Divendres, 22 de novembre de 2024



Castellano  


Cristina Peri Rossi: "Gracias al Premio Cervantes podré pagar el alquiler"
acec25/4/2022



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Menuda y morocha, generosa de su tiempo a pesar de su salud y de los compromisos que la abruman en vísperas de recibir en Alcalá de Henares el Premio Cervantes, Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) era la mayor de las dos hijas de un matrimonio de inmigrantes italianos que solo hablaban español.


Debutó como narradora en 1963 con Viviendo, una recopilación de cuentos, pero fue su segundo libro de relatos (Los museos abandonados, 1969) y su primera novela (El libro de mis primos, 1963) los que hicieron que fuese considerada una de las mejores escritoras de su generación, al punto de que el crítico más destacado de su país, Ángel Rama, esposo de Ida Vitale, comenzó a llamarla La Rimbaud porque decía que era una generación entera, y que no había nadie con quien compararla en la literatura uruguaya.


Después vendría el largo exilio, medio siglo nada menos, y una decena de libros de poemas, de relatos y novelas que la convirtieron en uno de los grandes secretos de nuestras letras. Cuenta la leyenda que cuando decidió exiliarse a España en 1972 huyendo de la dictadura de su país, un compañero del semanario en el que colaboraba le preguntó que cuándo volvería, y ella sólo contestó: "cuando amaine".


Pero se ve que nunca ha acabado de amainar del todo, pues esta mujer libérrima y rebelde ha hecho nido en Barcelona a pesar de que su clima perjudica seriamente su salud: fumadora empedernida, el día del fallo del premio estaba convaleciente de un broncoespasmo y de insuficiencia coronaria.


¿En quién, en qué pensó cuando supo que le habían concedido el Cervantes?

No lo esperaba, ni siquiera sabía cuándo se fallaba y lo primero que sentí fue sorpresa, y lo segundo, alegría: "vaya, podré pagar el alquiler del piso y los gastos, por un tiempo". Los escritores que no somos de la cuadrilla de la Agencia Balcells ni pertenecemos a las clases acomodadas, nunca tenemos el alquiler asegurado. Enseguida, me emocioné. Era un torbellino de emociones: alegría, satisfacción, honor y gratitud. Muchísimos periodistas intentaron acceder al apartamento donde vivo para resistencia y horror del portero, que defendió heroicamente la puerta de acceso a mi domicilio. Y comenzó a sonar mi teléfono con las felicitaciones.


¿Puede adelantarnos algo del contenido de su discurso?

Un discurso no se puede resumir sin perjudicarlo ni reducirlo y no quiero que eso suceda con el mío.


¿Recuerda cuándo leyó el Quijote por primera vez, y qué impresión le produjo? ¿Se lo recomendó alguien o le obligaron a leerlo en la escuela quizás?

Cuando tenía doce o trece años cayó en mis manos una versión anotada de la novela, y además, mi tío, que era un gran lector, era también un gran cervantino. Me resultó un libro muy inquietante, donde cada vez que parecía que Don Quijote realizaba una buena acción, la realidad se burlaba de él. La antítesis de los héroes que yo conocía, como Ivanhoe o Robin Hood. Eso me confirmaba que el mundo era bastante más complejo y turbador que las apariencias.


¿En qué momento de su vida se ha sentido más Quijote (por su apuesta por las letras, por su apuesta por las editoriales pequeñas, por no dejarse manipular o etiquetar)?

Me he sentido Doña Quijota casi siempre, pero como él, la alternativa es dejar de soñar, dejar de actuar y deprimirse; prefiero lo primero. Recordé, por ejemplo, que en el año 1969 en Montevideo los estudiantes realizábamos manifestaciones contra la guerra de Vietnam y puede parecer quijotesco y ridículo, pero no haberlas hecho me parecería falta de solidaridad, una de las virtudes cardinales para mí.


Insurrecta de vocación, a menudo ha contado cómo se ha acostumbrado a que la echen de todos lados: de su país, por libertaria; de España, un par de años en los que se refugió en París, por combatir el franquismo; de la agencia de Carmen Balcells, por no querer estar en el armario y negarse a autocensurar sus poemas amorosos; de la Universidad Autónoma de Barcelona, por dar las clases en castellano, motivo por el que acabó abandonando la radio y televisión catalanas... Y es que, como confirma Elena Poniatowska, también Premio Cervantes, "Peri Rossi es la autora que corre más riesgos sin tener red debajo".


¿Cree que la joven uruguaya que llegó a España a los 31 años huyendo de la dictadura en 1972 se reconocería en la mujer valiente que recibe el premio?

Sí. Completamente. No por terquedad, sino por ideales. No me he traicionado, siento que la fidelidad a los principios constituye una parte muy importante de mi personalidad y aunque me río de la famosa frase de Groucho Marx, no podría pronunciarla, lo siento, ¡no tengo otros principios más que los que he tenido siempre!


¿Y qué pensaría su madre, de quien tomó el apellido para firmar sus libros?, ¿que valió la pena tanta lucha?

Mi madre murió a los noventa y nueve años convencida de que esto de escribir era un oficio mal remunerado y muy inestable, una vocación, no un trabajo, me prefería como profesora, pero este premio quizás la alegraría. Tenía la suficiente cultura como para leerme, pero no lo hacía, "para vivir más tranquila", decía. Yo me sonreía pero sentía una íntima insatisfacción.


¿Cree que con este premio España le reconoce, al menos en parte, todos estos años de silencio, cuando en Hispanoamérica es una autora venerada?

No tengo esa percepción, sino la contraria. Creo que soy más leída en España que en América Latina, entre otras cosas porque en Uruguay, por ejemplo, hace solo cinco años que me han vuelto a editar aunque con enorme interés. Pero es difícil saberlo para el propio escritor. Por lo demás siempre aspiré a ser una escritora cosmopolita y no me importa donde nació un lector, ni su sexo ni su edad.


 Curiosamente, su gran amigo Julio Cortázar jamás logró el Cervantes: ¿qué fue lo más importante que el argentino le enseñó, como autor y como ser humano?

Julio Cortázar no tenía interés por los premios literarios, en cambio, una gran complicidad con muchos de sus lectores y lectoras, que eran muy numerosos. No tuvimos una relación de maestro-alumna, sino de dos cronopios semejantes. Recuerdo que una vez un grupo de lectores chilenos confeccionó una decena de muñecos de tela a quienes llamaron cronopios y le enviaron una caja grande para que los distribuyera entre sus cronopios favoritos. A mí me regaló uno y lo exhibía con gran complicidad.


 ¿Se siente más una poeta que escribe cuentos o una narradora que compone poemas? ¿Cómo se influyen y contaminan esas dos vocaciones?

No me interesan los géneros, que desde el Romanticismo están combinados, de modo que me siento una escritora. Novalis dijo que había que escribir un cuento sin principio ni fin que podía ser un poema.


Si tuviera que proponer una candidata al Cervantes ¿quién sería y por qué?

No soy jurado.


Hoy, mucha de la mejor literatura joven en español se escribe en Latinoamérica: ¿a quiénes lee usted en poesía y narrativa?

 Me es completamente irrelevante el lugar donde nació una escritora o escritor. Tampoco me importa dónde nació un director de cine.


¿Cómo ha vivido una hispano-uruguaya exiliada el crecimiento del nacionalismo excluyente y el olvido de los autores que viven en Cataluña pero escriben en español?

Como he podido y escribiendo. Pero es algo que compete más a las logias políticas que al deseo del lector.


Vino huyendo de una dictadura, y, aunque tenía amigos, sabe bien lo duro que a veces puede ser estar solo en tierra extraña: ¿existen refugiados de primera y de segunda?

Existen exilios. No es lo mismo el de Carles Puigdemont que el de un salvadoreño anónimo. Un oligarca siempre encontrará a sus iguales, pero una adolescente que consigue escapar a la infibulación no tendrá muchas puertas abiertas.


¿Cómo es un día cualquiera de su vida cuando la salud se lo permite?

Desayuno, leo, escucho música, reviso los emails imprescindibles, sonrío mucho, beso mucho, observo el cielo, las gaviotas, escucho música (ya sea Chopin o Lara Fabian) y trato de encontrar una película anterior a 1980 y europea para ver por la noche. Amo el cine, conversar, y como tengo sentido del humor me gusta jugar con el lenguaje, juego con las palabras. Escribo sin horario y no todos los días. Y tengo muchos libros repartidos sin orden por la casa porque me gusta descubrir lo que no busco. También leo algo de ciencia.


¿Cuál es su mecánica de trabajo, prefiere hacerlo a una hora determinada, escucha música, se documenta, o deja que fluya la inspiración?

No tengo mecánica de trabajo ni nada semejante. Si sintiera que escribir es un trabajo no sería feliz haciéndolo. Para mí es una forma de la imaginación y de la libertad. Tampoco trazo un plan. Como Platón y Borges, creo que los textos están escritos en alguna parte (en la nube, dirían los internautas) y el escritor los descubre y saca a la luz. Cuando se equivoca, por ejemplo, en el nombre de un personaje, es que ha descifrado mal lo que ya estaba en esa otra región innombrable.






   
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