Divendres, 22 de novembre de 2024



Castellano  


‘El diario de Virginia Woolf’: el fin de los tristes tópicos.
acec29/5/2023



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El pasado 2 de mayo, en el marco incomparable de La Central del Raval de Barcelona, con el respaldo de una buganvilia granate, se presentó el quinto tomo del Diario de Virginia Woolf. Junto a la editora, Cristina Pineda, oficiaban la traductora, Olivia de Miguel, y la profesora, experta en literatura autobiográfica y responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona, Anna Caballé. Entre la distinguida y nutrida concurrencia, como decían las crónicas de oficio, escritores conocidos y hasta seis premios nacionales, además de las que ocupaban la mesa, arropando la presentación de este último tomo de El Diario de Virginia Woolf. En primera fila, por orden de aparición, Cristina Grisolía, Adan Kovacsics, Selma Ancira, Dolors Udina, Gabriel Hormaechea, Lluís Maria Todó, Ana Bejarano, Ana Mata, Joaquim Parellada y Fernando Valls, entre muchos otros amigos, críticos, traductores y público interesado.


La traducción al castellano de los Diarios de Virginia Woolf (VW) se viene publicando sin solución de continuidad en la editorial Tres Hermanas desde 2017, en que apareció el volumen primero, hasta el otro día, en que se presentó el quinto y último tomo, con prólogo de la traductora Olivia de Miguel, que es la responsable de la traducción de todos los anteriores y de la edición. Este volumen incluye un iluminador epílogo de la profesora Anna Caballé, experta en «el saber biográfico», que cierra con broche de oro este meritorio empeño de la editorial. Con la edición de estos cinco tomos, Tres Hermanas se equipara a las casas editoriales que, en Alemania o en Francia, ya han traducido y publicado estos Diarios completos, siguiendo también la edición canónica de Anne O. Bell. La traducción de estos cinco tomos, un trabajo de fondo, ha sido llevada a cabo con brillante eficacia, a pesar de su complejidad. Entre las muchas dificultades, tal vez la más complicada haya sido la de mantener el estilo y la lengua a lo largo de los cinco tomos impresos y, sobre todo, adoptar el fluctuante y fragmentario estilo por el que Virginia Woolf se va paseando a lo largo de los veintiséis años que cubren sus anotaciones y de los avatares biográficos por los que pasa durante ese tiempo. La traducción ha conseguido unidad de tono respetando las variaciones estilísticas y los distintos subgéneros que coexisten en el Diario. A partir de este momento, como en las buenas traducciones, la voz más interior de VW en su Diario tendrá, en castellano, la voz y el estilo elegidos por su traductora.


Como somos un país que edita mucho, pero lee menos, puede ocurrir que incluso los que leemos —o decimos que leemos— no interpretemos bien lo leído. Sobre los Diarios de Virginia Woolf se han dicho muchas cosas y algunas atinadas,1 pero buena parte de ellas dan la ligera impresión de que no los hubieran leído en inglés, ni en castellano ni en ninguna otra lengua. Tal vez conocen algún tomo suelto, alguna recopilación o, peor, algún sucedáneo elaborado para salir del paso, para confundir al personal o para aprovechar el empujón de que los derechos de VW han quedado liberados o han pasado a ser del dominio público, y permiten publicar, con oportunidad y alevosía, cualquier cosa empaquetada con prisa. No es el caso de estos cinco tomos y lomos. En su prólogo, Olivia de Miguel, sale al paso de algunas de estas mercaderías que han podido contribuir finalmente al conocimiento parcial de una escritora tan influyente como Virginia Woolf y, lo que es peor, a la acumulación de determinados tópicos en torno a su vida y su obra. A pesar de todo, tal vez este mismo surtido panorama haya servido para mitificar a Virginia Woolf. En cualquier caso, hay que confiar en que esta edición completa de sus diarios podrá servir, conforme se vayan asimilando, para diluir buena parte de esos tópicos y liberar de esa losa común la obra y la imagen de una escritora fundamental e inevitable en la literatura europea contemporánea.


En la recreativa e ilustrada conversación que mantuvieron Anna Caballé y Olivia de Miguel, Anna Caballé, con la agudeza intelectual y el humor que posee, proponía dejar en barbecho, aunque solo fuera por una temporada, Una habitación propia, con el fin de que, en este impasse, se nos pudiera ocurrir alguna cosa nueva que decir sobre esa obra y sobre la autora. Como implícito, interpreto yo que Anna Caballé podía estar insinuando que para esperar esa renovación de nuevas ideas no estaría de más leer estos cinco tomos de El Diario de Virginia Woolf, que es donde vamos a encontrar una perspectiva nueva, distintas facetas y múltiples planos (íntimo, vital, intelectual, profesional, social) muy opuestos a los que, de forma convencional y plagados de lugares comunes, se han ido divulgando mientras no hemos podido disponer de la traducción al castellano de estos diarios. Se trata, pues, de acabar de una vez por todas con, al menos, dos o tres tristes tópicos que, parafraseando a Cabrera Infante, se han quedado adheridos a VW.


El prólogo resulta de gran utilidad porque, en primer lugar, radiografía el confuso y disperso panorama editorial en castellano de la obra relacionada con los diarios de VW. Asimismo, se dedica a identificar y desmontar buena parte de todos esos lugares comunes que afectan no solo a la figura y la personalidad de VW, sino a su misma labor como escritora, editora e impresora, crítica e incluso esposa de Leonard Woolf. Estos tópicos, intencionados o simplemente mal informados, cubren todas las especies de lectores que se han aventurado a emitir alguna opinión: el tópico sobre la censura marital; la enfermiza languidez modernista de la autora; el tópico de la postura clasista y su mala relación con el servicio, su sexualidad, los supuestos racismo y antisemitismo…2 Eso que se llama con horrísono título feminismo poscolonial, que pudo leer estos diarios en inglés, tal vez sea el responsable de algunos de estos tristes tópicos. Por otro lado, estas ideas preconcebidas parece que solo puedan proceder de la urgencia convencional de youtubers o tiktokers, a los que no puedo citar por mi ignorancia de este género audiovisual. Otras veces, proceden de la prensa y la crítica, que alcanzan ese estatus áureo del influencer cultural, pero que no siempre parece que se hayan leído los diarios. Entre estos podría citar algunos, pero me limitaré a seleccionar un llamativo tópico displicente, que aparece como simple boutade, aunque, en principio, parece estar escrito supuestamente para destacar «el placer de leer diarios íntimos», en los que «Virginia Woolf se ejercitaba con media hora de escritura descuidada después del té».


La frase, de cierta rudeza y muy fabricada para un titular llamativo, simplemente aporta un dato totalmente inexacto, pero tiene delito que esté dedicado a una autora que llegó a escribir unos treinta cuadernos que, traducidos y editados, ocupan cinco tomos de unas 500 páginas cada uno, en los que relata su vida diaria, no siempre íntima, a lo largo de veintiséis años, y que rescató tras un bombardeo de la aviación alemana que destruyó la casa donde vivía en 1940. Todo esto en treinta minutos «de escritura descuidada después del té».


Habría que leer, como ejercicio, las reflexiones del 15 de mayo de 1940 para ver cómo se va orquestando el machacón y persistente bombardeo de Londres y la influencia en el ánimo de VW: «A mí el rifle y el uniforme me parecen ligeramente ridículos. Por debajo está la tensión: esta mañana hablamos del suicidio si Hitler llega. Es una conversación sensata, bastante realista».

Guerra y suicidio son dos puñales temáticos de este tomo, que se van intensificando dramáticamente a lo largo de la lectura. Junto a esta punzante presencia, también aparecen la celebración de la vida, el juego, la conversación, la lectura, el trabajo de crítica literaria, a pesar de aquella larga sombra de la depresión. Precisamente el rescate de estas libretitas, que VW compraba cuidadosamente y en las que iba anotando sus tareas e impresiones del día a día, es una de las escenas más desoladoras que puede leerse en este quinto tomo. El contexto no es el de una señora de la alta sociedad a la que le han bombardeado una de las varias casas que posee. Se trata, más bien, de una inquilina londinense, escritora conocida, casada con un escritor, un político laborista y fabiano, de origen judío, que aparecen identificados en una lista que manejan los nazis para, cuando ocupen Londres, pasarlos por el horno crematorio. Virginia y Leonard ya se han aprovisionado del veneno suficiente para cuando los nazis entren en la ciudad.


Virginia y su marido pasan gran parte de su tiempo en Monk’s House, su casa de campo en Rodmell (East Sussex), y durante la guerra van y vienen a un piso alquilado en el 37 de Mecklenburgh Square, donde, todavía en cajas, tienen su biblioteca, sus manuscritos y sus demás pertenencias, mientras acaban de completar la mudanza desde su anterior piso en el 52 de Tavistock Square. Un día en que la aviación nazi bombardea Londres, VW se encuentra en la London Library. En otro momento, mientras habla por teléfono con Vita, que está Sissinghurst, le dice que las bombas caen al lado de su casa. Con un relativo temor, Virginia y Leonard continúan su vida y sus actividades como el mejor modo de combatir la amenaza que sobrevuela el cielo de la campiña londinense y deja caer sus bombas sobre la ciudad. La flema con la que prosiguen su vida resulta de lo más aleccionador. Flema y moral de resistencia.


Cuando, el martes 10 de septiembre, Virginia Woolf llega a Mecklenburgh Square, su casa está todavía «intacta», pero había caído una bomba que ese día no explotó. Lo haría en la segunda quincena, y la casa de los Woolf quedó inhabitable. El miércoles 18 se septiembre, alguien les confirma que, efectivamente, en su «piso de Mecklenburgh Square había estallado una bomba y las ventanas estaban rotas, los techos hundidos & la mayoría de la porcelana hecha añicos». «¿Por qué se nos ocurriría marcharnos de Tavistock?», se pregunta Virginia.


La noche del 17 de septiembre, un bombardeo había destruido varias zonas de Londres, es decir, «todos los sitios que [VW] solía frecuentar». El 20 de octubre se presenta ante las ruinas de su casa en aquella plaza y contempla la destrucción.


«Diría que han desaparecido tres casas. El sótano estaba reducido a cascotes. La única reliquia era una silla vieja de enea, comprada en la época de Fitzroy Sq., y el cartel de “Se alquila”… Aparte de eso, ladrillos & astillas de madera. Una puerta de cristal colgaba en la casa contigua. Lo único que pude ver fue un trozo de la pared de mi estudio que aún quedaba en pie: aparte de eso, solo cascotes en el lugar donde tantos libros escribí. Cielo raso en el lugar donde tantas noches nos sentamos & donde dimos tantas fiestas».


De Tavistock, se dirige al 52 de Mecklenburgh Square.

«Solo las ventanas del salón permanecían casi intactas, pero había corriente. Me puse a buscar los diarios. ¿Qué podíamos llevarnos en aquel coche tan pequeño? […] Es estimulante la pérdida de nuestras posesiones, salvo los momentos en que necesito los libros y las sillas, las alfombras y las camas. ¡Cuánto trabajé para adquirirlas una a una! ¡Y los cuadros! […] Si recuperamos nuestras cosas, habremos tenido suerte, quiero decir, mejor que si nos hubiéramos quedado en el núm. 52 & lo hubiéramos perdido todo. Pero es raro el alivio que siento al perder las posesiones.” (578). […] Ojalá Hitler hubiera destruido todos nuestros libros, mesas, alfombras & cuadros; ojalá estuviésemos vacíos, desnudos & desposeídos».


Los cuadernos de este Diario fueron rescatados de las ruinas de Mecklenburgh Square aquel octubre de 1940 por la misma VW y, tras la guerra, quedaron apilados en un almacén de Rodmell, donde Virginia y Leonard se habían instalado en diciembre de 1935. En 1958 Leonard Woolf recibió los 20.000 dólares en que habían sido tasados aquellos cuadernos. La transacción se completó en 1970, al año de la muerte de Leonard, y los diarios entraron a formar parte de la Colección Berg de literatura inglesa y norteamericana de la Biblioteca Pública de NY.3 Anne O. Bell publicó, entre 1977 y 1984, esos diarios en una edición canónica de cinco tomos, con unas notas que permiten reconstruir, con el detalle de un minucioso plano, interior y exterior, el día a día de Virginia Wolf; esta edición es la que ha seguido «escrupulosamente» la traductora y editora en castellano.4 La colección de notas de Anne O. Bell se mantiene en esta edición, completadas y actualizadas por Olivia de Miguel, y son utilísimas para recrear los paseos que daba Virginia Woolf, las plantas que compraba, el aspecto de Bloomsbury y otros barrios donde vivirán… y la vida y obra de las muchísimas personas de las que habla y con quienes se relaciona.


La intensidad narrativa de este volumen, que arranca ya con la preocupación por la guerra civil en España, y la secuencia de la búsqueda de este Diario entre las ruinas de su casa, quedan cegadas por el trágico fulgor del suicidio de Virginia el 28 de marzo de 1941 en las aguas del río Ouse, próximo a Rodmell. Aquel día, Virginia Woolf llevaba los bolsillos llenos de piedras para asegurarse el suficiente lastre. Llegó a la orilla, se puso el abrigo, dejó su bastón en la orilla y se internó en las frías aguas del Ouse. Leonard Woolf enterró sus cenizas bajo el gran olmo de su casa de Monk’s House.


Dos tristes tópicos
El tópico de clase

Llevados por la inercia o cierto desasosiego intelectual, algunos de nuestros mejores escritores han podido propalar algunos topicazos. Es célebre el de Borges, que tanto apreciaba el Orlando de VW, cuando definió a Lorca como un andaluz profesional, y se equivocaba, malévolo. A Virginia Woolf, entre otros sambenitos, le han colgado los de clasista, aristocrática, racista, antisemita… Desde luego, su entorno no podía ser más aristocrático, en el sentido figurado del término; sus orígenes quedan aclarados en la sucinta biografía de VW que su sobrino Quentin Bell redacta para esta edición de su esposa, Anne Olivier Bell, que se incluye en el volumen primero de esta edición y que permite deshacer algunos de estos lugares comunes, no solo sobre los orígenes, la formación y la personalidad de Virginia, sino también sobre los antecedentes y el currículum de Leonard.5 Quentin Bell aprovecha para calificar estos diarios como una «obra maestra».


Desde que la obra de Virginia Woolf pasó a ser del dominio público, se desató la furia por la publicación de su obra. Recientemente, esta desazón editorial se autoalimentaba porque el año 2022 se iba a conmemorar el centenario de la aparición de varias obras determinantes para la literatura universal, en las que VW estuvo directa e indirectamente implicada. Ese año, en su Hogarth Press, VW editó La tierra baldía, de Eliot. En cambio, el Ulises, de James Joyce, fue rechazado porque a VW no le gustó absolutamente nada. Asimismo se editó Sodoma y Gomorra, la cuarta novela de la serie En busca del tiempo perdido, que, dada a la imprenta el año anterior, pasó a ser recordada en 1922 porque Proust murió este año.


El cuarto de Jacob, de Virginia Woolf se publicó también en 1922, al igual que el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, obra que estaba escrita desde 1918, pero que vio la imprenta, en una edición bilingüe, prologada por Bertrand Russell. Esta obra de Wittgenstein es el resultado de la correspondencia y las discusiones mantenidas con dos asiduos de las tertulias que Virginia y Leonard mantenían en su casa; en concreto, con el autor del prólogo, Bertrand Russell, y con uno de los economistas más influyentes de aquella época y después, John Maynard Keynes, amigo muy personal de la pareja. Aunque ninguno de los tres aparece entre los primeros fundadores del grupo de Bloomsbury, los tres influyeron en las ideas filosóficas, políticas y económicas del grupo. La importancia del pensamiento económico de Maynard Keynes hunde sus raíces y su influencia en el entorno de los Apóstoles de Cambridge y en el King’s College de Cambridge, donde era profesor de Economía; dentro también del grupo de Bloomsbury y la Marshall Society, denominada El Circo de Cambridge, pero tuvo también su eco —y su enfrentamiento con el economista liberal Friedrich Hayek, partidario furibundo del libre mercado— en la prestigiosa London School of Economics,6 fundada por algunos miembros de la Sociedad Fabiana, entre ellos, el matrimonio formado por Sidney y Beatrice Webb, amigos de los Woolf.


Keynes tuvo que soportar, como los Woolf, las acusaciones de simpatías con el nazismo e ideas antisemitas, aunque, al parecer, era partidario incluso del sionismo y es conocida su intervención para que Wittgenstein consiguiera su residencia en el Reino Unido. Keynes, hijo de un profesor de la Universidad de Cambridge, obtuvo varias becas con las que pudo estudiar en Eton y luego en el King’s College de Cambridge.7 Virginia Woolf era hija de «un escritor de cierto prestigio» y su formación dependió de la excelente biblioteca de su padre. A los tres años, VW perdió a su madre y su padre murió cuando Virginia tenía 22, lo que provocó que Vanessa y la propia Virginia se trasladaran de la casa donde vivían a otra más económica en el 46 de Gordon Square, en el barrio de Bloomsbury, donde, para escándalo de los vecinos, vivían, en una rara sociedad, los hermanos Stephen. ¿Dónde queda la aristocracia de clase? ¿O se habla del aristocratismo moral e intelectual? De esa misma aristocracia del conocimiento acusaron también a Erasmo de Róterdam en el siglo XVI, aunque era hijo bastardo de Gerard, un sacerdote, y su criada, y, a los pocos años, fue enviado al colegio de los Hermanos de la Vida Común. Podríamos clausurar este tópico con la frase de Quentin Bell cuando describe las ramas paterna y materna de la familia de Virginia: «Todos eran clase media, todos eran muy cultos».


El tópico de la censura de los diarios

Sobrevuela por encima y por debajo de este Diario la idea de que pudo ser censurado por el propio Leonard Woolf y, más tarde, por la editora que preparó estos cinco tomos: su sobrina política Anne Olivier Bell. Sin pretender ahondar más en el tópico, hay que recordar que, doce años después de la muerte de Virginia, en 1953, Leonard Woolf dio a la imprenta una selección de opiniones sobre obras literarias y sobre escritores, extraídas de los diarios de VW, que tituló A writer’s diary.8 Se trataba de un libro que contenía abundantes observaciones y críticas literarias sobre muchos autores y otras personas mencionadas en su Diario que todavía vivían. En aquel momento, Leonard Woolf consideró que la obra no debía herir susceptibilidades, ni enconar el recuerdo de Virginia ni, desde luego, su propio entorno social. A eso se le puede llamar censura, aunque yo usaría el eufemismo de la prudencia procesal y social. A lo largo de estos cinco tomos del Diario, aparecen todas las opiniones arriesgadas, crudas, duras, feroces, envidiosas, resentidas, equivocadas, malévolas, inventadas, y las atinadas, certeras, agudas: todas las opiniones sobre personas y libros y obras de arte que VW quiso que entraran en sus diarios. No creo que otras ediciones parciales de los diarios puedan interpretarse como censura ni siquiera encubierta; tal vez, solo oportunidad editorial.9


Las elucubraciones sobre la figura «patriarcal», «censora», «castradora» de Leonard Woolf en esta relación quedan desautorizadas al leer este Diario y no merecen otro comentario que las palabras que la propia Virginia le dejó a Leonard en una nota escrita antes de encaminarse hacia el río Ouse:


«Tú me has dado la mayor felicidad posible. Tú has sido en todos los aspectos todo lo que alguien puede ser. […] Lo que quiero decirte es que te debo toda la felicidad de mi vida. Tú has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte… que eso lo sabe todo el mundo. Si alguien hubiera podido salvarme, ese habrías sido tú. Todo me ha abandonado, salvo la certeza de tu bondad. Virginia».


Sin duda esto debe ser interpretado como lo que es: una reivindicación de la figura de Leonard Woolf, que aparece, a veces, como el marido-ogro y censor en una tópica literatura, supuestamente feminista, que, en este caso, parece proceder más de un intransigente fondo puritano aplicado como plantilla exegética, que de un análisis crítico de los textos.


Aun así, la idea de que Virginia Woolf se dejaba llevar por su carácter fantástico, y podía inventar y recrear situaciones y anécdotas, llevada por su afición al chismorreo (gossiping) y la mordacidad, flota a lo largo de estos diarios, como un rasgo de estilo y de su personalidad. De nuevo es Quentin Bell, en su biografía introductoria, quien, ante la sospecha de que Leonard hubiera censurado alguna opinión de Virginia, sentencia: «No creo que haya una parte sustancial del diario del que pueda decirse con justicia que no contiene una sola palabra de verdad».


Colofón y cierre

A lo largo de la rica conversación que mantuvieron Anna Caballé y Olivia de Miguel surgió, como música de fondo, la idea de que, aunque estos diarios estaban escritos con la finalidad de redactar más adelante sus memorias y que solo pretendían ser un registro, una colección de notas sobre hechos, siempre se advierte la presencia de un lector imaginario y concreto, que está en la sombra de lo que Virginia escribe. La conclusión a la que llegaron es que, aunque no estuvieran estos diarios explícitamente destinados para darlos a conocer al lector, es evidente que VW siempre tuvo presente a ese lector imaginario. En mi opinión, tampoco faltó a estos diarios ambición creativa y literaria. Como lectores, no debemos lamentar que no escribiera sus memorias, género que, con frecuencia, puede convertirse en una justificación o un autobombo egocéntrico, manipulado por los propios autores. La ventaja de estos diarios es que están escritos con crudeza, inmediatez y emoción y con el valor del registro cotidiano, sin el engolamiento trascendente de unas memorias terminales. Estos diarios excusan y suplantan cualquier otra obra del género autobiográfico porque son memoria pura y sin filtro.


Finalmente, aunque sabemos que VW solo pretendía registrar datos y hechos para elaborar unas hipotéticas y futuras memorias, a lo largo de estos cinco tomos de anotaciones aparecen, de forma fragmentaria, pero muy bien conseguidos, todos los otros géneros literarios. No solo abundan los retratos y las etopeyas de multitud de personajes, sino la narración breve, la crónica de sociedad, el ensayo de urgencia, la crítica literaria en píldora y la conversación dialogada, casi teatral, en que todos aquellos, bloomsburianos o no, eran consumados maestros por tradición cultural. No quiero cerrar esta crónica sin señalar que, a lo largo de todos y cada uno de los tomos, en muchos momentos, se percibe un voluntario y elevado tono poético, que suele alcanzar su mayor emoción en la descripción del campo, de paisajes en general, que al lector le sirve de remanso en el tráfago y el devoro de la corriente de lo cotidiano. Estamos ante una poeta que ha acabado siendo conocida, leída, influyente y admirada como novelista, ensayista y ahora, en castellano, autora de unos diarios desbordantes de información que permiten interpretar mejor todas sus otras obras y disfrutar leyendo.


1 Recientemente, Gonzalo Torné: «Una puerta de entrada a la vibrante intimidad de Virginia Woolf», La Lectura de El Mundo, núm. 55 (24 de febrero de 2023). Con mucha anterioridad, José de María Romero Barea: «Subestimado Leonard Woolf», en este mismo El Cuaderno (enero 2020), ya se proponía deshacer el tópico de marido censor atribuido a Leonard Woolf.


2 Quentin Bell: Virginia Woolf: una biografía (Andreu Jaume [pról.], Marta Pessarrodona [trad.]), Barcelona: Lumen, 2022. La obra fue publicada en 1972 a propuesta de Leonard Woolf, y puede servir para contrastar la imagen, a veces dulcificada, que se puede tener de la escritora.

3 Para mayor detalle, ver prólogo de Anne O. Bell en El Diario de Virginia Woolf, vol. I (1915-1919), Madrid: Tres Hermanas, 2017, pp. 18-19. Y Quentin Bell: El grupo de Bloomsbury, Barcelona: Penguin Random House, 2021.

4 En 1990, Anne O. Bell publicó The shorter diary, una edición abreviada que suponía un 20% de los diarios completos.

5 Con datos puntuales y con la brevedad oportuna, Quentin Bell identifica con claridad los ascendientes familiares tanto de Virginia como de Leonard, sus estudios, su formación y su entorno en una breve biografía que cubre hasta el momento en que VW comienza los diarios: enero de 1915.

6 Para este crucial enfrentamiento, ver Nicholas Wapshott: Keynes vs Hayek: el choque que definió la economía moderna, Barcelona: Booket, 2016.

7 En 1942, casi al final de su vida, fue nombrado primer barón Keynes, de Tilton, en Sussex, título que aceptó.

8 Traducida al castellano por Andrés Bosch como Diario de una escritora, Barcelona: Lumen, 1982.

9 Quien quiera llevar a cabo un estudio más exhaustivo sobre esta censura deberá acudir a la Biblioteca Pública de NY y comparar los cuadernos manuscritos con la edición inglesa de Anne O. Bell para demostrar dónde está esa censura. El rigor de la edición inglesa hace innecesaria la molestia.



Javier Pérez Escohotado El Cuaderno Digital




Javier Pérez Escohotado, ensayista, poeta y crítico, es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Sus investigaciones se orientan hacia la gastronomía, la Inquisición y la vida cotidiana. Autor de los poemarios Laura llueve (2000), Papel japón (2002) y del experimento textual La vigilancia de los acantos (2017), ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Sexo e Inquisición en España (1998), Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. Proceso inquisitorial, Toledo 1530 (2003), Donjuanes, bígamos y libertinos. El filo de la Historia (2005), Crítica de la razón gastronómica (2007) y El mono gastronómico. Ensayos de arte y gastronomía (2014). Asimismo, ha editado y prologado Jaime Gil de Biedma. Conversaciones (2002); ha colaborado en Poemas memorables: antología consultada y comentada 1939-1999 (1999)  y ha editado Inventario de disidencias, suma de calamidades (2010), sobre la vida trágica de don Santiago González Mateo. Recientemente ha prologado Los santos inocentes y El hereje, de Miguel Delibes. Ha publicado artículos de opinión y crítica en diversos diarios y revistas.




   
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