Domingo, 22 de diciembre de  2024



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De lugares silenciosos a espacios de encuentro: las bibliotecas se reinventan
28/12/2023



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Esta es la historia de seis bibliotecas, rurales y urbanas; de pueblos, institutos y universidades que dan servicio a barrios populosos y también a la España vaciada.


La biblioteca pública Gabriel García Márquez de Barcelona ha sido elegida la mejor del mundo en el año 2023 por la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA, por sus siglas en inglés). Fue la primera de España y el sur de Europa en conseguir esta distinción. Su filosofía es la del llamado “tercer espacio”: la casa, el trabajo y la biblioteca como un espacio social polivalente. Una relación entre el libro y su entorno que está presente con éxito en otras, ya sean urbanas, escolares y rurales.


Al cruzar la puerta de la Gabriel García Márquez, en el popular y muy poblado barrio barcelonés de Sant Martí, uno tiene la sensación de entrar en otra dimensión. El constante movimiento de gente rompe los tópicos de las bibliotecas como esos espacios cerrados, envueltos en el máximo silencio y con escasa afluencia de un público normalmente adulto. En medio de un ir y venir ininterrumpido de personas, de una arquitectura interior llena de luz y espacios abiertos interconectados desde los que se ve el exterior en todas las salas, la atmósfera atrapa al recién llegado.


Neus Castellano, su directora, maneja el lugar como si fuera la capitana de un gran buque con diferentes ecosistemas. “Una biblioteca es una comunidad lectora”, dice con determinación después de las presentaciones. La suya impresiona: tiene más de 2.000 visitas diarias, 2.500 los fines de semana, entre ellas turistas atraídos por el recién conseguido premio. Castellano trasmite orgullo y humor al contar el cambio que supuso el galardón: “Me han llamado hasta turoperadores afirmando que nos pagaban por poder incluirlo en sus visitas. Por supuesto, les he dicho que no”. Inaugurada en mayo de 2022, el jurado del premio valoró la calidad arquitectónica, la flexibilidad de los espacios, su interacción con el entorno y la sostenibilidad ecológica. Un cóctel perfecto.


Con 4.000 metros cuadrados y un fondo de 40.000 libros, más allá del eco mediático y el interés generalizado destaca el dinamismo que trasmite todo el espacio. Un ilustre vecino del barrio, Francisco Ibáñez, tiene un espacio propio con el conjunto de su monumental obra de cómics, con copias de 13, Rue del Percebe o Mortadelo y Filemón en diferentes idiomas. La biblioteca es frecuentada por vecinos del barrio, teletrabajadores, estudiantes de todas las edades, familias con niños, visitantes ocasionales y muy especialmente la comunidad latina de Barcelona, “que lo ha tomado como lugar de encuentro”, apunta Castellano. Esa conexión está condicionada por el nombre de Gabo. El Nobel colombiano tuvo una relación intensa con Barcelona, ciudad en la que vivió casi una década. Su sombra literaria está presente en este espacio de confort colectivo especializado en literatura latinoamericana. Se realizan presentaciones y actividades todas las semanas y escritoras como la argentina Fernanda García Lao o el cubano Leonardo Padura han participado en talleres.


“La biblioteca es el lugar más transversal que tiene hoy en día Barcelona”, dice con seguridad la directora, “aquí nadie te pregunta qué vienes a hacer. Hay gente que se acerca porque aquí se siente segura”. También para combatir la soledad no deseada: “Hay dos señores que vienen todos los días desde que se abrió, se sientan en el vestíbulo y saludan a todo el que entra”. Entre esa diversidad de funciones, un proyecto destaca sobre el resto: Radio Maconda. La emisora de las 40 bibliotecas públicas de Barcelona tiene allí su estudio. Hay programas de música, cine y literatura, “todos fuera del foco de la actualidad”. También hacen podcast y radio escolar con los centros de enseñanza del distrito, lo que ayuda a desarrollar la “comprensión lectora y la escucha” de los chavales, destaca Neus Castellano.


Desde esa misma lógica de espacio polivalente y abierto a la diversidad, la biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid celebró en 2023 su centenario. Su director, Javier Pérez Iglesias, es un entusiasta de su trabajo y lucha por involucrar a su equipo en las tareas de un espacio sobre el que se actúa como si fuera “un escenario para hacer cosas con y sin libros”. Pérez Iglesias define las bibliotecas como “una obra de arte colectiva e inacabada”, porque arrastran un pasado, construyen un presente y tienen la mirada puesta en el futuro. Desde esa perspectiva, explica, las bibliotecas tienen que estar abiertas a los debates que preocupan al mundo. “Al arte le concierne todo lo que ocurre en la sociedad. El feminismo, la diversidad sexual, la supervivencia del ecosistema o el poscolonialismo”, y añade que las bibliotecas “son una herramienta perfecta para imaginar una democracia radical”. Con motivo del centenario realizaron numerosas actividades, una dinámica que no fue exclusiva por la efeméride, sino que es la tónica general de un espacio que se percibe vivo y abierto. Pérez Iglesias sostiene que las bibliotecas tienen valores feministas “por esa manera de entender un mundo para todas, por la necesidad bibliotecaria de la escucha y también por hacer una política de los cuidados hacia la gente. No solo a la que viene de usuaria, sino también a la que trabaja dentro y a los colectivos artísticos”.


Esa permeabilidad de la calle se percibe en pasillos y salas donde se mezcla innovación artística (con obras de Iván Argote o Dandara Catete) con mobiliario y ornamentación vetusta. Inaugurada el 3 de marzo de 1923 por Alfonso XIII, la biblioteca tiene un fondo de más de 50.000 documentos, un archivo que abarca desde el siglo XVIII hasta la actualidad, donde hay desde vestigios de artistas o escuelas de arte hasta un importante catálogo de fotolibros o una completa fanzinoteca. Esa particularidad hace que sea lugar de consultas para investigaciones de todo tipo y no solo un servicio para los estudiantes de la Facultad, también un lugar donde apreciar el arte. Javier Pérez Iglesias contextualiza el periodo en que las bibliotecas cambiaron de perspectiva: “Hasta mitad de la década de 1980 la realidad bibliotecaria en España estaba muy atrasada. Había buenas profesionales, pero estaban muy aisladas y sin conexión con lo que estaba pasando en el resto de Europa o en Estados Unidos, donde desde los años sesenta se estaban abriendo a públicos distintos desde una perspectiva de compromiso con la sociedad”.


En el Instituto de Enseñanza Secundaria de Brión (A Coruña) el compromiso es con el alumnado. A 20 kilómetros de distancia de Santiago de Compostela, Brión es una localidad de algo más de 7.000 habitantes que mezcla un pasado rural con nuevos residentes que trabajan en la ciudad. Esa mezcla de orígenes convive en el instituto y también en su biblioteca, que abre dos veces al día durante los recreos de 20 minutos que tienen los estudiantes. Un espacio donde se desarrollan “actividades que requieren algún tipo de aprendizaje”. Lo explica Nine Paz con perfecto detalle. Ella es profesora de francés y coordinadora del espacio, en el que también participan otras tres profesoras de un centro educativo con casi 500 alumnos. Paz define la biblioteca como un “espacio de buenos tratos en el que todo el mundo se pueda sentir cómodo”. Cuando suena el timbre que avisa del inicio del recreo, el espacio es invadido por un montón de chavales entusiastas de entre 12 y 18 años que realizan distintas actividades; desde investigaciones científicas hasta partidas de ajedrez, consulta y devolución de libros, grabaciones de vídeos o prácticas con un órgano electrónico que hay en la sala para escuchar con cascos. El ambiente es eléctrico y todo está conectado. “El objetivo es que los chavales, que están en una edad complicada y con intereses diversos, sigan enganchados a la lectura. Y que se creen comunidades lectoras para que eso sea también una seña de identidad del grupo. Que sus referentes no sean los youtubers de Andorra”, cuenta Paz con visión pedagógica.


Para ella y sus compañeras uno de los retos es que hay un “déficit de chicos lectores preocupante”, y la mayoría de usuarias son chicas. En ese sentido, apunta, es importante “trabajar para que los chavales aprendan a cuidar a los demás”. Una dinámica que se percibe en un ambiente de grupos de distintas edades que recogen todo meticulosamente a velocidad de vértigo cuando suena la campana para volver a clase. Nine Paz cuenta que los libros con más demanda son cómics de manga, ciencia ficción y fantasía, y otros en los que “puedan verse ellos mismos reflejados”. Por eso una de las patas del proyecto es que la biblioteca sea un lugar “protegido”, donde poder realizar actividades solos o en compañía, siempre relacionadas con el expediente curricular y donde se sientan seguros. Algo importante a esas edades de tambaleos emocionales.


Al igual que en la biblioteca pública Gabriel García Márquez de Barcelona, una de las sinergias vinculadas al proyecto es la existencia de una radio donde los tres clubes de lectura del centro cuentan sus impresiones sobre un libro, además de aprender a hacer un guion, modular la voz o “jugar con los silencios”. En septiembre de 2023, el Ministerio de Cultura les concedió el segundo premio al mejor club de lectura escolar por “el fomento de la lectura, no solo entre el alumnado sino entre todos los miembros de la comunidad educativa”, y por “su importancia como factor dinamizador de las actividades que irradian desde la biblioteca escolar, así como generador de otras iniciativas transversales en el ámbito escolar”.


De clubes de lectura e iniciativas transversales puede presumir una mujer que es referencia a la hora de hablar de bibliotecas públicas en España. Blanca Calvo Alonso Cortés fue desde 1980, y hasta su jubilación en 2013 casi ininterrumpidamente directora de la biblioteca pública del Estado en Guadalajara (Castilla-La Mancha). Cuando llegó a su destino la biblioteca contaba con 10 empleados; siete eran antiguos guardias civiles retirados del servicio activo.


“Estaba en el palacio del Infantado, en un espacio muy pequeño. Los libros estaban en depósitos, había que acceder a ellos a través de ficheros, había poco personal y no cualificado. El horario era pequeñísimo y no abría los fines de semana. Era la antibiblioteca”. Lo cuenta en un tono tenue de voz, sin perder la sonrisa y con amor a una profesión que considera “muy vocacional”. El proceso de revitalización fue poco a poco. “Empezamos a abrir puertas, incitando a la gente a que viniera. Nos centramos primero en mujeres que no trabajaran fuera de casa, fueron las primeras que poblaron los clubes de lectura. Luego vino el resto”.


Hoy son más de 50 clubes, hay actividades para todas las edades, voluntarios que ayudan a chavales a hacer los deberes, a veces porque son de familias migrantes y todavía no dominan el castellano, se organizan maratones de cuentos y una vez al año hay una actividad para que niñas y niños puedan dormir en la biblioteca, entre libros. En 2004 se mudaron al palacio de Dávalos. “Ahora es un espacio cálido de acogida”, dice Blanca Calvo, que a pesar de llevar diez años jubilada acude casi a diario.


Más del 50% de la población de la ciudad tiene el carnet de la biblioteca, un dato impresionante que habla muy bien del recorrido del proyecto. “La biblioteca es una institución necesaria en cualquier momento histórico y lo demuestra su permanencia”, explica. Para ella el reto está en “imaginar actividades para involucrar a los jóvenes, atraerles para que no rompan ese vínculo que ya tienen muchos desde pequeños. La biblioteca es un organismo querido y la gente se identifica con la suya, eso es lo que hay que mantener”. En paralelo a la reconstrucción de la biblioteca de Guadalajara, Blanca Calvo empezó a coordinar las bibliotecas rurales de la provincia, algunas de ellas creadas durante la II República. “Estaban desastrosas”, gestionadas por personas que tenían otras dedicaciones. “Lo primero fue reunir a la gente que las llevaba, involucrarles en la selección de libros, en las novedades del mercado editorial… Los tiempos han ido a favor”.


Carol Delgado estudió filosofía, trabajó como archivera y desde hace 20 años gestiona bibliotecas rurales en la provincia de Guadalajara. En la actualidad se encarga de dos: Durón, un pueblo de 100 habitantes, y Budia, de 250. En el primero solo vive una niña y en el segundo hay un pequeño grupo de chavales que no llega a la decena. Trabaja mucho con las mujeres del pueblo, que son las que más usan el servicio. “Las mujeres leen más, les gusta relacionarse en un espacio que no sea el bar y aquí el invierno se hace muy largo. Muchas veces vienen a pasar la tarde y a merendar, entonces aprovecho para hacer charlas sobre, por ejemplo, Gloria Fuertes o María Moliner. También hacemos ganchillo, porque esto es más que un centro social”.


Delgado conoce bien la zona, de donde es su familia y en la que vive desde hace décadas. A veces las consultas tienen que ver con el catastro o para pedir ayuda con la renovación del carnet de identidad. Muchas actividades que propone son también para conocer el entorno natural en el que viven, que los chavales sepan qué es una noguera o cómo se cogen las olivas. “En Budia había tenerías hasta el siglo IX. Hace 20 años había entre 35 y 40 niños en la escuela; ahora son entre 7 y 10 y tienen que conocer la historia de este lugar porque si no se va a perder, aquí cada vez hay menos gente y cada vez más envejecida”. Delgado rebosa personalidad, se siente una privilegiada por vivir donde vive a pesar de la despoblación y asegura que todos los años lee Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela, publicado en 1948, que trascurre por los pueblos de la zona. Tiene claro su concepto de biblioteca: “Es un espacio de la comunidad libre y gratuito para el desarrollo colectivo y personal”. Una idea que conecta con algo que comenta también Neus Castellano, directora de la premiada biblioteca Gabriel García Márquez: “El éxito de las bibliotecas es que hemos ido sumando capas de servicios. Desde cuando empezaron han evolucionado. Primero como espacios abiertos a la lectura en sala, luego se introdujo el préstamo de libros, los clubes de lectura, la parte digital, la actividad social… Se van sumando capas sin eliminar ninguna”. Un ejercicio de servicio público y democracia poco frecuente.


Jacobo Rivero - El País



Imagen (Biblioteca pública Gabriel García Márquez de Barcelona) Alfredo Cáliz


   
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