Pocas vidas tan intensas como las de Carlos Barral, marinero, poeta, memorialista y político, que convirtió la imprenta familiar en una de las editoriales más relevantes del mundo.
“No es lo mismo la memoria de un literato que la memoria de un protagonista histórico. Las memorias de un protagonista histórico dependen en sí de la experiencia histórica, las de un literato no; las de un literato dependen más bien de su capacidad de reflexión sobre la vida”, afirmaba Carlos Barral que, sin pretenderlo, logró aglutinar esas dos facetas, aunque de forma muy particular. “Mi problema es que soy un memorialista que no tiene memoria. Puedo recordar con precisión absoluta la decoración de una habitación, el dibujo de un papel de pared, pero en cambio, no estoy seguro si tal acontecimiento ocurrió en el año 49 o en el año 52. Este libro está escrito aprovechando esa ventajosa memoria y esa desventajosa desmemoria”, reconocía al hablar de Años de penitencia, el que fuera su primer libro de recuerdos, en el que contaba lo acaecido en su vida entre los años 1939 y 1950.
En la época en la que daba comienzo dicho volumen, Carlos Barral (Barcelona, 1928) ya había quedado huérfano de padre, un industrial catalán de las artes gráficas enamorado de la mar y coleccionista de antiguas espadas renacentistas, que dejaría una honda huella en su hijo, al que legaría su pasión por la navegación y su futuro profesional. Tras estudiar en un colegio de jesuitas —que, según sus propias palabras, era una suerte de campo de concentración en el que se impartía una educación medieval—, el joven Barral comenzó sus estudios superiores en la Universidad de Barcelona. “Estudié Derecho, sin ninguna vocación. En realidad, recuerdo el día que, siendo verano y estando en Calafell, fui a la universidad a matricularme. No teniendo ninguna vocación determinada, me daba lo mismo la ventanilla de Filosofía y letras que la de Derecho y en la de Derecho había menos gente”.
A pesar de esa falta de interés, su paso por la universidad fue determinante para el desarrollo personal de Barral que, en el campus, en las aulas, en pasillos y cantinas, coincidió con, entre otros, Jaime Gil de Biedma, Jaime Ferrán, Manuel Sacristán o José María Castellet, a los que incorporaría de una u otra forma a ese proyecto profesional que, como él mismo repetía, era su “destino natural”.
La imprenta del boom
Fundada en Barcelona en 1911 por Victoriano Seix y los hermanos Luis y Carlos Barral, Seix Barral era una empresa de artes gráficas que compaginaba las labores de impresión con la publicación de libros para uso escolar. A mediados de los años 50, Víctor Seix y Carlos Barral decidieron renovar la compañía y apostar por la actividad editorial, para lo cual Barral decidió buscar nuevos autores, prestando especial atención a los escritores españoles de lo que se conocería como la generación de los 50 o del medio siglo.
"Todo eso comenzó con un libro muy importante que no publiqué yo, sino que publicó Destino, que es El Jarama de Sánchez Ferlosio. Alrededor de eso intuí que había mucho más y fui buscándolos. Fue una caza absolutamente organizada. Tenía que venir a Madrid o ir a provincias, buscar a la gente de la que había oído hablar, de quien había leído un cuentecito, cuyo nombre había oído nombrar en una votación…", comentaba Barral que, con el objetivo de darle más prestigio a la editorial y conseguir nuevos autores, crearía, en 1957, el Premio Biblioteca Breve.
Dotado con 30.000 pesetas [180 euros sin actualizar el coste de la vida] en concepto de adelantos de autor para una tirada de 5.000 ejemplares, el certamen estaba abierto a manuscritos en castellano de, al menos, “trescientas cuartillas holandesas mecanografiadas a doble espacio y por una sola cara”. El tema era libre, pero en las bases se advertía que el jurado — formado por el propio Barral, acompañado de Juan Petit, José María Valverde, José María Castellet y Víctor Seix— “tomará primordialmente en consideración aquellas obras que por su contenido, técnica y estilo respondan mejor a las exigencias de la literatura de nuestro tiempo”. Por último, se advertía que Seix Barral se reservaba la opción de publicación de las novelas presentadas que no fueran premiadas.
Entre las obras ganadoras de esos primeros años estuvieron Las afueras de Luis Goytisolo (1958), Nuevas amistades de Juan García Hortelano (1959) y, tras declararse desierta la edición de 1960, la de 1961 la ganaría Dos días de septiembre de José Caballero Bonald. Aunque todos ellos eran autores españoles, desde su primera edición el Premio Biblioteca Breve demostró una vocación internacional, que buscaba estrechar lazos culturales con los escritores del otro lado del Atlántico.
De esa forma, ya en la segunda edición la novela finalista fue para el chileno Carlos Droguet por Eloy; en la edición de 1960 la mexicana Ana Mairena fue finalista por Los extraordinarios y, en 1961, sucedió lo mismo con El paredón, del uruguayo Carlos Martínez Moreno. No obstante, hubo que esperar hasta 1962 para que un autor latinoamericano ganase el Biblioteca Breve. Se trataba del peruano Mario Vargas Llosa por La ciudad y los perros, al que seguiría, en 1964, Vista del amanecer en el trópico de Guillermo Cabrera infante que, después de ser prohibida por la censura, acabaría siendo publicada posteriormente como Tres tristes tigres. Cuando en 1967, el Premio Biblioteca Breve fue a parar al mexicano Carlos Fuentes por Cambio de piel, ya era un hecho que la literatura en castellano vivía un “boom latinoamericano”.
“El boom fue una coincidencia. Fue una coincidencia de circunstancias tan diversas como la revolución cubana, el hecho de que existiese una generación de escritores con voluntad de renovación del estilo, con la manera de decir en América Latina, con el hecho de que a mí me interesase la literatura latinoamericana en aquel momento y de que fuese oportuna esa especie de fusión entre las dos literaturas, española y ultramarina, en el ámbito de la lengua", comentaba Carlos Barral en conversación con Joaquín Soler Serrano durante el programa A Fondo de RTVE, antes de sentenciar: "Pero el boom ya no existe. Los grandes escritores que lanzó el boom han hecho cada uno una carrera particular, se han dispersado, se han disgregado y esas circunstancias que hicieron ese fenómeno pues han cesado".
Coquetería y leyenda
Gracias al premio, a ese derecho de opción preferente y al buen ojo de Carlos Barral, en los siguientes años Seix Barral publicó títulos como Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé, Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, De donde son los cantantes de Severo Sarduy, Campos de Níjar de Juan Goytisolo, Opiniones de un payaso de Heinrich Boll, Boquitas pintadas de Manuel Puig o Ceremonias de Julio Cortázar. Sin embargo, lo que Barral siempre lamentaría fue no haber publicado Cien años de soledad y no porque el editor no valorase su calidad literaria como se ha sugerido durante años, sino por mera fatalidad.
“A lo largo de los años, he oído decenas de versiones de ese flagrante traspié editorial —recordaba Malcolm Otero Barral, nieto del editor, en un artículo para el diario El Mundo en 2017—. Una es que el manuscrito quedó enterrado bajo una pila de papeles durante unas vacaciones y que a la vuelta había expirado el plazo de contratación. Otra que el comité de lectura no lo consideró publicable y lo desestimó sin ambages. También que al editor el libro le pareció literatura oral de ínfima calidad y que no dudó en descartarlo”. Más allá de todas esas teorías, la realidad fue que Carlos Barral nunca llegó a leer el manuscrito de la novela de García Márquez que, apurado económicamente hasta el punto de no disponer de dinero para sacar las copias correspondientes de su novela para enviar a los editores, acabó aceptando la oferta de la editorial argentina Sudamericana.
A pesar de lo sencillo de la explicación, Carlos Barral no se preocupó demasiado en desmentir esa leyenda que ponía en duda su diligencia a la hora de valorar la obra del Nobel colombiano. Una actitud que, según García Márquez, podría deberse a la coquetería del propio Barral, que habría querido pasar a la historia como André Gide o T.S. Eliot, que rechazaron Por el camino de Swan y Ulises, respectivamente. En todo caso, si bien el traspiés de Cien años de soledad no fue tal, Otero Barral reconoce que sí hubo decisiones un tanto inexplicables. Por ejemplo negarse a editar Mafalda porque “no publicaba monigotes” o “pasarle a Lumen el libro Apocalípticos e integrados, de su íntimo amigo Umberto Eco, porque no le cabía en la programación”.
Un nuevo rumbo
Utilizando un símil marinero, durante la década de los 60 Seix Barral iba viento en popa. Sin embargo, en 1967, la editorial encalló a consecuencia de la inesperada muerte de Víctor Seix. El socio de Barral se encontraba en Fráncfort asistiendo a la tradicional feria del libro de la ciudad alemana, cuando fue atropellado por un tranvía. La muerte del amigo y socio hizo que el equilibrio de poderes en la editorial se resintiera y que las personas que asumieron las tareas de Seix no mostraran la misma confianza hacia la labor de Barral que, descontento, decidió abandonar la compañía y fundar un nuevo sello editorial. Aunque su intención era repetir la experiencia vivida en Seix Barral, el editor era consciente de que el tiempo había pasado, él estaba más mayor y el mundo editorial ya no era el que fue.
“Evidentemente que me gusta el trabajo de editor y en temporadas de mi vida ha sido realmente apasionante. Sobretodo a lo largo de los años 60. No porque fuera una época para mí particularmente excitante, sino porque la edición mundial conoció en ese momento un momento de seriedad y de vocación a la cultura, que después, vete a saber por qué, se ha ido perdiendo por un interés más comercial por una competitividad agresiva y a veces desagradable, no solo en el mundo de la edición española, sino en el mundo en general”, reflexionaba Barral en el programa A fondo, en el que también lamentaba que las ferias de libro se hubieran convertido en una suerte de Las Vegas de los derechos de autor. “En momentos de mi vida editar ha sido muy excitante. Efectivamente, es una especie de veneno del cual uno difícilmente podría prescindir cuando ya es adicto. De todos modos, ahora siento una cierta fatiga me gusta menos, quizás por eso que te digo, porque ha perdido nobleza este oficio o la está perdiendo. Quién sabe si la recuperará”, se preguntaba.
Fundada en 1969, en sus diez años de actividad, Barral editores llegó a editar más de 300 títulos, entre los que se encontraban los de autores como Carlo Emilio Gadda, Joyce, Ezra Pound, Günter Grass, Nabokov, García Hortelano, Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa o Eugenio Trías, y que resultaban muy reconocibles en las librerías gracias a una sobrecubierta de plástico transparente que protegía, al tiempo que dejaba ver las atractivas portadas creadas por Julio Vivas.
Sin embargo, a principios de los 80, desencantado de nuevo con el mundo editorial, Carlos Barral decidió abandonar el sector y decantarse por la política. Fue elegido senador por Tarragona por el PSC-PSOE, cargo que desempeñó entre 1982 y 1986, fecha en la que fue elegido eurodiputado, cargo en el que permaneció hasta 1989, año de su fallecimiento. Una trayectoria que, lejos de resultar incomprensible, armonizaba con esa filosofía de vida que había guiado su labor editorial y que tenía mucho de cierta vergüenza de clase, que buscaba aprovechar su situación de privilegio para mejorar la vida de los demás.
“Es más cómodo haber nacido burgués que haber nacido realmente proletario, pero de todos modos, uno debe ser consciente que, desde la cuna, está disfrutando de una situación del privilegio”, declaraba Barral, que añadía: “La visión del mundo que uno tiene, incluso de la política porque por muy progresista, muy de izquierdas que se sea, está determinada por el hecho de que uno está en una posición privilegiada”.