Galantería, derechos, cortesía, por Carmen Laforet
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Galantería, derechos, cortesía, por Carmen Laforet
27/6/2026
A
demás de gran novelista, Carmen Laforet fue una gran articulista. En este texto, incluido en su sección “El diario de Carmen Laforet”, que publicaba en Arriba, la escritora realiza una elegante, pero incisiva, defensa del feminismo y de los derechos de las mujeres. Con el mérito de hacerlo en 1971, en pleno franquismo y en el órgano oficial de Falange.
En estos días de gripe releo a ese articulista extraordinario que es Julio Camba. No hay en esto ninguna originalidad, ni hago ningún descubrimiento con esta relectura. Todos o casi todos los escritores españoles nuevos o viejos tropiezan alguna vez con un libro de artículos de Camba. Y pasado algún tiempo lo releen. Unos asombrados, otros sin asombro, descubren que estos artículos tan sencillos son inteligentísimos y que esas notas al filo de unos viajes y unas actualidades de hace cuarenta o cincuenta años son actualísimas. Hasta cuando nos parece que se equivoca en una apreciación, otra observación suya, cargada de humor, nos descubre el porqué, al cabo de los años, hemos podido pensar que se equivocara. Acaba de sucederme durante esta relectura el siguiente fenómeno: leo un artículo en que Camba describe un incidente sucedido en un restaurante londinense donde ningún gentleman se levantaba a defender a una señora a la que echaron del local. Después de enterarse de que allí a las señoras no se las defiende por ser señoras, sino únicamente en el caso de que tengan razón, Camba comenta que en España, donde la mujer no tiene ningún derecho, es donde está mejor; en la calle puede verse: se le ceden los asientos en el tranvía, en la acera, se la defiende a capa y espada… “Si las españolas llegan a emanciparse alguna vez, van a ver lo incómodo y lo caro que es tener derechos políticos”, profetiza falsamente…
Es uno de los pocos artículos de Camba al que yo veo envejecido: pienso que su edad data de los años veinte como muy cercano. Ahora, en los años setenta, trato de imaginar esa galantería de las calles españolas, pero es difícil. Lo que más salta a la vista es el atropello y vejaciones a las ancianas, y aunque las jóvenes son algo mejor tratadas, lo son por la ley del más fuerte (a veces las jóvenes son más fuertes que los jóvenes y ganan su asiento o su taxi). Y además no existen señoras. La palabra “señora” se usa poquísimo: casi siempre se usa para dirigirse a la asistenta en casa de gente educada, aunque sea rara la reciprocidad. La dueña de la casa suele ser, muy a menudo, “mujer” a secas. La palabra “mujer” es la única que se oye en la calle. La emplean hasta hombres que por estar obligados a un trato directo con el público son el exponente más inmediato de la cortesía de un país: taxistas, cobradores de vehículos públicos, empleados de comercio y hasta camareros «nueva ola», «No se apure, mujer»,«Gracias, mujer», etc., etc.
No hay señoras. Pero lo grave es que además las mujeres no estamos emancipadas. Las leyes han variado poquísimo desde los tiempos en que Julio Camba hablaba de la galantería española con la mujer. Y ¿por qué?
Otro artículo de Camba —muchos de ellos podían servir de ejemplo— nos descubre la faceta del carácter del país por la que puede darse este fenómeno. Recuerdo el artículo del trenecito: el trenecito que enlaza dos puntos vitales de una región, pero que se atrasa horas, jadea, remonta las cuestas empujado por los mismos pasajeros, y cuando a la exclamación indignada de un observador sobre esta máquina que hay que cambiar, Camba asiente, diciendo que, desde luego, una maquinaria inservible es una vergüenza, el otro le mira asombrado porque para él, republicano —acaba de proclamarse la República—, lo terrible y anacrónico no es que la máquina sea inservible, sino que lleve una corona de la antigua monarquía: ¡hay que cambiar el nombre de la máquina! Así que: a cambiar los nombres, no a valorizar el trabajo o dignidad de los poseedores de estos nombres, sino a cambiarlos, y todo arreglado.
Porque resulta que por lo demás, aunque la necesidad hace que se nos tolere nuestra contribución al trabajo, las leyes que nos amparan siguen tan sin concedernos derechos como en los tiempos de la galantería. Quizá más adelante, cuando ascendamos también por la ley a ser consideradas seres humanos completos, las avanzadas costumbres callejeras retrocederán a esa escalera que sube desde la vieja galantería parcial e innecesaria, a algo más serio: la cortesía entre todos. Sueño con que nuestras bisnietas lo vean. ¡Dios me oiga!
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Artículo publicado en el diario Arriba el 18 de marzo de 1971
Copyright cortesía de “Herederos de Carmen Laforet
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