Ana María Moix era una persona tímida y discreta, que te hablaba en tono de voz imperceptible mientras te explicaba que el tabaco la estaba matando como lo había hecho con su hermano Ramon / Terenci. Nadie habría sospechado que tras esa apariencia frágil se escondía uno de los talentos que con mayor agudeza había descrito su generación, la de los novísimos, la de la gauche divine, un epígono más de la posguerra barcelonesa. Solo vivió 66 años, pero su trayectoria, breve en comparación, por ejemplo, a su hermano, fue la de una estrella que marca el camino.
Conservo alguno de sus primeros libros, la novela Julia de 1970 en la emblemática Seix Barral de la época, dedicada a su amiga eterna Esther Tusquets; la innovadora Walter, ¿por qué te fuiste? , bajo los influjos o la epidemia del nouveau roman ; Ese chico pelirrojo a quien veo cada día, unos bonitos cuentos en Lumen, y No time for flowers , unas prosas poéticas plagadas de aquella tristeza que algunos críticos destacaron. “Libro hermoso cargado de esa honda tristeza de los mundos que se desmoronan”, escribía Jose-Ramón Giner en 1973 sobre Walter. Como complemento a todas estas obras sutiles, Nora Catelli y Edgardo Dobry –que traduce algunas piezas del catalán– compilan Detrás del telón , la recuperación de unos inéditos que Moix pertrechó como guiones para Catalunya Ràdio y otros medios. Todo aderezado por un poema extenso de Pere Gimferrer a su vieja amiga, que nos dejó hace ya diez años.
Aparte de la verborrea futbolística que apasionaba a Ana María, el volumen contiene unas memorias breves suculentas: cuando conoció a través de su hermano a Gimferrer y otros poetas, como Guillermo Carnero, que fueron uno de los ejes de la antología Nueve novísimos de J.M. Castellet. Los apuntes son una delicia: “ Un buen día Terenci dejó de llamarse Ramón; cogió el hatillo y se fue en busca de aventuras. Pere Gimferrer tomó el relevo al cabo de poco tiempo. El mundo era distinto a través de Gimferrer, muy diferente: me daba una versión peliculera, pero más impregnada de sensatez y rigor.” Nos situamos en la frontera entre los sesenta y los setenta, ellos desaparecían para ir al servicio militar y el mundo estallaba, también aquí, por la Guerra Fría.
Las peleas y afinidades surgen y se deshacen en medio de este retrato de grupo lleno de claves para comprender en primera persona las incomprensiones sociales mayúsculas, las contradicciones y también los reversos entre felicidad y desdicha. Leopoldo María Panero, Gonzalo Suárez, Molina Foix, Matute, Marsé, Carmen Kurtz, Barral, Azúa, Gil de Biedma, Vázquez Montalbán, Ferrater, Chacel, Gil-Albert, Clotas y muchos otros de las noches y locales de la gauche divine emergen iluminados por la lupa de Ana María, que tiene un don innato para mostrarnos un momento, fijado ya por otros memorialistas. Ella te lo cuenta en voz baja, pero nos queda claro el momento único reflejado. Sabe a poco, pero sabe a mucho. Puro sabor el de Ana María Moix, aderezado al limón, miel y mostaza.
