Divendres, 22 de novembre de 2024



Castellano  


El libro de Ana María Matute, ¡qué lujo asiático!
acec17/2/2022



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A principios de los años sesenta del siglo pasado, la casa de Camilo José Cela estaba llena de «gatitos» abandonados. Por sus pasillos transitaban los poetas Blas de Otero y José Manuel Caballero Bonald. A ellos se les sumó una nueva inquilina, Ana María Matute, que había sido abandonada por su marido, Ramón Eugenio de Goicoechea —El Malo—, y que ya no podía con más pena —su esposo había huido a Barcelona con el hijo de ambos— ni con más miseria —hasta la máquina de escribir estaba en la casa de empeños—. Cuando tocó fondo, el matrimonio Cela-Conde la acogió en su vivienda de Son Armadans. Allí hizo un amigo para toda la vida, Caballero Bonald, con quien compartió confidencias; Pulgarcitos —que le «robaban» a Camilín para leer las historietas de la familia cebolleta—; y la alegría de conseguir un Premio Cervantes cada uno años más tarde, ella en 2010 y él en 2013.


Jorge de Cascante ha sido el encargado de preparar esta antología de literatura y vida para Blackie Books, un volumen que es toda una declaración de amor eterno a la autora de Olvidado rey Gudú. Este libro te hipnotiza. Es imposible apartar la vista de su tapa tintada en un hermoso azul nórdico —en las otras ediciones de esta colección a Gila le tocó el color rojo, a Gloria Fuertes el gris y a Fernando Fernán-Gómez el verde—; no puedes dejar de acariciar su delicado lomo de tela; es imposible no pasar una y otra vez los dedos por la fotografía en blanco y negro de la Matute que remata la portada. Una obra compuesta por más de 500 páginas a todo color en las que se intercalan recortes de prensa, extractos de sus libros, fotografías inéditas, dibujos, los cuentos que escribía de pequeña, anécdotas, páginas de sus diarios… Entre las muchas imágenes que hay en este libro me quedo con dos magníficas: una en la que aparece con Clara Janés, Carmen Conde, Gloria Fuertes y Rosa Chacel, en una cena en 1985; y otra en la que sale con Josefina Aldecoa y Carmen Martín Gaite, en una sesión para El País en 1999. Su vida y su obra se desparraman por estas páginas, en las que hay recuerdos y silencios, luces y sombras, que configuran el relato de una mujer que sobrevivió a todas las trampas del destino.


«Tengo ya una edad, no estoy para muchas bromas, he cruzado el Jordán. Llevo una vida tranquila, casera, pero valoro los pequeños placeres, como sentarme en una terraza y pedir una cerveza (o una copa, no seamos hipócritas), que me traigan el vaso empañado, con una gotita que cae, y tomármelo con mis amigos, hablando del infierno y de la tierra. Me gusta darme cuenta de esos momentos, cuando estás rodeada de gente a la que quieres, comiendo o bebiendo, y te dices: «Qué suerte tengo, ¿no?». Cuando una es joven, se come la fruta verde, ¡y da unos cólicos! Cuando una llega a mis años, se come la fruta en su punto. Y sabe muy bien» (entrevista realizada por Pedro Manuel Villoria en ABC, en junio del año 2000).


Ana María Matute (1925-2014) se crio escuchando las palabras en euskera de su tata Ana María y los cuentos terroríficos de la cocinera Anastasia. Aunque las que realmente le daban miedo eran las monjas de las Damas Negras donde estudió, tanto que la pequeña Ana empezó a tartamudear. Donde se olvidaba de todo era en el pueblo, en Mansilla de la Sierra, hasta que el pantano engulló la aldea junto con sus mejores recuerdos de la infancia. Por esa época Ana cogió un papel y un lápiz y ya no soltó, para pintar, dibujar, imaginar y escribir. Con la Guerra Civil todo cambió; hasta la tartamudez desapareció con el estruendo de las bombas. Todos esos cuentos que Ana María escribía e ilustraba, entre los cinco y los 12 años, los fue guardando su madre en una caja de zapatos, que le entregó el día de su boda con El Malo. Matute creció dulce por fuera, de hierro por dentro. Su hijo fue lo único bueno que sacó de su unión con Ramón Eugenio, un artista a la hora de dar sablazos con cierto parecido a Rasputín. Dicen que de la literatura no se vive, pero Matute consiguió alimentarse de ella, y dar de comer a su hijo con los cuentos que vendía a la revista Garbo a 200 pesetas. Cuando se separó de El Malo, perdió la custodia de su niño. Durante los dos años y medio que tardó en conseguir la patria potestad pudo ver a su hijo los fines de semana gracias a su suegra. En su vida hubo un malo, y también un bueno, Julio Brocard, su gran amor. La escritora volvió a sonreír, pero tuvo que evitar zancadillas, superar la muerte de su enamorado, la indiferencia de la crítica y lidiar con una depresión que la tuvo casi dos décadas sin escribir. La vida de Ana María Matute da para una serie de Netflix de seis temporadas.


Lean, salten de una hoja a otra, sin rumbo, como en una rayuela loca. Participen de este homenaje a esta gran escritora. Saboreen con calma; como bien dice Jorge de Cascante: «Estas páginas son un prado para merendar en calma». Defiendan la fantasía como lo hizo ella. Disfruten con este libro de Ana María Matute, todo un lujo asiático.





   
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