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Bitácoras y memorias de Jorge Herralde, el último mohicano de la edición
acec20/12/2018



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El futuro del valioso archivo de Anagrama es aún una incógnita, pese a las presiones del Govern catalán porque se quede en Barcelona, lo que es seguro es que en septiembre se publicará un avance de la correspondencia más significativa mantenida con sus autores.


Tras la apertura a los medios de la cueva del tesoro, el destino final de ese preciado botín literario y cultural no sólo se ha vuelto pasto de todo tipo de rumores, sino de una cuestión de Estado, máxime en la actual coyuntura de tensión entre Cataluña y Madrid.


Por partes, que la metáfora no lo es tanto. La cueva del tesoro es el despacho-almacén de la casa Anagrama. El tesoro en concreto, los archivos de la histórica editorial a punto cumplir 50 años de vida. Medio siglo de historia literaria viva encerrada en 129 archivadores blancos que contienen más de 30.000 documentos entre correspondencia con autores, agentes y editores de todo el globo, contratos, manuscritos, fotografías nunca vistas, papeles de todo tipo, pleitos... Por haber hay hasta algunas cartas de Jean-Paul Sartre, sin contar con los autores más emblemáticos de esa colección de minimalistas portadas grises con la que se formaron varias generaciones de lectores: Rafael Chirbes, Carmen Martín Gaite, Bryce Echenique, Soledad Puértolas, Roberto Bolaño, Antonio Tabucchi, Sergio Pitol o Enrique Vila-Matas, entre otros -se sabe que el archivador dedicado a Javier Marías, con más de 2.200 fojas, es el más abultado-. Y mejor no mentar a los autores de los libros amarillo limón ni a las demás colecciones.


Los rumores, que responden a temores en buena medida justificados, hablaban de la posibilidad de que ese preciado fondo editorial barcelonés fuera a parar a Madrid. Como precedente, lo que ocurrió con el archivo de la Editorial Tusquets, donado por Beatriz de Moura a la Biblioteca Nacional de España (BNE) en 2017. Y el otro caso, por nombrar solo dos, que hace pupa a los defensores de Barcelona Ciudad de la Literatura de la UNESCO es el del impagable fondo cultural de los archivos de la mítica agencia literaria de Carmen Balcells, hoy en el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares, vendidos por Mamá Grande al Ministerio en 2016. De allí la cuestión de Estado.


A finales de agosto pasado el Partido de los Socialistas de Cataluña instó en Pleno parlamentario al Govern de Quim Torra a realizar las perentorias gestiones necesarias para que el Archivo Anagrama se quedara en Cataluña. Y la administración Torra ya movió ficha al respecto, pero la cuestión sigue abierta y no parece sencillo hacer quinielas. Entre otras cosas, por la buena sintonía que mantienen desde siempre el fundador de Anagrama, Jorge Herralde, y su mujer, Lali Gubern (pieza clave de la histórica editorial), con la directora de la BNE Ana Santos. Cosa que el viejo paladín de la edición literaria barcelonesa no niega. «Nos une una buena amistad. Ana ha hecho un espléndido trabajo de agregación de fondos editoriales en la BNE», dice Herralde. «Pero eso aún no está decidido», aclara.


Por otro lado, la homóloga de Santos en Barcelona, la directora de la Biblioteca Nacional de Cataluña (BNC), Eugènia Serra, que gestiona la colección de archivos editoriales Patrimonio de Editores y Editados iniciado en 2013, también lo intenta. Recientemente, Serra, junto con la consejera de Cultura Laura Borràs, se reunieron con el editor. «Sí, tuve una conversación con ambas», admite Herralde, «y les dije exactamente lo mismo: tranquilidad, porque aún no hay nada decidido». «Nos faltan al menos dos años de trabajo de ordenación y catalogación del archivo de cartas, fotográfico y de producción», explica Herralde. Trabajo al que se aboca Susana Castaño con la ayuda de Lali Gubern. «En su momento, cuando todo esté clasificado, presumiblemente en 2021, tomaremos una decisión consensuada con Carlo Feltrinelli», zanja Herralde. El hijo de sus viejos amigos desaparecidos Inge y Giangiacomo Feltrinelli y cabeza del grupo italiano administra el 99% de las acciones de Anagrama desde enero de 2017.


Lo único cierto, al menos, es que la intención del llamado último mohicano de la edición -mote que le viene del celebrado y ya de referencia libro sobre el oficio Opiniones mohicanas que publicó en 2001- no está dispuesto a que ese tesoro muera en el inaccesible depósito de un museo. Al contrario, aspira a abrirlo a investigadores y curiosos e incluso difundirlo. En ese sentido, Herralde anticipa toda una primicia: «En septiembre de 2019 publicaremos un volumen con las llamadas bitácoras de los archivos», dice. Las bitácoras son un documento interno de la casa operativo desde siempre. «Son resúmenes quincenales con los fragmentos más significativos de correspondencia», explica. Y el volumen en el que ya trabajan Castaño y Gubern recogerá esos fragmentos en un arco que va «desde mi primera carta de enero de 1968, dirigida al director de la Agencia Literaria HACER Marcel Laignoux, a la última carta del año 2000», detalla.


Apenas un botón de muestra de ese tesoro, pero impagable, en forma de libro de no más de 150 páginas que llevará por título Archivos Anagrama. Bitácoras 1968-2000. Pero antes, a principios de marzo próximo, el último mohicano publicará su anunciado y esperado volumen de memorias -aunque el editor se niegue a llamar así a sus escritos-, casi en simultáneo con los festejos por el 50 aniversario de fundación de la editorial. De hecho, el primer libro de Anagrama llegó a las librerías el 23 de abril de 1969. Quien conozca la inteligente, miscelánea y, a la vez, algo maliciosa prosa de Herralde, a través de títulos como El observatorio editorial (2004) o su sentido homenaje al autor chileno Para Roberto Bolaño (2005), sabe perfectamente que este volumen promete, sea o no el de unas memorias al uso. «Será un libro extenso, a través de una serie de textos que llamo virutas editoriales, que repasa en orden cronológico acontecimientos e historia editorial desde los inicios de Anagrama hasta diciembre de 2018», anticipa.


De allí que aún trabaje no sólo en la corrección, sino también en la redacción de la obra que incluirá incluso su reciente intervención en la FIL de Guadalajara. Puede que el volumen se acerque a las 400 páginas y se titulará Un día en la vida de un editor. Ya parece de película, pero la cosa tendrá miga porque «habrá que leer bien el subtítulo», bromea Herralde con picardía. "Y otras afirmaciones fundamentales", dirá en un cuerpo de letra menor.


Tras Balcells, Tusquets y Centelles, Coderch
No es ni será la primera vez que distintas instituciones -locales, autonómicas o estatales, cada una con sus prioridades y presupuestos- tratan de hacerse con el legado de una figura de la cultura. Ayer mismo la familia del arquitecto José Antonio Coderch, cuyos archivos irán a parar al Museo Reina Sofía, aclaró que no ha recibido dinero por depositar en el museo madrileño el legado de Coderch. La decisión se tomó porque el centro mostró su disposición a pagar el coste de la limpieza y rehabilitación del archivo de forma «inmediata», ya que buena parte de los documentos tienen hongos «con peligro de destrucción en breve tiempo».


La Generalitat, que también mostró su interés por los archivos, proponía realizar la limpieza «durante un período de tres años». La decisión es otro revés a las instituciones catalanas, después de que los papeles de la 'superagente' Carmen Balcells, el archivo de la editorial Tusquets y el del fotógrafo Agustí Centelles fueran vendidos al Ministerio de Cultura, lo que provocó su salida de Cataluña.

Matías Néspolo
El Mundo



   
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