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Masoliver Ródenas: “No soy sociable conmigo mismo”. Acantilado publica ‘Desde mi celda’, las memorias del catedrático y crítico literario
ACEC21/11/2019



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Nunca he pretendido ser escritor, advierte Juan Antonio Masoliver Ródenas. Primera provocación y primera gran verdad. “Yo sólo quería escribir y es lo que he hecho”. ¡Y cómo! Con inteligencia, ironía, escepticismo y estilo.


Desde mi celda  (Acantilado) es el título que ha escogido el crítico literario y escritor, malgré lui , para bautizar unas memorias sin desperdicio. “Las paralicé en el 2016 y en tres años han ocurrido muchas cosas. Y si volviese a escribirlas me saldrían distintas. Nada es definitivo”.


Anuncia que va a ser lo último que escriba. “Soy un escritor bastante reiterativo. Siento que en Desde mi celda resumo y amplio todo lo escrito. Pero mi primer libro se titulaba Retiro lo escrito , y ya ve usted...” De momento tiene acabado un libro de Tonismos y otro de poemas.




Juan Antonio Masoliver Ródenas nació en 1939 en Gràcia, en una clínica de Torrent de les Flors. Era 12 de enero y de ese frío cree que libó su querencia por Inglaterra, donde habitaría entre grises y lluvias, cuarenta años de su vida. Hijo de un abogado aragonés que leía el Daily Telegraph y una mujer de la que recuerda la elegancia natural y la dureza campesina de Xert, a partes iguales, Masoliver crece viendo el catalán “no como nacionalismo sino como expresión de la libertad y la solidaridad”.


¿Escribir ha sido la salvación de su vida? “Mi vida no tiene salvación -afirma- Ojalá la tenga la otra, si es que hay otra”. Cuenta que a su primo Ignacio, fray Alexandre, recientemente fallecido, le pidió que rezara por su alma, tarea harto difícil.


A los nueve años se traslada a un piso de Rambla Catalunya, el de sus abuelos. Cree que esa circunstancia le marca para siempre: de lunes a viernes era un adolescente burgués del Eixample y el fin de semana aprendía de la sabiduría rural, en El Masnou, disfrazado de niño pijo. Recuerda las escolapias de la Academia Balmes, los abusos sexuales por parte de un sacerdote que ya explicó en La inocencia lesionada , el Opus...


Tras su periplo por el mundo (de lector en Dublín a profesor de literatura española y latinoamericana en la Universidad de Westminster), hace catorce años el catedrático ha vuelto al Masnou y desde ahí, desde “su celda”, nos dice :“Tengo ochenta años. Poco se puede esperar. Desde mi celda quiero ver, como lo veo ahora, el mar y las montañas, y quiero ver constantemente a Sònia. A la gente que quiero, como mi nieto recién nacido, Rafael, inglés pese al nombre”. Echa en falta a algunos (“en realidad no me ha dejado nadie porque siguen conmigo”), el jardín de su infancia, sus juegos y las plantas cultivadas por sus padres.


 
Considera Masoliver que la biografía es la parte más nuclear e inspiradora de la literatura pero quiere que sus memorias se lean como se lee la ficción. “Aspiro a que sean prodigiosas no por lo que haya en ellas de real (¿qué es eso?) sino, como ocurre en las Crónicas de Indias , por como lo han contado”.


Sale todo el mundo: sus alumnos, sus novias (“las mujeres siguen siendo superiores a los hombres”), sus padres, sus hermanos, sus amigos, sus enemigos, sus clases, sus vecinos, sus viajes, sus miedos, sus triunfos. “No niego nada de mi pasado”. Sus influencias y fobias literarias (Gabo le caía mal), sus manías, sus peleas con el gremio. Explica todo lo fumado y bebido, amado y exprimido. Y rinde homenajes a algunas de sus parejas (desde Chandra, que le regala su apego a Italia, a Sònia Hernández, escritora, su “princesa republicana”, con la que se lleva 37 años).


Masoliver sigue sintiéndose apátrida, huraño y sociable a la vez, confiesa quien ha sido crítico literario de Cultura/s de La Vanguardia, durante años. “Es adrenalina. Sólo con una persona no soy sociable: conmigo mismo. Pero trato de evitar a la gente que no me gusta, que es mucha”.



Aunque libre de perjuicios, podría extraerse de estas memorias una lista de cosas que irritan profundamente al autor. Entre ellas, preferir la vulgaridad a la belleza. “Soy cobarde por naturaleza pero no temo las críticas. Lo único que temo de quien me lea es que no tenga sentido del humor”.


La cama, una celda dentro de su celda. Ocho horas mínimo, durmiendo. “Sònia me cuida como yo no sé cuidarla a ella (maldita hombría, maldita polla, maldito cerebro machista)”, escribe, en su mejor versión de la ternura y la sabiduría.

 

Núria Escur
La Vanguardia

 

 



   
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