Los aficionados que habían perdido la pista de Enric Hernàez durante los años noventa, a menudo se sorprendían y encontraban que el cambio físico lo había vuelto irreconocible. El chico guapo, amable y civilizado de la década de 1980 reaparecía en 2001 con Oh poetas salvajes, una declaración de principios, antología de la mejor poesía en castellano y combinando todos los estilos y paisajes donde el cantautor se había sentido más cómodo: el blues negro, la bossa nova brasileña, la 'chanson' francesa e, incluso, el 'son' cubano.
No era sólo un cambio físico sino estético. La dura travesía, del éxito al trabajo en la profunda soledad del desierto, le habían granjeado un buen puñado de arrugas, pero lo habían convertido en un sabio musical. Ya no se conformaba con el reconocimiento televisivo y mediático, quería más. Y la búsqueda lo llevó hasta las puertas del infierno, donde coincidió con una pléyade de poetas desesperados y locos, suicidas y alcohólicos, drogadictos y gente de la farándula más diversa, que sólo aceptaban las banderas de la felicidad.
Quizá se trataba del manicomio más delirante de un sistema sanitario alienante, pero era donde Enric decidió clavar su tienda de campaña. Primero fue por necesidad y por turismo; en seguida, por convicción. Si la obra de los años ochenta estuvo cargada de color y esperanza, la primera década del nuevo siglo fue alternando el dolor con la belleza, el reverso oscuro con los días claros. Tuve la suerte de componer para él y con él. Recuerdo los horizontes grises de las playas del Poblenou, su nueva patria, y las noches de confidencias de la calle Bertran.
Hemos dejado atrás una legión de colegas, más bajas que si hubiéramos estado en un batallón de castigo de primera línea, pero el resultado son los discos de Enric de su nueva época. Tanto los poetas salvajes como No t'oblido ni quan l'aspra nit s'obre, así como los trabajos posteriores de consolidación, son
lo mejor que se ha hecho en canción de autor en la península. El premio BarnaSants de 2011 se convertiría en el colofón a una trayectoria apasionante.
Cuando Enric canta al Indio Naborí, la ceguera desaparece como en un milagro del Evangelio.
David Castillo
Poeta