Domingo, 22 de diciembre de  2024



Català  



acec26/6/2023



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Juan Carlos Elijas culmina su ópera prima, un proyecto pangenérico gestado hace tres décadas y media: el diaronovelo epilírico dramatizado. Una obra así no puede elaborarse a la edad de veinte años. Si la idea persiste, a base de lectura y vida, es posible que pueda concretarse en algo parecido a lo que muestra al lector con Proso Modo.


En este making of, Juan Carlos Elijas explica el origen de Proso Modo [diario, fábulas y peripecias de Jordi Coboia, pandémico y terrestre], publicado en Reino de Cordelia.


Me llama Jordi Coboia alteradísimo. Más, incluso, que cuando le comunicaron desde Reino de Cordelia que iban a publicar sus prosos. Resulta que ahora debe redactar seiscientas palabras, una especie de anecdotario sobre cómo fue construido su diarionovelo. Se lo han solicitado desde una revista de prestigio.


Intento quitarle hierro al asunto y lo invito a tranquilizarse, a recapacitar sobre cómo manó todo desde el origen, y a ordenar el fluir diáfano de los pensamientos para que los lectores de este artículo se hagan una idea precisa de la obra.


En un principio fue la pandemia. La gripe española, un siglo antes. Y fue el diario, inspirado en la lenta muñeca sabrosa de Josep Pla: dejar constancia del mundo que nos habitó durante los dos meses y medio en que el confinamiento exterior se correspondió con el confinamiento interior.


Después fue el Decamerón, que acabó adoptando la hortelana forma de ficción conocida como “Decamelón”. Y un espacio: El Olivo, así, yoknapatawpho, donde toda fábula está dispuesta a cobrar vida. Y un tiempo interno, primaveral, de abril a San Juan. Y un tiempo externo: el ambiente sociopolítico postprocesal en la agitada Catalunya, en la milenaria Tarraco. Y una peculiar comunidad de vecinos, narradores orales que refieren historias inconfesadas, entre la realidad y la ficción, entre el homenaje y la fantasía.


Ese fue el principio. Lo demás, arquitectura metaliteraria, con toda la ternura disponible y con aspiración a que el lector resida en los brazos de una felicidad que compense el esfuerzo de las casi cuatrocientas páginas.


Sobre todo, el gusto y la pasión por contar hablillas y patrañas, algunas aportadas por la inspiración, otras por la tradición oral, otras referenciadas en facecias y fabliaux. Se construye el mini género de las sucesiones. De ahí los cien prosos que constituyen el libro. Se intenta dotarlos de belleza, alcanzar la proseza, que será convulsa o no será.


Jordi Coboia, un chiflado entrañable, ha confeccionado un delirante diarionovelo. Le digo que confiese llanamente que se pasó el confinamiento 2020 a base de yerbalisa con sus vecinos rastafaris, bailando con gatos, al aire libre, cada noche, en torno a una hoguera, y la musa le ayudó a concebir esta ópera prima, donde, como suele acontecer, se vacía la carga acumulada durante toda una vida, como si en una sentina de ideas y palabras. Luego hay que ordenarlo y para ello contó conmigo. Le digo que lo diga. Yo también merezco mi porción de gloria. ¡Nos ha fastidiado!


Consigue este trastornado amante de la lectura de Bernhard y Lobo Antunes efectos nada desdeñables, como que los personajes mismos contribuyan a la gestación de una polifónica entrega narrativa. Se aprecian las costuras o cicatrices, testimonios de lo que se ha dado en llamar “el pangénero”. Es un diario, una novela, un poema épico, un poema lírico, una autobiografía, un drama teatralizado.


Y se construye sobre los cimientos de subgéneros, aunque dados en cuentagotas, como la novela testimonial, la bizantina o de peripecias, la negra, la de terror, la fantástica, la histórica, e incluso la picaresca.


Todo ello con un baño de humor blanco, que varía de la ironía a la parodia, de lo grotesco a la sátira amable.


Recomiendo a Coboia que se serene. Que con decir cuatro cosas es más que suficiente. Que los lectores, tras interpretar este making of, harán por leer el novelo y extraerán sus conclusiones. No se trata de condicionar a nadie, sino de que quede claro que el divertimento puede romper también la tela que contiene la tensión del dulce encuentro entre las desdichas y los goces de la condición humana.





   
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