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a profesora de la Universidad de Barcelona y crítica literaria explora en Íntima Atlántida (Taurus) la trayectoria personal y literaria de Rosa Chacel, cuya vida estuvo marcada por las contradicciones y por el desencanto ante un éxito literario que únicamente obtuvo de forma tardía
Anna Caballé no es solo una de las principales estudiosas y teóricas del género literario de la biografía. También es autora algunas de las vidas escritas más importantes de la literatura reciente. Ha indagado en la trayectoria de figuras como Francisco Umbral o de Carmen Laforet y ganó el Premio Nacional de Historia 2019 por su estudio sobre Concepción Arenal: La caminante y su sombra (Taurus). Ahora se enfrenta a Rosa Chacel. Íntima Atlándida es una detallada y dilucidadora biografía de la escritora vallisoletana. Caballé se adentra en este libro en la vida de la autora de La sinrazón, aborda su naturaleza contradictoria -una escritora segura de sí misma en público pero insegura en el ámbito privado- y describe su sentimiento de decepción por un reconocimiento literario que le llegó tarde, tras muchas décadas en las que sus novelas y sus narraciones pasaron desapercibidas.
¿Escribir una biografía de Rosa Chacel implica, en parte, deconstruir su imagen o, por lo menos, contradecir la imagen de ella en sus últimos años? Nunca comienzo una biografía con una idea clara, más bien con la voluntad de entender algo que no entiendo. Por tanto, no tenía muy claro si iba a tener que deconstruirla. Lo que sí es cierto es que, en la medida en que me documentaba, me sorprendía el desfase que había entre la seguridad que ella muestra en su autobiografía, donde dice que ya a los diez años sabía lo que quería ser, y la inseguridad y el sentimiento de fracaso que se perciben en sus diarios. De la voluntad de indagar en esta discrepancia, o en este desfase, comenzó el interés por la biografía y, en la medida en que avanzaba en el estudio de Chacel, me iba dando cuenta de que, efectivamente, había que deconstruir la imagen que ella misma se había construido de cara al público.
¿Ella tenía claro qué imagen quería construirse de sí misma? No, al contrario. De haber tenido las ideas claras sobre el personaje que quería ser, o representar, lo hubiera construido mejor; hubiera tejido unas redes sociales que nunca tejió y hubiera entrado de otra manera en el mundo literario. El problema está en su infancia: a mí me sorprendió muchísimo leer que a los diez años sabía lo que quería hacer de mayor porque a esa edad tienes todo por descubrir. Ella se crio prácticamente siendo hija única, porque su hermana nació cuando tenía dieciséis años. Hasta entonces fue hija, nieta y sobrina única. Fue el centro del mundo. Con diez años llega a Madrid. Es una niña muy mimada y segura de su talento. Su familia, además, la convence de que tiene un don especial y esto hizo que pensara que lo normal fuera que todos se lo reconocieran. Aquí es donde aparece la frustración por no ser reconocida. Piensa que, al poco de casarse, su marido empieza a tener otras relaciones; es decir, deja de ser la única.
Chacel escribió que, en los años que ella y su marido estudiaron en Madrid, no dejó que él tuviera la vida de artista, disoluta, que tuvieron sus compañeros. Timoteo, Timo, y ella se conocen siendo dos críos de veintidós años. Para él estudiar en Madrid supuso salir por primera vez fuera del pueblo, y eso hace que Chacel actúe frente a él con esa misma superioridad con la que trataba a su familia. Son una pareja encerrada en sí misma. Lo que sucede es que, al contrario de ella, Timo no era de carácter cerrado. Cuando van a Roma ya son una pareja completamente, anómala dentro de la Academia, algo que Timo percibe y, en parte, lo cuenta en una carta en la que le dice que el problema que hay entre ellos es que ambos son artistas y, por tanto, ella reclamaba que él sea el marido de la artista y él necesitaba que ella fuera la mujer del artista. En otras palabras: los dos sienten que no tienen al lado una persona entregada a la obra del otro. Chacel repite frecuentemente que para ella lo principal en su vida es su obra, que está por encima de todo, incluso, de su hijo. Exactamente. De ahí el gran sentimiento de fracaso que ella misma va alimentando, que nace de una vocación inmensa y de un escaso reconocimiento que no cumple ni de lejos las expectativas que tenía. Esa sensación de fracaso se agrava cuando publica La sinrazón.
La idea de fracaso ya la perseguía desde su primera novela, Estación de ida y vuelta, que le envía a Ortega y Gasset porque es una plasmación de la filosofía orteguiana a través de la ficción. No recibe la respuesta que ella esperaba. Hay que tener en cuenta que Ortega era un hombre que distinguía muy bien entre sus discípulos y esas jóvenes -María Zambrano, Chacel...- que estaban en su círculo y que reconocían el magisterio de Ortega. Sin embargo, no las consideraba discípulas. Y la respuesta que le da a Chacel, diciéndole que percibía la influencia de Jean Giraudoux, un autor que ella no había leído, provoca en la escritora una enorme decepción. Podría haber sido una lección de vida, un aviso de que no debes hacer del reconocimiento de los otros el centro de tu propia vida. Hago un paréntesis: lo curioso es que estas mujeres, pienso especialmente en Zambrano, a las que Ortega y Gasset no consideraba discípulas no solo han transcendido con el paso del tiempo, sino que su obra ha perdurado incluso por más que la del propio maestro. María Zambrano, partiendo del magisterio de Ortega, construyó su propio pensamiento. Por eso destaca. El hecho de tener un maestro no quiere decir que tengas que seguir intelectualmente sus ideas. Más bien lo contrario: creo que el pensamiento del maestro debe ser lo suficientemente inspirador como para que el discípulo pueda volar por sí mismo. Chacel tenía una formación muy grande, pero no se había formado de manera tan firme y disciplinada como lo hizo María Zambrano. A mí me sorprende mucho que Chacel, con esa vocación inmensa que tiene, no quiera seguir estudios reglados. La indisciplina forma parte de su carácter.
¿Esa indisciplina se refleja en su escritura? Absolutamente. A ella la vida personal, la relación con Timo o con su hijo, le condiciona muchísimo. El día que no recibe una carta de Timo no puede escribir. Toda su atención se dirige a esperar que la carta llegue. Lo contradictorio es que para ella su obra es lo primero; sin embargo, tiene una dependencia emocional tan grande con Timo y con su hijo que hace que cualquier imprevisto o inseguridad le impida escribir. Timo y su hijo saben que, si no le escriben regularmente, pierde la concentración y no hace nada. Por eso procuran mantener esa relación epistolar de manera regular.
Teresa, su segunda novela, tampoco funciona. Su carrera parece una suma de decepciones. Sí, las decepciones son constantes y para ella esto tuvo que ser muy doloroso. Estación ida y vuelta es una novela fallida. Ella no tiene ninguna razón para poner tantas las expectativas en esta primera novela…
Sin embargo, la reivindica hasta el final. La reivindica obsesivamente. Ricardo Rodrigo, propietario de RBA, me explicó que cuando quiso recuperar sus novelas ella pidió empezar por Estación ida y vuelta. Gran equivocación. Tenía que haber empezado por Teresa, mucho más notable y que tuvo muy mala suerte. En mayo de 1936 la novela estaba ya impresa, pero permaneció en el almacén de Espasa sin distribuir por culpa de la guerra.
Es entonces cuando Julián Marías dice que se está prestando atención a autores mediocres y no a Chacel. Y es cierto. Chacel es una escritora crucial en el desarrollo de la literatura española del siglo XX, sobre todo en la literatura escrita por mujeres. Por aquellos años Carmen de Icaza publica Cristina Guzmán, profesora de idiomas, una novelita rosa preciosa, estupenda, pero no hay color. No se puede comparar ni con Teresa ni con Estación ida y vuelta, aun no siendo esta última una novela perfecta. A esto se suma que, a diferencia de los escritores, las autoras no se cohesionan en una generación. Todas ellas van por libre: Irene Polo, Josefina Carabias, Luisa Carnés… . Lo que las une es que todas ellas rompen moldes con respecto a la generación anterior. ¿Para Chacel el valor principal de una persona era su inteligencia? Sí. Lo que busca en sus novelas es que el lector se sorprenda con su inteligencia. De ahí que se olvide muchas veces de que en las novelas es necesario construir un relato. Es diferente en los cuentos, donde demuestra maestría a la hora de sostener narraciones en el vacío. Sus cuentos son absolutamente excepcionales. No todos, pero muchos están a la altura de los escritos por Borges. Volviendo a su su marido: ¿Eran distintos y afrontan la guerra y el exilio de manera distinta? Timo y Rosa Chacel tenían dos caracteres diferentes. Timo, cuando tenía una decepción, pasaba página inmediatamente, se olvidaba, ni lo comentaba. Su hijo me dijo que en casa nunca se hablaba de la guerra porque Timo había sufrido muchas decepciones y no quería saber nada de ellas. Él se había exiliado, vivía en otro país para construirse una vida nueva. Chacel es todo lo contrario: una mujer que alimenta sus decepciones hasta el último momento. Viven el exilio de forma distinta, aunque llegaran a Brasil decepcionados y dolidos. Chacel sufre el ataque de los comunistas. Estaba cerca de Ortega y de Marañón. Representaba la que podríamos llamar la tercera vía.
Es cierto que Chacel tenía un carácter complicado, pero sufrió decepciones literarias y sentimentales. Su matrimonio no fue lo que esperaba. Su matrimonio es una apariencia. Apenas hay sexo entre ellos. Llegan a estar seis años separados. Él tiene sus historias. Ella tiene también una breve relación en la década de los treinta en París, pero nace del despecho por las infidelidades de Timo, que tuvo algo con Blanca, su hermana pequeña. La hija de Blanca lo niega, pero creo que el poema que él le dedica es prueba de que sí hubo algo. Se trata de un poema que solo se escribe a alguien con quien se tiene una relación. Timo era muy enamoradizo y Chacel sufrió por esto. Emocionalmente dependía mucho de él. Para mí hay un momento terrible en la vida de Chacel. Es cuando está en Nueva York y escribe en su diario que no tiene dónde caerse muerta. En Brasil nadie la reclama. No sabe dónde ir. Es terrible pensar en una mujer de casi 60 años que no tiene nada, ni tan siquiera un suelo bajo los pies. Esa situación debió provocarle una enorme angustia.
Desde que llega a Brasil y, después, cuando se traslada a Buenos Aires, quiere entrar en el círculo de Victoria Ocampo. Pero no le abren las puertas. En Buenos Aires había varios círculos literarios e intelectuales. Estaba el círculo de los exiliados ante el cual ella se mantiene a distancia por las razones ideológicas. Luego está el círculo de la Revista Sur, con el que ella termina mal. Chacel y Ocampo eran dos personalidades poderosas, fuertes y, como me decía Manuel Leguineche hace algunos años sobre la relación de Umbral con Cebrián, no puede haber dos cocodrilos en un círculo pequeño. Ocampo tenía todas las de ganar. Cuando publica La sinrazón, no sale ni una sola reseña y se venden poquísimos ejemplares. Esto es terrible para Chacel.
Con La sinrazón tiene las mismas expectativas que tenía con Estación de ida y vuelta: ser reconocida por sus pares. De todas maneras, en mi opinión La sinrazón es también una novela fallida porque ella está más preocupada en demostrar su brillantez e inteligencia que en construir el libro. Cuando la lees te das cuenta de que, cuando la trama empieza a progresar, la frena, porque cree que para demostrar su inteligencia literaria debe sostener la novela sin apoyo de un argumento. Esto hace que sea una novela muy difícil de seguir.
Quizás su novela más leída y más fácil sea Barrio de Maravillas. Probablemente, sobre todo porque hablamos de un texto amable y con cierta dosis de nostalgia. Para mí la mejor novela de Chacel es Memorias de Leticia Valle, pero también destacaría Acrópolis. Estos dos títulos tienen fundamento, es decir, cuentan una historia
Volviendo a la falta de reconocimiento, imagino que recibir cartas llenas de admiración de Pere Gimferrer y Ana María Moix debió ser para ella gratificante. Fue importante. Hay que tener en cuenta que entonces en España no era nadie. No se conocía nada de su obra salvo Teresa. Gimferrer, Carnero y Ana Maria Moix la descubren. En ellos Chacel encuentra un reconocimiento. Ella sabe que entre los autores de su generación hay demasiadas rivalidades y tiranteces que vienen de años atrás. Ana María Moix tiene una mirada limpia y llena de devoción.
En esta correspondencia encontramos a una Chacel segura de sí misma que intenta enseñar a la joven alumna. Sí, pero esta es solo una de sus caras. Por un lado está la escritora que tiene claro que quiere hacer y qué papel quiere jugar en la literatura española. Y luego está la mujer insegura que no sabe cómo gestionar sus decepciones públicas y privadas. Solo al final de su vida admite que su mala suerte se la buscó ella. Resulta muy difícil de entender la razón por la cual, a su regreso a España, en momento dulcísimo de su vida en el que hay consenso sobre el valor y la importancia de su obra y de su figura, publica unos diarios en los que escribe de manera negativa contra muchas personas, incluidas aquellas que la habían apoyado, como es el caso de Moix o Julián Marías, al que llama Juliancito. Estos diarios son una mala operación desde el punto de vista literario por lo que dice de esas personas. De hecho, en mi opinión, la publicación de los diarios le hizo perder cualquier posibilidad de ganar el Cervantes. Quien siempre la defendió y reivindico como autora fue Javier Marías. Javier Marías la trata con muchísimo respeto y reconoce su valor, a pesar de que bien habría podido romper la relación con ella por su comportamiento y por lo que dice en los diarios. Yo definiría a Chacel como una mujer solipsista que vive en un mundo donde la inteligencia es el valor supremo, hasta el punto de que ella puede decir que quiere a alguien e, inmediatamente después, decir que no lo valora por el siempre hecho de carecer de esa inteligencia que ella reclamaba. No tiene piedad tampoco para sus familiares… Para nada. A su hijo lo llega a llamar asno ¡Esto no lo puedes hacer con un hijo!