Divendres, 22 de novembre de 2024



Castellano  


Entrevista de Alfredo Campos a Enrique VilaMatas
acec26/8/2020



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La pandemia, asegura el escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), está poniendo al descubierto que hay un único mal que nos aqueja, "una estupidez formidable y universal", en medio de una sensación ininterrumpida de tiempo suspendido, en una profunda gris atmósfera de parálisis.


En conversación con Milenio, el autor de una treintena de libros evoca sus paseos por Veracruz y Coyoacán, el horror a los lugares comunes, la solidaridad del ciudadano de España y su "inculta y holgazana clase política". La caída del rey Juan Carlos, dice, es "una reflexión sobre el vacío de poder".


Hay una predilección inocultable de usted por Veracruz, primero con esa novela en la que nos cuenta sobre el menor de los Tenorio y después con aquel cuento de la chica que soñaba su muerte. ¿Qué pasa con Veracruz, con ese "México de la fiesta y la desesperación", como dice usted? ¿Será una influencia de Sergio Pitol?

Sin la figura involuntariamente protectora de Sergio Pitol no puede explicarse el impulso tan entusiasta que me acompañó a lo largo de mis primeros viajes a México a finales del siglo pasado. Yo fui allí sabiendo que vería a Pitol, pero sin saber en el primer viaje que el México que me esperaba iba a crearme sentimientos contradictorios: una mezcla potente de fascinación y de horror, de seducción y extrañeza al mismo tiempo. Tan extraña impresión que me causó el país en ese primer viaje que cuando volví a Barcelona me dije que no volvería allí, pero cuando muy pocos meses después de mi regreso abrí una carta en mi buzón de correo y vi que de forma muy oportuna me invitaban de nuevo a la capital, di verdaderos saltos de júbilo delante de algunos asombrados vecinos de mi inmueble. Tras el tercer viaje -a Guadalajara el año en que dieron el Rulfo a Arreola- escribí un texto que esta mañana he vuelto a leer conmovido: Con México en el corazón. Allí dejé escrito, entre otras cosas: "México me fascina porque, en su paraíso perdido de las máscaras, me encuentro a la deriva y paradójicamente en casa. Entonces me digo que soy de Veracruz".


Es el mismo Veracruz, maestro, en el que Nabokov escribe que fue engendrada Lolita, es decir, literalmente, engendrada por sus padres, no por el autor de la novela. ¿Es Veracruz su lugar favorito de México?

No exactamente, aunque fui inmensamente feliz en Los Portales sintiéndome un personaje de ficción de una novela revolucionaria por la que en un momento determinado habría cruzado Malcolm Lowry, el Lowry de verdad, no el de la leyenda. Pero hoy en día mi lugar favorito quizás sea un rincón a veces más sereno: la plaza de la Conchita en Coyoacán, un lugar que, por razones que ahora no vienen al caso, tiene algo de punto enigmático, como si fuera el centro para mí de una encrucijada moral infinita.

Debo confesar que me sorprendió la opinión de uno de sus personajes, que asegura que los taxistas mexicanos pueden quedar desconectados si se les hace cierta pregunta. Porque debo decirle que es casi imposible que un chofer de taxi vaya callado, hablando de taxis tradicionales, al menos en Ciudad de México.

Leí su artículo a través de internet (se refiere a la columna Fusilerías del 20 de abril pasado en Milenio), así que me alegro de poder contestarle. Esa anécdota real está relacionada directamente con mi horror a las conversaciones plagadas de frases hechas, un horror que explica muchas veces el estilo literario de mi primera época. De hecho, ese horror me ha llevado a pasarme media vida dejando desorientados y callados a ciertos taxistas -no sólo mexicanos, sino de todo el mundo- que se han empeñado en hablarme del tiempo. Subo a un taxi y oigo al conductor decirme que va a llover, por ejemplo, lo cual, a la vista del cielo nublado, es una obviedad, y entonces despisto a ese taxista que dice que va a llover diciéndole que en realidad llevamos días en los que siempre llueve a la misma hora. Sí, a la misma hora, subrayo. E indefectiblemente sigue un silencio. Un pequeño triunfo personal, como mi literatura, sobre el tópico y el aburrimiento. Un juego, además. Un juego que consiste en que, si está a mi alcance, aplasto de inmediato cualquier frase hecha, cualquier conversación con demasiados lugares comunes.


¿Cómo afronta Vila-Matas la literatura? ¿Acaso investigaciones profundas, pienso en su libro 'Suicidios ejemplares'?¿Cómo es ese proceso de creación, maestro?

Me dedico al arte de caminar sin rumbo. En realidad, un proceso típico, si no me equivoco, de la narrativa medieval. En la primera parte de mi última novela, Esta bruma insensata, el narrador se dedica a deambular en busca de una frase perdida por los alrededores de su casa junto al abismo.


¿Tiene algún personaje consentido? ¿Tienen vida propia los personajes o todos sus actos dependen de la decisión del autor?

En mis libros, que yo sepa, no se mueve nadie sin mi autorización. Y pobre del que lo intente.


¿Qué futuro le ve al diario impreso después de la pandemia?

Preferiría que, junto a la bandeja de plata del desayuno y con mucho tiempo por delante, siguiera encontrándome por la mañana diarios impresos dispuestos a ser desplegados y leídos con voracidad. Y también me gustaría que no tuviera que pagar por leer los periódicos digitales (¡estoy empezando a tener que poner dinero para poder leer incluso mis propios artículos!). Pero no parece que las cosas vayan a ir por ahí, seguramente vamos hacia la desaparición del diario impreso. Ese futuro de desaparición comencé a intuirlo cuando vi que en los aviones, entre tu butaca y la butaca de delante, no había ya espacio para desplegar debidamente el periódico.


Porque de súbito el 2020, además, quita a un viajero como usted, a un escritor errante, esa posibilidad, igual que a todo el mundo. ¿Cómo afronta el encierro el Vila-Matas aventurero, me atrevo a llamarlo?

Últimamente vengo diciendo que la imagen pandémica por excelencia es esa sensación ininterrumpida de tiempo suspendido, paralizado que, al carecer de un futuro visible, permite que acabemos viviendo -entre proyectos cancelados y recuerdos de viejas tardes- en el presente del pasado, revisando en un inagotable y absurdo bucle lo que en otros días hicimos y leímos. Esa, creo yo, es la profunda gris atmósfera en la que nos hallamos sumidos. En realidad siempre ha estado ahí esa atmósfera, pero parece que no la veíamos tanto como ahora.


España, su país, está enredado en un feroz debate político no visto acaso desde el atentado terrorista en Atocha, en marzo de 2004. Y ese movimiento parece abrir fisuras en las fuerzas tradicionales para dar paso, peligrosamente creo yo, a nacionalismos y expresiones de ultraderecha, como Vox. ¿Cómo lo ve usted?

El país es uno de los mejores del mundo para vivir. Por ejemplo, por la solidaridad del ciudadano común. Lo horrible es que hemos de convivir con la población más inculta y holgazana de esta tierra: la clase política española. Como señaló el otro día el gran Manuel Vicent, la cultura solo necesita libertad y prestigio. La cultura nace de una euforia colectiva en la que los escritores y artistas se inspiran mutuamente hasta crear un clima creativo. Pero la cultura de un país siempre va a caballo de su hegemonía económica y política. Y en España ya me dirá usted qué se puede hacer si, por ejemplo, solo hay unas cinco mil personas que leen. Algunos hablan del embrutecimiento de la plebe, pero se habla de esto en términos injustos, porque más bien lo que habría que hacer sería ilustrar, culturalizar, educar a la ignorante clase política. ¿Y quién va a ser el guapo que lo intente?


¿Las monarquías están jugando una vez más el gran papel de equilibrio, sea España, sea Inglaterra, donde la política hierve sin reposo, o sus propios escándalos las están orillando ahora sí a un espacio más bien de ornato?

La historia del emérito rey Juan Carlos me recuerda a la de un extraordinario cuento de Francisco Ayala, El hechizado, del que Borges dijo con razón que era uno de los más memorables de la literatura hispánica. Es una reflexión muy aguda sobre lo que podríamos denominar "vacío de poder".




Alfredo Campos Villeda
Director del diario Milenio. Ciudad de México



   
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