Divendres, 22 de novembre de 2024



Castellano  


Las escritoras no tienen hombres que las lean
acec10/8/2021



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Estimado lector: ¿le ha dado una oportunidad a la aclamada Oryx y Crake, la última distopía sobre el fin del mundo escrita por Margaret Atwood? ¿Al thriller de María Oruña que está arrasando en ventas este verano, Lo que la marea esconde? ¿O quizá se esté leyendo el libro más vendido en España desde hace incontables semanas, Sira de María Dueñas? En definitiva: ¿ha leído últimamente algún libro escrito por una mujer? Haga memoria. En el caso de que la respuesta sea afirmativa: ¡Felicidades, es usted una excepción!


Que los hombres leen en general pocos libros escritos por mujeres es algo que sospechaba la periodista Mary Ann Sieghart, profesora en el King's College de Londres, editora y columnista en The Times durante dos décadas y presentadora de varios programas en BBC Radio. Pero para estar segura del todo, encargó un estudio a Nielsen Books sobre las preferencias lectoras por sexo. El resultado corroboró sus peores expectativas: entre las diez escritoras más vendidas en Reino Unido (es decir, de una lista donde están Jane Austen, Danielle Steel o Atwood), sólo el 19% de sus lectores son hombres y el 81%, mujeres. Mientras que entre los diez escritores más vendidos en Inglaterra (y aquí conviven Charles Dickens, Stephen King y J. R. R. Tolkien), el 55% de lectores son hombres y el 45%, mujeres. Dicho de otro modo: las mujeres están mucho más predispuestas a leer libros escritos por hombres que al revés; a los hombres parece importarles más bien poco lo que pueda explicarles la otra mitad de la humanidad. De las diez autoras más leídas en Reino Unido, la que tiene menor sesgo con diferencia es L. J. Ross, que firma sus thrillers con iniciales, con lo que es de suponer que alguno de sus lectores no se haya enterado todavía de que es una mujer.


El estudio de Nielsen forma parte del ensayo The Authority Gap (Knopf), donde Sieghart explica por qué a las mujeres se las sigue tomando mucho menos en serio que a los hombres y eso hace que se valore menos su trabajo, se les promocione menos y se les pague menos, aunque su rendimiento sea el mismo o superior al de sus colegas masculinos. A través de anécdotas y entrevistas a numerosas líderes (de la alcaldesa de Washington DC a la primera ministra de Croacia, la secretaria del Tesoro de Estados Unidos Janet Yellen o la directora del Banco Central Europeo Christine Lagarde), Sieghart detalla cómo seguimos asociando el concepto de autoridad a lo masculino. El libro empieza con una anécdota protagonizada por Mary McAleese, presidenta de Irlanda entre 1997 y 2011, que en su primera visita oficial al Vaticano tuvo que soportar una broma de pésimo gusto del mismísimo Juan Pablo II.


Volviendo a los libros: el estudio de Nielsen indica que las mujeres tienen un 65% más de probabilidades de leer un libro de no ficción escrito por el sexo opuesto que los hombres. Si, como decíamos, Margaret Atwood tiene un 19% de lectores masculinos, Julian Barnes tiene el doble, el 39%, de lectoras. Y no es que a los hombres no les guste lo que las mujeres escriben: si uno examina las valoraciones que dan los lectores a los libros escritos por mujeres en Goodreads, la puntuación es más alta (3,9 sobre 5) que la que le otorgan a los libros escritos por otros hombres, un 3,8 de media.


La historia de la literatura está llena de escritoras que ocultaron su identidad o disfrazaron su nombre con iniciales o seudónimos para evitar esos prejuicios, como los dos George, Eliot y Sand, o Isak Dinesen. Cumbres borrascosas fue muy celebrada cuando apareció por primera vez en 1847. La crítica alabó su lenguaje «de granjero de Yorkshire» y cayó rendida ante el derroche de «malicia y blasfemia» de la novela, hasta que tres años más tarde, cuando se supo que Emily Brontë era su autora, su estilo fue comparado con «un pajarillo que agita sus alas contra los barrotes de su jaula». Hasta J. K. Rowling ha confesado en más de una ocasión que su primer editor le sugirió firmar con iniciales para no disuadir a los chicos más jóvenes de leerla. La creadora de Harry Potter estaba tan desesperada por aquel entonces (era una madre soltera en apuros económicos) que se hubiese puesto «de nombre Rupert si me lo hubiesen pedido», explicó hace años.


¿Y en nuestro país? El último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros señala que las mujeres leen más que los hombres en todas las franjas de edad, con especial diferencia en la pubertad y en los tramos que van de los 45 a los 54 años y de los 55 a los 64. En esta última franja, un 76,5% de mujeres leen habitualmente frente a un 54,5% de los hombres. Las librerías siguen siendo el lugar donde se compran más del 70% de los libros, así que, ¿qué opinan allí sobre lo que cuenta Sieghart en su ensayo? ¿Existe semejante sesgo entre lectores y lectoras?


Neus Botellé trabaja en la sección de narrativa en La Central de la calle Mallorca de Barcelona y cree que las mujeres son más «eclécticas» leyendo. «Mientras esté bien escrito, no nos importa quién sea el autor. Estamos más acostumbradas a leer a hombres, no tenemos prejuicios». Botellé ha visto como en los últimos años las «tradiciones» han cambiado y «cada vez hay más hombres que se animan a leer a mujeres», que preguntan por Lorrie Moore, Muriel Spark o Sara Mesa, «una autora que se ha vendido muy equilibradamente pese a que es muy femenina y a que en sus libros siempre hay una mujer en conflicto». Lo mismo pasa con, por ejemplo, Javier Marías o Emmanuel Carrère, con una nutrida legión de fieles lectoras. Los tres libros que más se han vendido esta semana en La Central están escritos por mujeres: Los últimos pianos de Siberia de Sophy Roberts, El estado del malestar de Nina Lykke y El libro del verano de Tove Jansson.


Lola Larumbe de la Librería Alberti cree que el sesgo que critica Sieghart define más al mercado anglosajón que al español. «Incluso si hablamos de bestsellers literarios como Almudena Grandes, Elvira Lindo o Julia Navarro, no tengo la sensación de que sean escritoras de mujeres. Lo que sucede muchas veces, y eso es algo que se ve en la Feria del Libro, es que son las mujeres las que compran los libros y los llevan a casa, pero luego esos libros ruedan». Larumbe opina que más que el sexo de la autoría, lo que marca las preferencias muchas veces «el tema». Un buen ejemplo es Hamnet de la irlandesa Maggie O'Farrell, una escritora hasta ahora más circunscrita a «lo intimista» que con su última obra, inspirada en la vida familiar de William Shakespeare, ha ganado muchos lectores hombres. «En general, los hombres se decantan más por el ensayo narrativo», reflexiona. «Las lectoras suelen ser más plásticas y permeables para la ficción», concluye.






   
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