Domingo, 22 de diciembre de  2024



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El poema imaginado: ‘Una idea de mundo’, de Misael Ruiz
19/3/2024



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Rosa Álamo reseña 'Una idea de mundo', de Misael Ruiz, un poemario en el que se revela la búsqueda de una forma de decir el mundo donde el yo se despoja de imposturas y trampantojos.

Una idea de mundo (Animal Sospechoso, 2022) de Misael Ruiz continúa en la senda de los poemarios ya publicados: El hueco de las cosas (Trea, 2010) y Todo es real (Pre-Textos, 2017). Bajo su modesto título se revela la búsqueda de una forma de decir el mundo donde el yo —que a lo largo de la historia de la filosofía y de buena parte de la tradición poética se ha erigido en observador privilegiado— se despoja de sus imposturas y trampantojos y el trazo grueso que separaba al sujeto del mundo queda aquí difuminado. La persona del poeta ahonda en un proceso que requiere el aquietamiento de los sentidos y el olvido de sí hasta sentirse en armonía con las cosas. Los poemas son una invitación a sentirse uno con los objetos cotidianos y con el propio cuerpo. El lector disfruta con la cadencia tranquila de quien se sienta al sol, o se mece en la hamaca, o mira el mar o las estrellas. Algunos de estos poemas hacen refulgir la quietud de los objetos de tal manera que nos sentimos contemplando la belleza de una naturaleza muerta habitada. «Allí en la taza lo vio claro,/ en la sombra de la mano/ recorriendo un arco preciso/ hasta el asa».


Ser con las cosas conlleva un ensimismamiento, una pérdida de conciencia que hace posible la revelación de las cosas del mundo y de su armonía (el término cosmos trasluce exactamente esta significación). Sin embargo, la descripción de esta volátil experiencia requiere el uso medido y preciso de las palabras y sus ritmos como podemos apreciar en «Orden fugaz». Tan importante como el fluir de las cosas es la relación que existe entre ellas. Una relación que pone a prueba los límites hasta desdibujarlos y borrarlos y que convoca una atmósfera de bruma, viento, agua y espuma sin claros contornos ni límites, pero en las antípodas del mundo líquido de la posmodernidad.


Las citas que encabezan algunos de los poemas pueden dar idea de las influencias y los gustos del autor: Juana Inés de la Cruz, Francisco de Aldana, Wallace Stevens… Pero más allá de reconocidas influencias es encomiable la elaboración de una obra poética que refleja una filosofía de estar con/en el mundo, que se guía por la observación, la introspección y el análisis racional y que se expresa en el lenguaje de una lírica austera que canta la belleza de la vida y la inevitabilidad de la muerte.


Dos poemas explicitan las hechuras, el ideario de una idea de mundo: «El esclavo» y «Ética estética». El primero, abiertamente prescriptivo, enumera las fases de un proceso de epojé que culmina en un alumbramiento del mundo. Sugiero compararlo con «Leve» del poemario Todo es real para mejor apreciar el acierto de esa voluntad dispositiva. «Ética estética» es una declaración de intenciones: el poema como traslación de nuestra idea de mundo: «porque el poema era el mundo/ en el pensamiento: si, a fuerza de razón,/ hiciéramos nuestras sus palabras». El poema como metapoema, como juego. Y como tal juego se entiende la ironía del autor aplicada a ese imaginado poema: «al escribirlo no pensó que estuviera soñando/ y, sin embargo, la justa proporción/ de sus partes lo delata».


El concepto de umbral es fundamental para comprender y adentrarse en la experiencia que implica esta poética: una atmósfera sutil en la que aire y cuerpo se funden y confunden; el umbral es lo que no es. «Un instante antes de entrar» dramatiza magistralmente el concepto. El poema imaginado en «Ética estética» encuentra aquí su justa realización. El instante extático: («el infinito gozo / de estar vivo en aquel lugar y tiempo,/ el júbilo animal de respirar») se elabora como una experiencia de movimiento descendente desde la luz hacia la oscuridad. La segunda parte presenta la lucha no resuelta entre la voluntad de no ser y la necesidad de nombrar y de decir: «¿cómo decir lo que es más próximo/ a nuestro pensamiento que las propias/ palabras?». Esta tensión es un elemento central y constante en el poemario; mantiene su pulso y le da su sentido último. En la tercera parte el poeta se expresa desde la disolución en el todo, que es también la nada. Los versos avanzan seguros y a tientas, buscan la indefinición para comunicar, las certezas son fugaces y la luz que mejor alumbra es penumbra.


«Una idea de mundo» abre y concluye la parte IV y final del poemario. Compuesto de tres secciones comparte elementos de la vivencia de «Un instante antes de entrar». La plenitud de la experiencia: «una incomprensible alegría», la expresión del incierto equilibrio entre lo sentido y su disolución: «ama y desea desesperadamente, olvida/ luego el objeto de su amor» o la dificultad de expresar la experiencia: «¿Qué decir, qué eco/ de qué palabra lejana?». Un último poema y la apertura de un umbral que nos adentra/guía en la experiencia epifánica de estar con el mundo.

Escena de campo

Un paseo por el bosque al caer

la tarde. Cada vez más oscuro,

piedras y hojarasca. Se oyen

sólo nuestros pasos

sin eco. Del fondo de una hondonada

cubierta de bellotas y ramas secas

salen corriendo unas cabras: parecen

de otro tiempo. Vuelve

el silencio. Un poco

más arriba, en una cerca, un jirón

de piel, avispas que se afanan;

son los restos de un cabrito

atrapado en la alambrada. La pata

en alto, retorcida,

apunta al cielo,

que asoma entre las ramas.






   
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