Diumenge, 24 de novembre de 2024



Castellano  


Tras recoger el Premio Cervantes, la vital Ida Vitale pasó por Barcelona para leer su poesía en Casa Amèrica Catalunya.
acec6/5/2019



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Tras recoger el Premio Cervantes, la vital Ida Vitale pasó por Barcelona para leer su poesía en Casa Amèrica Catalunya. La autora uruguaya de 95 años sigue teniendo proyectos en los cajones de su escritorio, como una novela que espera que pueda ver la luz pronto, aunque no se atreve a precisar una fecha. Vitale conversó ayer con este diario de lecturas y de aquellos nombres que la han marcado literariamente. Hablamos de una vida por la que han pasado algunos de los nombres de la literatura a los dos lados del charco, es decir, de Juan Ramón Jiménez a Juan Carlos Onetti, de José Bergamín a Jorge Luis Borges.

 


Los primeros nombres deben ser forzosamente los de las primeras lecturas de la escritora, aquellos que encontró en la biblioteca que había sido de su abuelo y donde habitaban Dante, D’Annuzzio o Goldoni. En la escuela es donde escuchó por primera vez el nombre de Gabriela Mistral. «Llegó leída en la escuela sin mucha explicación. Tuve la suerte que no pregunté lo que no entendía y entonces eso quedó trabajando en la cabeza. Siempre hay cosas que una no entiende cuando lee por su cuenta cosas que no necesariamente corresponden a la edad. Además aquel era un poema meláncolica que se le ocurrió a la practicante que nos lo dictó. Piensen que mi escuela era lo que se llamaba escuela de prácticas. Las pobres maestras tenían que ocuparse de nosotros y corregir a las practicantes que no estaban en su lugar. Evidentemente esa practicante que nos dictó ese poema de Gabriela estaba totalmente desubicada porque confío que lo entendiéramos todo», explicó Vitale, quien aún recuerda el inicio del poema de la escritora Gabriela Mistral. Es «Cima», aquel que empieza «La hora de la tarde, la que pone/ su sangre en las montañas».

 

Uno de los primeros en ver en Ida Vitale a una poeta importante fue el autor Juan Ramón Jiménez quien quiso incluirla en una antología que finalmente no llegó a ver la luz. «Juan Ramón pasó un día por Montevideo. Yo ya lo había leído, así que para mi era como si una potencia bajaba a la Tierra. Pero resulta que Juan Ramón vino advertido que José Bergamín estaba en Montevideo, aunque en ese momento no estaba porque se había ido a Brasil. Nos advirtió de que tuviéramos mucho cuidado con Bergamín, aunque nunca aclaró por qué. Supongo que era porque estaban muy alejados ideológicamente, pero él no previó que Bergamín era discretísimo. Tenía sus amigos, su gente y andaba mucho con nosotros. Había muerto su mujer, estaba con sus hijos, pero quizás se sintió un poco solo y nosotros estábamos en la edad de la explotación. Era alguien que daba clase y después nos daba otro tipo de clase fuera, algo que no era cosa de desaprovecharla. Nos dimos el lujo de estar con alguien que estaba dispuesto a estar con nosotros».

 

Otro escritor fundamental en la biografía de la poeta fue Octavio Paz con quien trabó amistad en México. «Nos fuimos a México cuando entraron los militarres en Uruguay por once años. Viajamos por obra y gracia de un embajador muy comprensivo. Cuando viajamos a México tuvimos la suerte de que un primo de mi marido, más joven y ágil, ya se había vinculado con la revista “Vuelta”. Y empecé a colaborar con la revista, un poco sin darme cuenta de lo qué era. Hoy trataba de recordar sobre lo que había escrito. Sé que era un artículo que a Octavio no le gustó. Me lo pagó y no lo publicó. Pensé que “bueno, se acabó”. Me lo volví a encontrar y me dijo que “bueno, hay que seguir colaborando. Dame otra cosa”. A partir de ese momento para siempre seguí. No sé qué pasó, aunque sé que hubo algo que le molestó en ese primer artículo. Octavio era un hombre muy generoso, muy respetuoso, pero naturalmente tenía límites. No sé qué estuvo de más en esa nota, pero me la pagaron. Él en ciertas cosas era inamovible».

 

 

Jorge Luis Borges es otro de los imprescindibles cuando se habla de las letras latinoamericanas. «Hubo a quien no le gustaba Borges porque lo hacían un hombre de derechas. Era un hombre de centro al que tampoco le gustaba la izquierda. En medio está la verdad. Borges tenía ese humor que siempre estaba latante. Tal vez me guste más como prosista que como poeta. Nunca quise conocerlo porque me parecía abusivo, pero un día me lo encontré en una esquina de Montevideo. Sabía que esa noche daba una conferencia y yo no podía ir. Me lo encontré parado, solito, frente a una vitrina de mercería e hilos. Pensé que estaba parado para esperar. “Perdón, Borges. ¿Está usted perdido? ¿A dónde quiere ir?” “No, no. ¿Usted quién es?” Empezó a preguntarme todo el rato quién era yo porque pensaba que él era un desconocido y que no lo conocía nada. Me dijo que no lo acompañara porque preparaba la conferencia andando, solo que estaba a diez cuadras de la Rambla y yo pensaba en todos los cruces que había antes de llegar allí. En ese momento yo iba con una máquina de coser pesadísima y le dije “no puedo acompañarle a pie, pero yo tomo un taxi y puedo dejarlo donde quiera”. “No, no. Pero, ¿usted quién es?” Ese fue mi encuentro con Borges».

 

 

Víctor Fernández
La Razón

 



   
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