de una estrella del rock del renacimiento: el francoflamenco Josquin Desprez (1455-1521) –o Des Prez, Des Prés y demás variantes–, el llamado príncipe de la polifonía que, en la Europa del siglo XV e inicios del XVI, cuando estaban por llegar los Morales y Victoria del siglo de oro español, llevó a la cima el arte de combinar diversas voces, cada una con su ritmo y melodía.

La bóveda y las voces es de esas lecturas pausadas que reconstruyen la historia de Europa a través del arte y sus mecenas –la Iglesia y las cortes–, pero sin dejar de volver al presente. Lo que permite cotidianizar la percepción de un artista de vanguardia de hace más de 500 años y sentirlo como un coetáneo de Rosalía. El hombre tenía tal éxito que muchos aprovecharon para atribuirle obras y venderlas mejor, “aunque tratándose de un músico de su categoría las atribuciones suelen corresponder a composiciones valiosas”, advierte Andrés a La Vanguardia .

“Los compositores de su tiempo son un patrimonio de la musicología, de la academia. Se trataba, pues, de acercar al público la figura de un maestro extraordinario, el Bach de su tiempo. Un modo de ofrecerlo al lector no especializado era construir esta ficción, mi viaje en el tiempo, tras-ladarme a los días de Josquin”, apunta el autor de Filosofía y consuelo de la música (premio Nacional de Ensayo 2021) y de tantos volúmenes, ora de Monteverdi, ora de Bach o Mozart.

“Siento gran afinidad con la figura de Josquin, con su modo de estar en el mundo, su sentido de la soledad, su dedicación minuciosa al trabajo, su vivir lento. El libro lo inicié meses antes de la pandemia, pero el aislamiento me encontró en plena escritura y eso hizo que sus páginas tuvieran algo de paréntesis y se contagiaran de un especial silencio”.

Silencio y vívidos paralelismos, pues desde su refugio en Elizondo el autor sigue a modo de diario los acontecimientos macabros del confinamiento del 2020 a la vez que se adentra en la peste que le tocó vivir a su héroe, ese “espíritu solitario tocado por una luz milagrosa”. En aquel tiempo eran muchos los compositores de renombre que viajaban por Europa. Y en esos viajes en busca de formación y sustento se detenían en enclaves culturales... Flandes, París, Borgoña, Milán, Roma... o la corte de Ferrara, cuyo príncipe, Hércules I, abraza el humanismo y las artes.

Josquin llega a Ferrara sintiendo que por fin puede establecerse. “Un salario espléndido, un trato de favor y la consiguiente posibilidad de trabajar y componer en condiciones de privilegio”, escribe Andrés. Pero a los dos meses se desata en Europa un brote de peste que en 1503 se ensaña con Italia, sobre todo en el norte, por lo que el músico se refugia en Comacchio, en el más salubre delta del Po, abierto al Adriático. Ricos y humildes sucumben por igual. La peste se lleva al propio Hércules, a Giorgione, a Tiziano, a Tintoreto... Y a un buen amigo de Josquin, Marbrianus de Orto, y a Obrecht, su sucesor en la corte de Ferrara.

Andrés se pone también en la piel de Josquin hablando de coros de niños y del militarismo que impregnaba todos los aspectos de la vida infantil. “En sus tiempos ese rigor venía de la intransigencia eclesiástica, que llegaba a ser insufrible. Es normal que en las escuelas de las capillas hubiera deserciones y toda clase de argucias para escapar de aquel régimen difícil de soportar. A veces, uno piensa que ese arte tan excelso, tan ‘de otro mundo’, invitaba a huir en su resonancia. Lo que sí era militarismo es lo que se vivió en las aulas del franquismo. Yo nací en el 1955 y todavía mi generación sufrió la violencia y humillación. Quizá un día escriba sobre este asunto, que tanto me marcó”.

El contexto histórico de Josquin es también el de las cortes peninsulares, en estrecho contacto con Flandes. En tiempos de la desdichada Juana de Castilla y de su esposo Felipe el Hermoso, este vínculo fue crucial, reconoce Andrés. Y la Corona de Aragón recibió una feliz influencia de este avanzado arte polifónico, porque los intercambios de músicos eran habituales. Muchos recalaron en Nápoles, como el flamenco Johannes Tinctoris, anterior a Josquin. La lección de historia es infinita, pero ¿qué puede hacer la polifonía por la juventud de hoy día?

“Dar amplitud, aprender a escuchar, a no quedarse con una melodía, sino descubrir que son muchas las que suenan a la vez, y eso enriquece, ensancha la inteligencia y enseña la complejidad del mundo, un mundo que en esta música se vuelve caleidoscópico e imaginativo”, responde. El estudio de la música antigua, además, ha conseguido devolver nombres cruciales que estaban enterrados: Hildegarda de Bingen, Machaut, Ockeghem, Morales, Gesualdo, Froberger. “Han enriquecido de manera increíble el catálogo para el oyente y eso debe celebrarse”.








   
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