Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Francisco Ferrer Lerín, un poeta más allá del póquer, los buitres y el espionaje
acec27/7/2023



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Está harto de su propio personaje aunque, dice, quizá el único culpable sea él mismo. Un poeta con vida aventurera es, en los tiempos que corren, algo inusual y si a eso se le añade un sentido del humor negro y corrosivo el conjunto es del todo original, un adjetivo que le define bien. Francisco Ferrer Lerín, escritor y ornitólogo, barcelonés de ‘buena’ familia, no formó parte, injustamente, de la selección de los ‘Nueve novísimos’ de Josep Maria Castellet, cuando era claramente un claro compañeros de filas de aquellos y con una trayectoria mucho más extensa. “Muchos ellos no siguieron escribiendo poesía”, precisa. 


Ahora a los 81 años publica, al cuidado de Aurelio Major, ‘Poesía reunida’ que no 'completa'. “Parece que Tusquets ha decidido que no estoy muerto y que todavía puedo publicar algo más”, elucubra divertido. Quizá la editorial lo crea así pero Ferrer Lerín zanja el asunto anunciando haberse dado de baja de la poesía por temor a repetirse que es algo que le ocurre a los viejos poetas. “Mi último libro de 2020 es ‘Grafo pez’ que no esta mal y me gusta, pero no veo ahí nada nuevo”. De ahí que haya derivado ese aliento a la escritura de microrrelatos “circulares y humorísticos” que cuelga en la red.  


Esencia hiperbólica

En su habitual tono zumbón, como si no se acabara de tomar en serio ni su pasado ni a sí mismo, cuenta que se considera poeta desde los 17 años, cuando asumió su facilidad para la escritura, su querencia por la hipérbole, o dicho más llanamente por la exageración, unido a la lectura iluminadora del Nobel guadalupeño Saint-John Perse. “Mis compañeros de entonces eran Pedro –y recalco el Pedro porque entonces se llamaba así- Gimferrer, Félix de Azúa y, el tiempo que estuvo en Barcelona, Leopoldo María Panero. Con ellos tuve muchos intercambios intelectuales y eso determinó lo que iba a ser mi escritura”. 


La leyenda Ferrer Lerín, esa que él mismo acuñó en su novela autobiográfica, ‘Familias como la mía’, a base de verdades, medias verdades y rotundos excesos verbales, le dibuja abandonando Barcelona –donde, dice, no gusta mucho- en los años 60 para irse a vivir a Jaca, donde reclamaron su presencia para formar parte del Centro de Investigación pirenaico de biología experimental, centrado en el estudio de las aves rapaces y carroñeras. Allí, en plena naturaleza, cultivó un especial amor por los buitres, que siempre le parecieron medievales y poéticos. Más oscuras son las partidas de póquer, claro, con las que llegó a ganarse la vida e incluso, algo más imprecisas, algunas actividades clandestinas en los servicios de inteligencia. Y, finalmente, su mención como personaje en ‘Bartleby y compañía’, de Enrique Vila-Matas, porque se pasó 33 años sin escribir sin que a día a de hoy sepa muy bien explicar el porqué de aquel “preferiría no hacerlo”. 


Ahora se congratula de que aquellas circunstancias vitales curiosas -“esas cosas que al común de los mortales no le ocurren”- se vayan amortiguando poco a poco, y se hable mucho más de su producción literaria.  


No quiere ponerse cursi al sostener que un poeta observa de un modo distinto pero lanza: “Vemos cosas que los demás no ven”. En su caso define la visión poética como “científica, casi filatélica”. Y asegura salir al campo a saciar su curiosidad natural: “Solo un poeta que sea a la vez ornitólogo puede satisfacerla. Saber, por ejemplo, que un milano real, por ejemplo, se ha posado en la rama de un olmo. Si se añade memoria visual, unida a la capacidad para reconocer el canto de los pájaros, eso hace que mi poesía, que no quiere ser diferente, a veces lo sea”.


No será poesía por supuesto, o quizá un poco sí. Desde algún tiempo prepara Ferrer Lerín un libro de narrativa al que no le importa calificar como el resultado de mucho material de desecho: “Son retales de mis aventuras de escritura, con elementos autobiográficos, mis peripecias naturalistas, la recuperación de un diario inédito y la invención de una asociación destructora y maléfica a la que acude la gente para resolver sus problemas”. Probablemente, dice sin tristeza, será su último libro. 



Helena Hevia - El Periódico


Foto Danny Caminal


   
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