Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Descubriendo las huellas del padre de la Barcelona moderna: Oriol Bohigas
acec21/5/2023



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El escritor Jordi Corominas publica en plena campaña de las elecciones municipales un breviario que confronta parte del legado del arquitecto barcelonés


Cuenta Charles Montgomery en Ciudad feliz (Capitan Swing, 2023) que «es tentador creer que la tarea de arreglar ciudades es competencia intocable de las lejanas autoridades a las que el Estado ha otorgado dicha responsabilidad. Caer en esa tentación es un terrible error». Y añade: «Si vivimos en un paisaje urbano común, tenemos derecho a participar en la configuración de su futuro». Y eso es precisamente lo que hace el escritor Jordi Corominas (Barcelona, 1979) en su último libro, Bohigas contra Barcelona (Athenaica, 2023): pensar la ciudad, analizando su pasado y presente, para sugerir opciones de futuro; y todo ello, armado con el pensamiento que se (le) dispara a uno en el caminar, trajinando la ciudad con los pies, y la cámara de fotos siempre a mano, para tratar de registrarlo todo, y para contárselo al lector. El propio Corominas se describe a sí mismo -y su trabajo de paseante- en el libro de esta forma: «Paseo mucho, viajo bastante y mi fin siempre es el de conocer. Nunca repites los mismos pasos. Es una utopía. Por eso cada safari, así los llamo en mi vocabulario privado, es distinto. Eso sí, aupado con la cámara».


Un gran humanista

Quedamos en la terraza del bar Alaska, enclave mítico pues es en esta misma esquina (Passeig Sant Joan con Sant Antoni Maria Claret) donde vivió la célebre Carmen Broto, anarquista asesinada en los años cuarenta del siglo pasado y cuya figura inmortalizó Juan Marsé en su novela Si te dicen que caí, publicada en 1973, y de la que Jordi Corominas se hace eco en su último libro Bohigas contra Barcelona, pero también en su anterior obra La ciudad violenta, pues sucede que el arquitecto barcelonés, conocido como el padre de la Barcelona moderna, siempre se jactó de haber construido en el mismo terreno donde fue enterrada la Broto, en la calle Legalitat, en el barrio de Gràcia (cosa que es, como toda mitología, casi cierta). La idea del título del libro del periodista, escritor y poeta Jordi Corominas tiene que ver con el hecho de que Oriol Bohigas es el arquitecto estrella de la segunda refundación de Barcelona. La primera refundación corrió a cargo de Ildefons Cerdà, en la segunda mitad del siglo XIX, y con la voluntad de expandir la ciudad más allá de las murallas; notable por su plan Cerdà, gracias al cual se diseñaría el actual Ensanche barcelonés. Se trató, no obstante, de un plan polémico, ya que fue impuesto por el Gobierno del Reino de España frente al propuesto por Antonio Rovira y Trías, que había ganado el concurso organizado por el Ayuntamiento de la ciudad. 


Portada del libro

A pesar del llamativo título, el libro de Corominas no es exactamente un texto de refutación de la obra de Oriol Bohigas, sino que se hace cargo de ese avanzar de Bohigas contra el estatismo en el que estaba sumida la urbe (y contra el que luchó Bohigas), y su constante crítica (constructiva) a la ciudad. Por ello comparte la propia visión vitalista y polémica del arquitecto (a quien no le faltaron detractores en vida) y entiende el ir a la contra como un instrumento que sirve para descubrir el conocimiento escondido hasta un determinado momento. Lo hace Corominas descubriendo y reflexionando a la carrera, según se le van apareciendo obras, lugares bohiganos en sus paseos diarios, al tiempo que es la crónica de una ciudad en transformación. El propio Corominas confiesa en un determinado momento estar «poseído» por el espíritu de Oriol Bohigas.


Donde sí afina mejor sus dardos Corominas, y ello debido a su sensibilidad periférica (Corominas es nacido en el barrio del Guinardó), el autor del breviario considera que la visión de Oriol Bohigas de la periferia era un visión clasista y elitista, nacida de su formación novecentista y, de alguna forma, fruto de l’Eixample. Hijo de una familia burguesa, republicana y catalanista, evolucionó Bohigas hacia un independentismo que consideraba que la arquitectura tenía un espíritu social y político capaz de cambiar la estructura de la ciudad. Con ello en mente, impulsó esa ilusión colectiva que transformó la ciudad, modificando el skyline, abriéndola al mar, higienizando sus plazas así llamadas «duras» de la periferia (las que Corominas define como propietarias de «un estilo uniforme de baldosas grises: el pantone Bohigas»), continuó el proyecto de la grandes Rondas que oxigenaban la ciudad de coches (idea que venía, empero, de la época franquista) y construyó casi todo lo construible: escuelas, universidades, bibliotecas, bloques de viviendas, comisarías, centros comerciales… No obstante, se le recuerda especialmente como saneador del barrio del Raval (también conocido como barrio Chino) y el barrio de Ciutat Vella (ambos situados a sendos lados de las Ramblas), por sus construcciones en la Villa Olímpica y su obra en el Puerto Olímpico. Se diría que, sin ambages, Oriol Bohigas preparó a la ciudad para su etapa postmoderna.


La gran labor -y presencia- pública, como arquitecto, de Bohigas se produjo en su época de delegado del Área de Urbanismo de Barcelona (1980-1984) y en su etapa de concejal de Cultura (1991-1994) del Ayuntamiento de Barcelona, puesto que dejó debido a las deficiencias presupuestarias. De cualquier forma, fue también director y catedrático de la Escuela Técnica Superior de Aquitectura de Barcelona (entre 1977 y 1980), así como fundador del grupo editorial Edicions 62, director de la Fundación Miró (1981-1988) y Presidente del Ateneo Barcelonés (2003-2011); publicó, además, más de veinte libros (incluidas sus memorias), y solía manifestarse en artículos de prensa, siempre sin renunciar a sus opiniones más sinceras, que solían suscitar no poca controversia. En definitiva, que era un humanista librepensador cuya influencia en la urbe barcelonesa se manifestó en muchos ámbitos y desde muchos puntos, por lo que su influencia, aunque casi invisible para las nuevas generaciones, se deja ver por todos lados; vamos, que es imposible escapar a ella.


El arte de caminar

Jordi Corominas cuenta a THE OBJECTIVE que sus comienzos como paseante se produjeron en Roma, y alentados por Pasqual Maragall, quien, en 1999, en el funeral de Joan Brossa, le dijo a Corominas que si quería conocer Roma lo mejor que podía hacer era perderse. «Y esa es la clave» nos confirma Jordi Corominas, pues «aunque conozcas muy bien un espacio, nunca lo vas a conocer cien por cien. Cada día, si tu caminas bien la ciudad, ves detalles que se te habían pasado desapercibidos». Y eso es lo que hace el periodista, escritor y poeta cada día: por las mañanas camina la ciudad (y da cuenta de estos paseos en su sección «Barcelonas» en Catalunya Plural), y aprovecha para hacer gestiones, y por la tarde lee y escribe. «El paseo también es un juego -nos dice-, pero que conduce al estudio. Yo paseo para conocer la ciudad y luego escribo sobre ella, la investigo y saco conclusiones», afirma. Deducciones que, igual que la ciudad, que siempre está en transformación, no son nunca pensamientos absolutos. De ahí que este último libro esté escrito con la urgencia de un rapto poético (fue escrito en mes y medio) y de la urgencia por incidir en el debate público.


Así, Bohigas contra Barcelona es el primer ensayo que sobre la figura del arquitecto catalán se publica tras su muerte (acaecida el 30 de noviembre de 2021, a sus 95 años) y precisamente este hecho –la muerte de Bohigas– fue uno de sus principales disparadores: el de repensar el legado de este refundador de la ciudad. Un arquitecto, recordado sobre todo por las grandes obras de ampliación de la Barcelona Olímpica, que «logra trascender su campo de acción, logra que la arquitectura provoque unos debates críticos o transformadores de la ciudad», afirma Corominas.  El caso con Bohigas, sin embargo, es que, a pesar de haber transformado la ciudad, sus obras, como decíamos antes, en tanto que invisibles para la ciudad porque son ya de su uso cotidiano, es que no se habla mucho de él. Su consolidación, un poco como le sucedió a Cerdà (primer gran refundador de Barcelona y uno de los fundadores del urbanismo moderno), es causa de su -parcial- olvido y falta de reconocimiento general entre las nuevas generaciones. 


Según Jordi Corominas, el ciudadano barcelonés tiene varios problemas. En primer lugar, es perezoso, apenas se mueve de su barrio. En segundo lugar, y aunque lo haga por creerse mediterráneo, y es que puede que vote progresista, pero es conservador. Y, por último, es un ser de rutinas: de casa al trabajo y del trabajo a casa. La consecuencia de esto es que no vive la ciudad, la vive como le dicen que la tiene que vivir, y así no genera su propia noción de ciudad. Además, sucede que en general, está expuesto al modo en el que se habla en los periódicos de la ciudad: en plan anecdótico: «no se desarrolla un contexto, y eso impide el conocimiento de la ciudad. Si la anécdota la desarrollas, al final tienes una historia bien hecha. Y eso es clave para explicar un espacio», cuenta Corominas, quien afirma que Barcelona corre el riesgo de acabar convirtiéndose en un concepto». 


Y es que «la marca se come a la ciudad», dice el escritor. Y ello la convierte en una autopista de consumo. Paradójicamente, es el gran éxito de la Barcelona postolímpica, pero que ahora, con la masificación del turismo y la ciudad convertida en un plató para disfrute del visitante, está constriñéndola y dejándola invivible. Un elemento icónico de esto es la estrella de la torre de la Virgen María de la Sagrada Familia, que ilumina la noche barcelonesa (y se puede ver incluso desde la estación de Sants), instalada a finales del año 2021; una estrella a la que Corominas denomina como «la estrella de la muerte» (y que está situada casi a 140 metros de altura). «Si te fijas, cuenta irónico -y entre risas- Jordi Corominas, se parece a una bomba Orsini». Como curiosidad, cabe decir que el propio Bohigas decía que no tenía ningún sentido acometer la finalización de una basílica en pleno siglo XXI, no en vano consideraba a la Sagrada Familia de Gaudí una «vergüenza nacional». 


Para luchar contra esa falta de sorpresa, y ese aturdimiento de los brillos espectaculares que provocan los elementos más icónicos de la ciudad, Jordi Corominas propone una pedagogía urbana que enseñe al ciudadano la historia urbanística y humanística de su ciudad. Y ésa es una de las bazas formativas que trae su librito Bohigas contra Barcelona.


Apostando por una ciudad federal

En el año 1897 Barcelona incorporó a su municipio, gracias al Decreto de Agregación, las poblaciones del llano (Gràcia, Sants, Sant Marti, Sant Andreu. Les Corts i Sant Gervasi) y, más tarde, en 1904 y en 1921, agregaría Horta y Sarrià. Con ello, y hasta el fin de la Guerra Civil, fue la metrópolis de mayor población del país. Los pueblos del llano, a pesar de haber sido anexionados, nos cuenta Jordi Corominas, «mantienen su identidad, y la mantienen a partir de una memoria, pero, sin embargo, el Ayuntamiento de la ciudad no se preocupa por explicar esta memoria que genera la ciudad federal, plural». En el centro tampoco hay mucho de esto, porque a diferencia de muchas ciudades europeas, Barcelona tiene muy pocas placas explicativas. De hecho, cuenta Corominas, «la prueba del ridículo supremo de cualquier ayuntamiento barcelonés es que se hizo un mapa hace años de los lugares literarios de Barcelona y se hizo en papel, porque les pareció mal gastarse dinero en poner placas».


Según Corominas, «la pedagogía urbana lo que quiere es que las personas, a partir de las placas, unas placas que no tienen por qué ser ostentosas, tenga la posibilidad de conocerla ciudad si ellos quieren, nadie les obliga». Porque la diversidad se mide en la pluralidad, en el patrimonio y en los espacios. «La gente piensa en Barcelona y piensa en el Eixample, nos cuenta, pero hay muchos barrios que son mundos aparte». Como decía Manuel Vázquez Montalbán, hay muchas Barcelonas. «Bohigas las interpretó a su manera, pero quiso homologarlas también», afirma.


El arquitecto Oriol Bohigas galardonado con la Medalla de Oro de la Generalidad de Cataluña, 2013. | Wikimedia Commons
«Los ayuntamientos tienen que luchar y gobernar para que esa diversidad sea real, sostiene Jordi Corominas, porque esa diversidad es la clave para que, desde la ciudad, se pueda generar un área metropolitana federal. Y ahora mismo en Barcelona no se está yendo por buen camino, porque los barrios no tienen poder administrativo, es el distrito quien lo tiene. Barcelona está constituida por 10 distritos y 73 barrios. Pero los barrios no tienen poder. Si los barrios tuvieran poder, ya no hablaríamos de a ciudad de los quince minutos, sino que hablaríamos de la ciudad de los seis minutos, donde tiene que haber a la mano un estanco, un supermercado, una mercería… se suele argumentar que es una administración demasiado cara, pero no es verdad».


A este respecto, en cuanto a la identidad de la ciudad, es también importante el bilingüismo: «La ciudad es mestiza, es que ya es mestiza en su identidad», recalca el escritor barcelonés, quien sostiene que «lo que ha pasado a nivel político con el procès es uno de sus mayores defectos: infravalorar la brutal riqueza que tenemos, que es casi única en el mundo, es la posibilidad de poder ser bilingües casi desde el nacimiento». Y lo más importante, recalca Jordi Corominas, es que «eso repercute en el modelo de ciudad». Por suerte, quizá estemos aun a tiempo de revertirlo.


La ciudad de la infancia

En su reciente libro El arte de escribir de pie (Candaya, 2023), el también barcelonés Aitor Romero Ortega escribe lo siguiente: «La ciudad propia tiene la estructura de un sueño o de un recuerdo. Calles perdidas que reflotan de pronto, sin que uno sepa muy bien dónde ubicarlas en la trama desordenada de la vida. Al mismo tiempo, mientras se recorren los años, uno percibe que algunos lugares se han desdibujado por competo, hasta convertirse en algo irreconocible. A partir de cierta edad todo lo que uno hace es tratar de sobrevivir a la ciudad de la infancia». 


Se podría decir así, con Romero, que lo que hace Jordi Corominas en Bohigas contra Barcelona es sobrevivir a una Barcelona exitosa, aquella que ya queda tan lejos, la de la ilusión colectiva postolímpica, señalándonos en sus paseos lugares que todavía conservan sus misterios, lecciones y sueños, para que todos juntos seamos capaces de recordar una ciudad que va difuminándose -y quizá, afortunadamente, convirtiéndose en otra cosa- con el polvillo interminable de las centenares de obras que asolana a la ciudad en la actualidad.


Personaje de ficción que le hubiera gustado ser.

Con épica cotidiana, el protagonista de Conversación en Sicilia, de Vittorini. Con épica legendaria te diría Fabrizio del Dongo en el fragmento de Waterloo, en La Cartuja de Parma. Ya puestos, te diría que debe molar mucho ser Pepe Carvalho. 


¿Cuál es la última exposición que ha visitado?

La de Línies Dures, en el edificio de la Editorial Gustau Gili. 


¿Qué libros tiene en su mesilla de noche?

Son varias pilas. Durante el día en la cama, donde leo al revés de como duermo, suele haber tres. Los de hoy son La vacanza, de Dacia Maraini, el Austerlitz de Sebald y los Diarios de Bloy, este último por trabajo.


Un libro consagrado que le haya decepcionado o no haya terminado. 

Me decepciono a mí mismo por no haber empezado la segunda parte de El hombre sin atributos, de Robert Musil. Pero bueno, así para pinchar, te diré que Cortázar está sobrevalorado y que el realismo mágico me da muy igual. 

¿Cuál es su canción favorita?

Soy de discos enteros, pero no hay uno mejor. En los últimos tiempos, tengo una querencia por el grupo italiano Baustelle, pero mi recámara musical es bastante bestia, cosas de Loopoesía y la radio. 

¿Y sus tres películas preferidas?

Tampoco tengo tres películas favoritas porque consumo mucho cine, como mínimo una peli al día. La fetiche es La Dolce Vita, con quizá Le Samourai un poco por detrás. El Gatopardo, porque soy muy de Visconti, o Senderos de Gloria siempre me impresionan.

¿Cuál es la serie que más le ha gustado? 

Soy de series, pero de capítulo diario, no de locura consumidora. Ahora estoy con la última de Happy Valley y los amo a todos, hasta al malo, que es un actorazo. 

¿A qué persona viva admira más?

A mi madre.

¿Y a quién detesta más?

Detesto más actitudes que personas. 

¿Qué lleva siempre en el bolso o en los bolsillos?

Un pañuelo para limpiar el objetivo de la cámara, un mechero, monedero, llaves, monedas sueltas y tabaco. 

De poder elegir otra profesión, ¿cuál sería?

Me gustaría directamente que me pagaran por mis paseos diarios en Barcelona, trabajo remunerado sí, pero a posteriori. Si los gobernantes salieran más a la calle, quizá todo sería menos funcionarial y mucho más realista. 

¿Cuál es su página web favorita?

Twitter. 

En su nevera siempre hay

Pan, queso, mandarinas, chocolate. 

¿Cuál es el mejor regalo que ha recibido?

La beca Erasmus a Roma. 

¿Cuál ha sido el mejor viaje de su vida?

Como viajo con mucha frecuencia, te diré que lo mejor es la previa y cuando recuerdas a posteriori. El viaje nunca termina. 

¿Con quién preferiría naufragar en una isla desierta?  

Así a bote pronto te diría con Dahlia, una chica con la que coincidí de casualidad en Trieste durante unas horas. Si pudiera pedir, te diría de resucitar a Jean Cocteau, porque seguro nos reiríamos mucho o no sé, raptar a Claudia Cardinale cuando era joven. 

Algo de lo que jamás se priva es…

A ti te lo voy a contar.

La última comida que le ha sorprendido.

Algo con chocolate, seguramente un pastel en una cafetería de Budapest porque si viajo me concedo más caprichos al caminar más horas. 

¿Qué le diría al presidente del Gobierno?

Me gustaría mucho pasar unas horas con él. 

¿Qué es lo último que hace antes de acostarse?

Cerrar los ojos con la radio puesta.

https://theobjective.com/cultura/2023-05-18/padre-barcelona-oriol-bohigas/




   
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