Diumenge, 24 de novembre de 2024



Castellano  


Voces de las otras Barcelonas
acec30/5/2020



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A principios del año pasado, el Institut de Cultura de Barcelona (ICUB) publicó un mapa en el que figuraban trescientas localizaciones vinculadas a la literatura local: desde los domicilios que habitaron los escritores más notables de la ciudad hasta las calles por donde transitaron los protagonistas de sus novelas. Todo a golpe de vista; un trabajo de enorme utilidad. Pero, si algo sorprendía de un modo evidente, sin duda era la ausencia de referencias literarias en la periferia de la capital catalana. Al echar un vistazo al plano, uno tenía la sensación de que todavía hay barrios sobre los que nadie ha escrito y de que esos barrios son, como era de esperar, los de los obreros.


Siempre que se habla de la literatura del extrarradio barcelonés, se citan los mismos nombres: Juan Marsé, Paco Candel y Luis Goytisolo. Y a veces se añaden los de Manuel Vázquez Montalbán, Francisco Casavella, Roberto Bolaño y, en el capítulo de los vivos, Javier Pérez Andújar. Estos son los clásicos contemporáneos de lo que algunos consideran un género literario de por sí, y luego hay otros autores que, acaso con menos intensidad, han dedicado parte de su trabajo a la descripción de la realidad existente en las afueras de la ciudad: Carlos Zanón, Toni Hill, Miqui Otero, Kiko Amat y, los más recientes, Anna Pacheco y Patricia Castro. Todos ellos vindican en sus novelas la lucha vecinal de los barrios en los que se criaron o en los que decidieron ambientar sus obras, todos narran el proceso de integración de las oleadas migratorias –y de sus descendientes– que se produjeron durante el franquismo y todos muestran el modo en que se concebía el centro de Barcelona desde sus respectivas zonas.


Pero hay otra característica que llama la atención en estos listados: todos los escritores referenciados escribían o escriben en castellano. Son raras las ocasiones en las que se cita, por poner tres ejemplos, a Maria Barbal, Julià de Jòdar o David Castillo, y esto provoca cierta incomodidad en unos autores que se consideran expulsados del canon y protestan asegurando que se está creando la falsa imagen de que quienes tienen el catalán como lengua de escritura carecen de orígenes humildes. En el otro lado de la balanza, un argumento de peso: en los barrios de la periferia barcelonesa domina –o al menos dominó hasta hace poco– el castellano.



Los últimos autores en incorporarse al género han sido Albert Lladó y Hernán Migoya. El primero acaba de publicar La travesía de las anguilas (Galaxia Gutenberg), novela en la que dota de entidad narrativa a un barrio que, hasta la fecha, nunca había sido objeto de interés literario: Ciutat Meridiana. Lladó se crió en esa entrada de Barcelona cuyo contorno todos hemos visto al acceder a la capital por la Meridiana, pero cuya dinámica interna es un enigma para muchos de nosotros. Allí pasó su infancia y allí ubica a un grupo de chavales que, en plena efervescencia preolímpica, entran en la adolescencia. El narrador define su barrio como el preámbulo de Barcelona y no escatima en denuncias sobre la especulación urbanística que sufrió, en gran medida por obra y gracia de Juan Antonio Samaranch, una zona que hoy sigue encabezando el ranking de los barrios con más desahucios de toda España.



Preguntado al respecto de la ausencia de autores en catalán en el canon de la literatura periférica, Lladó responde: “El feminismo nos ha enseñado que cuando alguien denuncia una invisibilidad, cuando menos hay que escucharle. Y, atendiendo a esta premisa, me atrevería a decir que sí, que existe cierta inercia a citar autores en castellano cuando se habla de ese género narrativo. Y es un error, porque sólo hay que recordar que el Guinardó es todo un Macondo, gracias al trabajo de Mercè Rodoreda, para darse cuenta de ello. Con esa mera mención, se demuestra que ni la periferia es un universo que pueda ser descrito en su totalidad solo con el castellano, ni el centro de Bar­celona es otro en el que solo quepa el ­catalán”.


Hernán Migoya se ha sumado a esta literatura de la nostalgia con Baricentro (Reservoir Books), autobiografía novelada en la que reconstruye su propia juventud en Barberà del Vallès, municipio que no pertenece al Ayuntamiento de Barcelona pero que encaja perfectamente en el concepto de periferia, del mismo modo que lo hacen l’Hospitalet de Carlos Zanón o el Cornellà de Toni Hill. El protagonista es un hombre que, como su autor, viaja desde Perú a su ­ciudad natal para visitar a su madre, a quien han diagnosticado un cáncer, y a su padre, aquejado de alzheimer. Y, mientras pasa los días con ellos, recorre los barrios de su infancia y recuerda la construcción del primer centro comercial erigido en España: el Baricentro. Además, el autor muestra la visión que se tenía de la capital desde su lugar de nacimiento y reconoce que, cuando alcanzó la adolescencia, bajaba a Barcelona con el mismo ímpetu que Conan el Bárbaro camino del trono de Aquilonia. “El Barberà de hoy sigue siendo muy parecido al que yo viví –comenta el autor–. Ha cambiado la gente, sobre todo porque ahora hay mucho inmigrante africano sustituyendo al charnego de antaño, pero, si escarbas un poco, descubres que la esencia es la misma”.


Se podría decir que la obra de Migoya, y de sus compañeros de género, es una novela de orgullo , es decir, una narración en la que se vindican los propios orígenes con la barbilla bien alta y en la que se abandona esa tendencia –proveniente de la literatura picaresca– a mostrar a personajes ansiosos por ascender socialmente. “Es cierto que, durante una época de tu vida, sobre todo cuando eres joven, tratas de ocultar tus orígenes humildes –dice Toni Hill, cuyo Tigres de cristal/Tigres de vidre (Grijalbo/Rosa dels Vents) está ambientada en Sant Ildefons (Cornellà)–, pero hay un momento en el que, como escritor y como persona, comprendes que tu barrio tiene mucho más interés que el centro de la ciudad. Y lo reivindicas”. Anna Pacheco refleja perfectamente esta idea al mostrar el desconcierto que una chica de barrio siente al llegar a la universidad y es culturalmente rechazada por no coincidir con los gustos mainstream. Listas, guapas, limpias (Caballo de Troya) es, en este sentido, una vindicación de lo auténtico (lo periférico) frente a lo artificial (el centro).



En lo tocante a la ausencia de autores en catalán en el canon de la literatura periférica, Hernán Migoya opina que esa narrativa se ha escrito mayoritariamente en castellano porque “el extrarradio obrero es terreno mayoritario de los putos [sic] castellanohablantes, que éramos casi todos”, pero a continuación aclara que él mismo se ofendería si, en caso de que su lengua materna fuera el catalán, lo expulsaran del género, “porque no es justo. Si yo fuera de Terrassa o Cerdanyola y el portero de un suplemento cultural me dijera que no me admitía en su fiesta porque no soy charnego de ley, lo mandaría al demonio. ¡Vamos, hombre!”.


Durante la entrevista, Migoya saca varias veces la palabra charnego a colación y además la reivindica con orgullo –“soy charnego y escritor, sí”–, algo que incita a pensar en el ensayo Yo, charnego (Catarata) que Javier López Menacho publicó hace ya unos meses. Su autor fue atacado en redes sociales por sectores independentistas que opinaban que no debía rescatar una palabra que, además de estar en desuso, representaba una actitud excluyente de la sociedad catalana que, según decían los haters de turno, estaba más que superada. Pero es innegable que la palabra charnego está indudablemente ligada al concepto de periferia y que su resignificación puede arrojar no poca luz sobre la ciudad en la que vivimos ahora. De hecho, López Menacho opina que la literatura charnega y la literatura periférica comparten idiosincrasia y que resulta imposible investigar la una sin tropezar con la otra. Sin embargo, reconoce que puede estar produciéndose cierta eclipsación de la narrativa escrita en catalán. “Se trata de un factor sociológico –explica–: los habitantes de esos barrios deciden contar sus experiencias como migrantes o hijos de migrantes y, al hacerlo, eclipsan el relato de los que ya estaban allí”.


Uno de los escritores que han protestado por esta suerte de eclipse es Jordi Nopca. Hace unos meses, colgó un tuit en el que se quejaba de que los autores contemporáneos que escriben en catalán suelen ser excluidos de los reportajes en los que se habla de literatura periférica. El texto de dicho mensaje decía: “He escrito cuentos y novelas ambientadas en la Zona Franca, l’Hospitalet, la Bordeta, Vilapicina y un largo etcétera de periferias que también hablan, y se han escrito, en catalán. Pero nunca se me menciona en esos reportajes que muestran la Barcelona oculta”. Segundos después, el también escritor Marc Pastor le secundaba con una frase en la que afirmaba que esos reportajes excluyentes le daban “mala espina”.


Preguntado a este respecto, Nopca apunta que la literatura periférica escrita en catalán “acostumbra a ser tratada caso a caso. Hay reseñas y entrevistas, pero cuesta insertarlas en un relato general sobre la ciudad. Durante la última década, varios autores en castellano se han incorporado felizmente al tratamiento literario de las llamadas otras barcelonas, pero cuesta mucho más que se consoliden los autores que escriben en catalán sobre y desde la periferia, como si el hecho de expresarse en catalán aburguesara su literatura”. Además, el autor de La teva ombra/En sombra (Proa/Destino) considera que esta desigualdad en el tratamiento indicaría cierto desequilibrio en una sociedad bilingüe como la nuestra, en la que todavía se clasificaría a la gente según la lengua que maneja. Así, en su lista de autores periféricos vivos, Nopca cree que deberíamos añadir nombres como el de Sergi Pons Codina, Núria Cadenes, Maria Guasch, Martí Sales, Jordi Corominas, Marc Pastor y, entre otros, Xavier Mas Craviotto.



Álvaro Colomer
La Vanguardia



   
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