Domingo, 22 de diciembre de  2024



Català  


Gaziel, lucidez y compromiso
10/6/2024



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Agustí Calvet fue uno de los mejores y más influyentes periodistas españoles de la primera mitad del siglo XX, pero hoy, 60 años después de su muerte, es un gran desconocido para el gran público. Tras reeditar en los últimos años varios de sus títulos, la editorial Diëresi recupera 'Cómo somos los catalanes', uno de los textos más lúcidos para comprender la "cuestión catalana"



"Toda la carrera de un periodista es algo insignificante. Pero si un artículo consigue influir en la rectificación de una conducta política equivocada, o la labor de un publicista se traduce, al cabo de los años, en haber impedido alguna vez que se cometiesen torpezas insignes, la endeblez forzosa de ese trabajo febril que hacemos los periodistas y la insignificancia de nuestra personalidad quedan premiadas anónimamente, inefablemente, por el servicio sin recompensa prestado al país". Lo escribió Agustí Calvet, más conocido como Gaziel (Sant Feliu de Guíxols, 1887-Barcelona, 1964), en un artículo de 1935 de título programático, ¿Vale la pena de escribir?, y que encontramos recogido en Cuatro historias de la República.


Estas pocas palabras resumen la concepción que Gaziel tenía de la labor del periodista a la vez que son reflejo de un compromiso intelectual que va más allá del ejercicio periodístico y que se articula principalmente a través de la palabra escrita. "Se echan de menos hoy periodistas con el bagaje cultural –en un sentido amplio– que atesoraba y desplegaba Gaziel en sus escritos", comenta José Ángel Martos, editor de Diëresis, sello responsable de la reedición de distintos títulos del periodista catalán y de la reciente recuperación de Cómo somos los catalanes.


"Fue una suerte para el periodismo catalán y español tener a Gaziel, ya que los dignificó y elevó", prosigue Martos, para quien Gaziel tiene un compromiso intelectual "sobre todo con la objetividad, con explicar las cosas, no como nos gustaría que fueran, sino como son y por qué han sido así. En aras de ese compromiso con la objetividad y la verdad, se arriesgó a la impopularidad entre los suyos, y esa es seguramente la causa de que hoy no tenga un club de fans y que no se le reivindique tanto como a otros nombres que son más cómodamente amoldables a las categorías ideologizadas de un periodismo polarizado". 


Cumplir un deber

Gaziel no buscaba el aplauso. Sabía que su profesión le obligaba a decir cosas que podían resultar incómodas e impopulares, pero que, pese a ello, debían decirse. A finales de 1935, en otro de sus artículos en La Vanguardia, periódico del que fue director de 1933 a 1936, afirmó que el periodista no debe escribir "con la esperanza de ser escuchado", sino "por una especie de instinto irreprimible y por el sentimiento de cumplir un deber".


No iba para periodista. Había estudiado Filosofía. Estaba en París cuando comenzó la Gran Guerra y, a pesar de la insistencia de su familia y amigos, decidió quedarse en la capital francesa, donde comenzó a escribir una especie de diario en el que anotaba lo que estaba viviendo la ciudad. "¡Es usted periodista! Haga el favor de traducir estas notas cuanto antes", exclamó entusiasmado Miquel Sants Oliver, entonces director del citado diario, pidiéndole que las vertiera del catalán al castellano para que así pudieran "comenzar a publicarlas mañana".


De esta manera, se convirtió en periodista y entró a formar parte del rotativo barcelonés del que fue director hasta la Guerra Civil. Sants Oliver le encargó más crónicas, reunidas en el volumen publicado por Diëresis En las trincheras, donde también podemos encontrar los reportajes que aquel joven periodista escribió durante todo el conflicto mundial y que fue reuniendo en distintos títulos, como En las líneas de fuego (1915), El año de Verdún (1916) y De París a Monastir (1917).


Esta última obra, reeditada en 2014 por Libros del Asteroide, narra el viaje que realizó Gaziel hasta Serbia en 1915 para explicar de qué manera la guerra estaba afectando el sur y este de Europa, después del fallido intento de los aliados de conseguir la neutralidad de Grecia y de que Serbia se hubiera convertido en escenario de batalla para ambos bandos. "Hombres, mujeres, niños, animales y carros se apiñaban en un gran círculo compacto, infranqueable. Los rostros de todos los reunidos miraban ávidamente hacia el interior del grupo. Resonaba una confusión de gritos y chillidos", describe cuando su viaje está a punto de llegar a su fin. Consciente de que de toda esta tragedia de la que es testigo apenas quedará nada, ni tan siquiera el recuerdo, defiende la necesidad de la palabra escrita no solo para dejar testimonio de lo acontecido, sino también para alertar de cuanto ha tenido lugar y puede repetirse.


Escribir, ante todo

"Es preciso que Gaziel deje de ser periodista y observador de sucesos sensacionales. Hay que olvidarse de él por algún tiempo. Ahora quiero ser, simplemente, Agustí Calvet, el que en los ardores del verano de 1914 veía desfilar optimista el panorama del mundo desde la más encantadora de las ciudades. Ahora busco abrir un paréntesis en mi vida de periodista. Gaziel va a estar archivado por algún tiempo, mientras Agustín Calvet se dedica a menesteres editoriales. Con la pluma hice cuanto estuvo a mi alcance para evitar que España cayera en la catástrofe. Cuando Gaziel regrese al periodismo, dirá cómo lo echaron de Barcelona. Por ahora ha renunciado a contar en público los actuales sucesos", afirmó en 1937.


Las circunstancias políticas lo habían obligado a retirarse del periodismo. Tras haber sido acusado de alta traición, decidió renunciar a la palabra pública, pero sin dejar nunca de escribir. En efecto, en estos años publicó algunas de sus obras intelectualmente más relevantes, como Meditaciones en el desierto, texto escrito entre 1946 y 1953, y Cómo somos los catalanes, título que, de la mano de Diëresis, se publica por primera vez en castellano y que reúne cuatro ensayos redactados entre 1938 y 1947. En estos cuatro textos, todos ellos centrados en Catalunya, Gaziel "se plantea si existe una incompatibilidad entre los catalanes y los españoles y, en caso de que así sea, de dónde viene este sentimiento y por qué se va repitiendo a lo largo del tiempo", según comenta en el prólogo Màrius Carol, quien destaca que para Gaziel "la historia de Catalunya es desoladora y amarga como ninguna otra, porque pone de manifiesto que a Catalunya siempre le ha faltado la política".


Críticas y reproches

Gaziel lamenta la falta de hombres con compromiso político, hombres cuyo "prodigioso esfuerzo" parece no haber servido de nada: "Los que ya somos suficientemente viejos para haber visto […] nacer a los hombres admirables a los que me refería [aquel que más admiración le despierta es Cambó, con quien, a pesar de las discrepancias, le unirá amistad y respeto] y, después de haberlos contemplado actuar hasta la muerte, sabemos que eran, humanamente hablando, una cosecha extraordinaria como tan solo muy de vez en cuando surge de forma misteriosa, de las entrañas de un pueblo", se señala en el prólogo de Cómo somos los catalanes.


La ausencia de política a la que se refiere Carol tiene mucho que ver con su crítica a la burguesía: "El burgués catalán, individualista acérrimo, no se ha interesado nunca seriamente por la política. No siente la cosa pública. Siente tan solo la cosa privada, […] el tipo medio de los industriales y comerciantes catalanes experimenta una sincera repugnancia, casi una aversión invencible, ante los problemas de la comunidad, sobre todo los de carácter político, que le parecen turbios o cuando menos absurdos porque le hacen perder el tiempo", leemos en El peligro real, uno de sus artículos de 1932 reunidos en Cuatro historias de la República.


La crítica a la burguesía se enlaza con los reproches que hace a la República –lamenta que las izquierdas "hayan fracasado siempre, y muy especialmente durante la Segunda República, cuando tenían en sus manos todos los triunfos en la tarea de estructurar […] la supernación o federación fallida que es la península Ibérica"– y, a la vez, a los intelectuales, a quienes reprocha falta de compromiso. Lo vemos en las recriminaciones que dirige a José Ortega y Gasset, Jacinto Benavente y Gregorio Marañón.


"En aquellos años tristísimos en España fallaron muchas cosas; yo creo que casi todas. El máximo fallo, sin embargo, fue el de los intelectuales, precisamente los que tenían mayor obligación de no desfallecer, porque eran, o debían ser, la luz de la conciencia colectiva", leemos en Cómo somos los catalanes, donde asimismo lamenta, a partir de la figura del pintor Joaquim Sunyer, que los catalanes que más podían aportar a Catalunya, pero también a España, aquellos que podían ser motor de una transformación radical, se marchan: "La selección de los catalanes fieles al propio espíritu surge instintivamente a buscar el alimento y el cobijo que le faltan, lejos del ambiente en el que lo mejor de ella misma […] se corrompe y se marchita. Huyen los catalanes más allá de los Pirineos, hacia un clima en el que perciben por instinto que las propias esencias vitales encuentran más consuelo y alimento".


Inhibición radical

Gaziel optó por quedarse y por el silencio. "El afán intervencionista de preguerra –comenta Llanas al final de su ensayo– es sustituido por una inhibición radical, a menudo fatalista, a partir de 1939. La realidad mandaba, evidentemente, y el desengaño sufrido había sido demasiado grande. Orgullosamente distanciado del franquismo, tampoco se vincula con la resistencia cultural ni con la clandestinidad".

Su compromiso con la palabra escrita, sin embargo, sigue intacto. No modifica sus opiniones ni su escritura para así publicar, sino que opta por una escritura privada y solo aparentemente silenciosa, puesto que, pasadas ya varias décadas, sus textos no solo nos interpelan, sino que nos abruman con su clarividencia. 


Cómo somos los catalanes, paradójicamente, es uno de los textos más lúcidos para abordar y comprender la "cuestión catalana"; sus reportajes de 1914 nos permiten comprender las dinámicas de una Europa de la que ahora somos herederos y sus artículos son ejemplo de una escritura bisturí capaz de diseccionar la realidad política, social y cultural catalana y española, dándonos así las herramientas para comprender nuestro presente.






   
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