Divendres, 22 de novembre de 2024



Castellano  


¿La creatividad se aprende? En la escuela de ¿Best sellers?
20/1/2024



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La pandemia ha transformado los cada vez más numerosos centros que imparten clases de escritura, potenciando su faceta virtual


Ana Belén Marín (Barcelona, 1985) vive en una nube desde hace unos meses. Debutó en narrativa en abril y su libro, Dale recuerdos (Baker Street), con el que reivindica la historia de su abuela, ya va por la cuarta edición. Nunca imaginó que viviría algo similar y menos con una bebé recién nacida. La maternidad llegó en plena escritura, lo que le llevó a plantearse si debía o no parar por un tiempo ilimitado sus clases en la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès, la más importante de Catalunya con un millar de alumnos. Pero entonces llegó la pandemia y la virtualidad.


“Atender las lecciones desde casa resultó ser una ventaja para mí por motivos personales, prácticos y logísticos. Al principio tenía dudas de si iba a funcionar, puesto que no iba a ver a mis compañeros y a mi profesora más que por la pantalla. Pero me acabé dando cuenta de que la complicidad que se crea con el grupo no depende solo de verse cada semana, sino que es posible también aportando opiniones muy sinceras tras leer los textos de cada uno”, reflexiona Marín.


La editora Rosa María Prats fue su profesora y recuerda bien los cursillos exprés que tuvo que hacer para adaptarse a la nueva normalidad, que llegó para quedarse, pues desde entonces las videoconferencias forman parte de la metodología de la escuela y permiten que en un mismo grupo convivan alumnos presenciales y virtuales, algo que hasta la covid no se había siquiera planteado, pues eran dos itinerarios separados. “Los alumnos acostumbran a seguir las clases desde casa, pero, a veces, también desde un aeropuerto o, incluso, un hospital”, explica.


El claustro no cree que la virtualidad y las nuevas tecnologías impidan un correcto funcionamiento de las clases. De hecho, Pau Pérez, director del centro, recuerda que la actriz Carme Serna (Palma, 1981) ganó en diciembre el premio Mercè Rodoreda con su primer libro, Perdona’m per desitjar-ho tant (Proa), gestado en el circuito virtual de la propia escuela. “De las cinco últimas ediciones de este galardón, cuatro lo han ganado alumnos de la escuela”. Se refiere, además de la intérprete, a Carlota Gurt, Anna Gas y Marc Vintró, que, en su mayoría, se aficionaron también al online.


Allí también acudió hace muchos años Jordi Solé (Sabadell, 1966), que en septiembre ganó el Prudenci Bertrana con L’any que vaig estimar Ava Gardner (Columna), que sitúa a la actriz en la Costa Brava de los años cincuenta. Solé dirige ahora, junto a Xavier Vidal y Montse García, su propia escuela de escritura, Escriptorium Sabadell, que ya contaba con clases en formato mixto antes de que la covid cambiara las reglas del juego. Pese a todo, asegura que “soy un firme defensor de la presencialidad. Las ventajas virtuales y tecnológicas son evidentes, pero la experiencia me dice que la gente prefiere el trato en persona. Las clases no solo son una vía de aprendizaje, sino que también son un momento de desconexión del resto de cosas”.


Eso sí, recuerda que escribir –sea o no por ocio– es algo que se debe tomar en serio, por lo que “desde el día uno advierto a mis alumnos que se equivocan si piensan que van a salir todos de aquí con un best seller en la mano”, aunque reconoce que son varios los que, “con tiempo y esfuerzo, logran sacar adelante una carrera e, incluso, ganar galardones literarios”.


No lo dice solo por él mismo. Prefiere destacar a algunos de sus alumnos, como Adrià Aguacil (Sabadell, 2000), que ganó el premio Ciutat de Badalona de Narrativa Juvenil en 2020 por La botiga de vides (Animallibres), en la que la protagonista, que odia su vida, se pregunta si es posible comprarse una nueva y empezar desde cero. La novela fue posteriormente nominada al premi Llibreter 2021, en la categoría de Literatura Infantil y Juvenil en catalán. Dos noticias que la escuela recibió como agua de mayo en esos tiempos tan complicados.


Si hace unas décadas hubiera ganado un premio de este renombre un joven de veinte años como Aguacil, formado precisamente en una escuela de escritura, muchos no lo hubieran creído. Antonio Rómar, director adjunto de la escuela Fuentetaja, presente en veinte ciudades, recuerda que “cuando abrió el centro hace cuarenta años en Madrid, eran varios los escritores que miraban recelosos que se consensuara una metodología de escritura y se enseñara a los alumnos. Imagínate si supieran que, además, tendrían la posibilidad de hacerlo desde su casa. Creían que para ser escritor era necesario tener un talento innato y que, por tanto, de poco servía tomar apuntes. Nosotros nos esmeramos en cambiar esta visión y en demostrar que sí que es posible aprender a escribir, sin importar el entorno del que provengas. Nuestro enfoque ha sido desde el principio la popularización, pues hace unas décadas las pocas formaciones que pudieran existir estaban destinadas a las élites. En este sentido, abrir el foco a la virtualidad con más cursos de los que teníamos antes de la pandemia y ampliarlo a formación mixta ­–presencial y virtual– en algunas clases concretas es una buena cosa”.


Al mirar hacia atrás, Rómar se da cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas. No solo en el aspecto tecnológico, sino en cómo son vistos hoy los propios centros de aprendizajes, en términos generales. “Muchos escritores son ahora profesores porque han visto en la docencia una fuente de ingresos extra. Además, tiene todo el sentido del mundo porque, ¿quién mejor que ellos va a enseñarte a redactar y a plasmar las ideas en el papel?”.


Son varios los escritores que han salido de allí que a veces imparten talleres, como Florencia del Campo, Marta Gordo o Elisa Ferrer, premio Tusquets de novela. “La virtualidad permite que muchos escritores que antes no se comprometían a ser profesores durante un curso entero por si están de gira, ahora sí lo hagan porque, si eso ocurre, pueden seguir dando clase desde su propio ordenador”.


En Barcelona, también combina su faceta de escritora y de profesora, aunque prefiere la presencialidad, Care Santos (Mataró, 1970), que demuestra que no es necesario depender de una escuela de escritura para enseñar la profesión. “Imparto varios cursos a través del medio digital cultural Catorze. Pero, más allá de esas sesiones y de las que pueda hacer en bibliotecas o ayuntamientos, tengo talleres privados, aunque no hago mucha difusión de ellos porque siempre se llenan. Son gente con la que ya he coincidido anteriormente que me va pidiendo talleres. Algunos han llegado a apuntarse hasta a trece, y a menudo les digo que pronto llegará el día en el que ellos me podrán enseñar más a mí que al revés. Intento ser una más, por lo que yo también hago los deberes que pongo”.


Santos nunca fue a una escuela de escritura. “Ojalá, porque en mi adolescencia me hubiera vuelto loca”. Le gustaría poder hacerlo ahora, aunque admite que gran parte de la oferta está destinada a escritores principiantes. “Echo de menos una especie de formación continua para los que ya tenemos obra publicada, aunque reconozco que somos un gremio al que en general no le gusta que le toquen el ego”.


Roser Cabré-Verdiell (Barcelona, 1982) sí que decidió asistir a la Escola Bloom de Barcelona y a un curso de verano en Iowa tras publicar sus primeros relatos, como también lo hicieron –aunque en un centro diferente– Gemma Sardà, Leticia Asenjo, Elisenda Solsona y Laura Tejada, un grupo conocido como las Autòctones y del que ella también forma parte. La autora de Aioua (Males Herbes) explica que no cree demasiado en la metodología única, pero que “está bien tener conocimientos para aprender a ignorarlos”. Por tanto, cree que toda formación, sea o no virtual, es bienvenida y que, de forma indirecta, puede enseñarte a escribir mejor, aunque “para eso debes tener una base, que es la lectura, además de una inquietud creativa, que es la que te permitirá crecer”.


Mil obstáculos para oficializar los talleres

Escribir una novela y compartirla con los alumnos. Hace años que muchas escuelas de escritura españolas cogen prestada la metodología de centros anglosajones pero, a diferencia de estos, los futuros escritores no acostumbran a contar con un diploma oficial que convalide los estudios.  “El pasado año surgió un anteproyecto de ley de enseñanzas artísticas que incluía las escuelas de escritura y que era el camino para reglamentar esta disciplina. Pero las elecciones de este verano lo frenaron todo”, lamenta Pau Pérez, director de la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès. Por el momento, solo los másteres brindan una titulación oficial aunque, según advierte Jorge Carrión, “hay escuelas que publicitan que hacen máster y no es así”, pues no están vinculadas a una universidad. El escritor está detrás del de Creación Literaria, que se imparte en la Pompeu Fabra (UPF). “Fue el primero en España y uno de los referentes en lengua española. La escritura creativa a nivel universitario en España ha llegado para quedarse”.






   
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